Divagaciones de cuarentena

Es domingo y es noche, pero no parece domingo, porque ahora los días son todos iguales. No podemos esperar el jueves, cuando realmente empieza el fin de semana, ni celebrar que es viernes y el cuerpo lo sabe por más que el bolsillo quiera ignorar, pues están cerrados el pianobar y el restaurant preferido.

     Realidades que, como el río que vio Heráclito, han pasado a zonas de la memoria. Ya estamos viviendo enjaulados, dentro de nuestro propio destino, solo pendientes a la noticia que nos alivie encendiendo un destello de esperanza. Que levante nuestros ánimos y nos deje comprender que esto no es una pesadilla.

A media mañana, y hasta pasado el mediodía, la ciudad duerme y quienes la habitamos parecemos fantasmas, sombras agonizantes, personajes de novelas que cruzamos la calle o conducimos con mascarilla, la mirada perdida y el aliento que no se percibe.

Como ha cambiado radicalmente el mundo, por consecuencia también la vida ha cambiado.Nos preguntamos dónde estarán los abrazos porque para abrazarnos no bastan los brazos ni las palabras dichas al oído como las confesiones. Confesar un sentimiento de esperanza o derrota, una realidad muy enterrada en nosotros durante mucho tiempo. Confesiones en Facebook, humildad del ser humano desprendido hasta de sí mismo por la impotencia.

El mundo está arrodillado y nosotros también. Países poderosos como los Estados Unidos están diezmados por el microscópico y mortal enemigo que acecha por doquier sin respetar razas ni estatus económico ni social.

Quiero sentir que no estamos derrotados ni vencidos, pero ha de ser una enseñanza extremadamente significativa la lección que nos está dando esta incalificable realidad.

¿Cuál es ahora mi mundo? Pues el mismo de todos. El mismo de Donald Trump, el mismo de Bill Gates o de Carlos Slim. Da lo mismo en este momento ser apellido Corripio o Bonetti, Pérez o López, Ramírez o Rodríguez, porque la realidad iguala tanto como la muerte y, a excepción de la bendición divina, sólo la ciencia puede salvarnos y devolvernos la rutina que ahora valoramos porque nos hace tanta falta y estamos excluidos.

Todo cerrado, menos el ser con sus ilusiones ni la posibilidad del sueño. Restaurantes y librerías, peluquerías, bares y salas de fiesta. Dura, terrible realidad, y muy pocos comprenden la urgente necesidad del aislamiento social como posible solución. Quedarse en casa. No joder, que debería ser el onceno Mandamiento. No salir a menos que sea por extrema y obligada urgencia.

Consciente de que son muchos los que viven y mantienen a sus familias por el día a día. Chiriperos. Vendedores informales. Barberos y peluqueras. “Son muchos los humildes de mi pueblo”, dijo el poeta. Antes, como presumiendo de sabio, otro poeta también macorisano, lo esculpió sobre la página en blanco: “Vosotros, los humildes / los del montón salidos…” Dijo vosotros. No dijo nosotros, y lo dijo bien claro. Y es un vosotros que ahora no existe porque estamos sobre la misma tierra.

Es esta, o será, una crisis también del espíritu. No son pocos los profesionales de la psiquiatría, aquí y allá, que vaticinan una crisis mental de grandes dimensiones. La magnitud de la crisis económica ya es un hecho.

¿Lo advirtieron las Sagradas Escrituras? Sí. Todo está en ese Libro. Todo ha sido dicho. Lo dijeron los dioses y no el Hombre. ¿Hacia dónde vamos? Pues creo que ni el destino lo sabe en este momento.

Pues ya el azar no existe y, por el momento, ha muerto el abrazo, pero no la confesión.

Ningún país del mundo estaba preparado por más que los políticos digan lo contrario. Ellos bien lo saben. Ningún país. Nadie sobre la tierra.

Cada minuto en New York mueren dos personas y, como las agencias de pompas fúnebres no dan abasto, algunos parques han sido convertidos en cementerios porque hay que recoger los cuerpos, no como en Guayaquil, Ecuador, pero tan dolorosamente y sepultarlos como sea en esta emergencia sanitaria.

Se necesitan con extrema urgencia respiradores y crematorios, camas en los hospitales y hasta lugares donde enterrar los cuerpos. La ciudad de New York está vuelta lo que nunca fue: un fantasma. O un espacio al que la ausencia ha llenado de fantasmas. Nosotros mismos ya somos fantasmas. Fantasmas que, cuando somos responsables, vagamos todo el día en las habitaciones de la casa, cruzamos al balcón y echamos un vistazo al cielo y regresamos al cuarto, chequeamos el celular y esperamos con ansias los informativos, nacionales y extranjeros. Sintonizamos Telemicro o Color Visión, CNN o Telemundo, Univisión y su Noticias 23.

Pero nada. Son extremadamente largas las horas cuando pensamos que la muerte nos llama.

El gobierno dominicano lo ha hecho bien, por más que se diga, aunque debe ser más enérgico debido a que muchos no quieren comprender que esta realidad no es un juego. El mundo está devastado, pero no vencido. Está diezmado y cambiado, pero no destruido.

Ahora sí es cierto que somos instrumentos del destino.

JPM

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Mena-Henriquez
Mena-Henriquez
4 Años hace

Radames Reyes-Vasquez: Vibrante, esperanzador, vigorosamente humano, porque el agua es según la fuente originaria.

Maria Belén Chacón
Maria Belén Chacón
4 Años hace

A mi me encanta la forma poético descriptiva de este enfoque. Cada vez que sale un artículo de este señor lo leo con fruicion y delectación sublimes. Ojalá se anime y escriba un libro sobre sus vivencias, yo sería la primera en adquirirlo. Felicidades señor Reyes Vasquez.

Don Persio
Don Persio
4 Años hace

Sin duda alguna, extraordinario escrito del hermano gemelo de Geraldino González.