Discusiones del presente

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LA AUTORA es vicepresidenta de la República, abogada y política. Reside en Santo Domingo.

La democracia sigue en juego, en el país, en la región y en todo el mundo. Por lo menos en los términos en que aspiramos a que exista en la actualidad. Cuando el mundo griego adoptó la democracia como sistema de toma de decisiones, lo hizo con la idea de formar líderes que respondieran por las preferencias de los que no estaban en disposición o en condición de asumir puestos de liderazgo.

Resulta evidente que se trataba de una democracia endeble, porque no se consideraba que todos los seres humanos eran ciudadanos y que, por ende, tenían derecho a ser parte de la misma. Pero nos hemos quedado con el término para actualizarlo y convertirlo en la síntesis del ejercicio legítimo del poder, que no es más que asegurar que la función pública se ejerza con imparcialidad, con pluralidad y empatía.

Los ciudadanos, que cada vez están más defraudados con la política, no pueden olvidar nunca que las elecciones son la puerta de entrada de la democracia y que su voto es la llave con la que se abre. Tampoco deben olvidar que el momento del voto no es el único momento en el cual la democracia necesita de los ciudadanos. Se trata de una labor constante, puesto que el resultado en la urnas no es el único criterio para medir la legitimidad democrática.

Cada vez más, en la medida en que nuestro país se educa más y obtiene mayores libertades económicas y sociales, se requiere que los ciudadanos se involucren en las discusiones y debates en torno a los problemas que enfrenta la sociedad. El hecho de que los ciudadanos hoy tienen más acceso a información pertinente, debería resultar en el aumento de los indicadores de participación ciudadana.

El problema está en que se nos ha hecho creer que la participación de los ciudadanos en el sistema democrático es un asunto meramente aritmético, es decir, mientras más personas ejercen el voto, más legítima es nuestra democracia. Es un indicador, sin duda alguna, pero no el único y, ciertamente, la participación electoral no tiene sentido si los ciudadanos no sienten que su voz es escuchada.

Es por ello que en un momento como el que vivimos ahora, que en menos de un año tendremos 3 grandes momentos electorales, que son importantes y fundamentales para la democracia dominicana, tenemos la gran oportunidad de generar espacios de debate y discusión sobre el presente de la República Dominicana, sobre qué hacer ahora para que nuestro futuro sea aún más promisorio.

El ritual electoral y los múltiples fenómenos plesbicitarios a los que somos convocados, no pueden servir tan solo para afianzar las posturas ideológicas de una mayoría que aplasta sobre las de una minoría que se siente aplastada. Son oportunidades para que todos los ciudadanos comprendan la dimensión de la postura que asumen como propia, para que puedan enriquecerla e incluso modificarlas.

A la manifestación inequívoca de la voluntad popular en las urnas, le debe preceder el debate amplio de las ideas, que los ciudadanos puedan desmenuzar las propuestas políticas y enriquecerlas con sus aspiraciones.

La historia de la democracia no termina con la conquista del sufragio universal y el desarrollo de las instituciones del sistema; por el contrario, se construye cada día más con la participación de los ciudadanos y la resiliencia de las instituciones políticas, que cada cierto tiempo deben entrar en un proceso de destrucción creativa, de donde surjan nuevas ideas y propuestas para enriquecer el debate. Vivimos en democracia, pero nos falta mucho para ejercerla, mientras exponer y debatir las ideas sea objeto de censura y ataques despiadados. Construyamos todos juntos la democracia que merecemos y anhelamos.

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