De tolerancia y farsantes
Tolerancia es esa palabra que remite a más que a soportar las opiniones distintas, la gente distinta, las cosas diferentes, a respetarles, sin menoscabo de lo que pensemos o asumamos, sin detrimento de nuestras acciones, de la defensa de nuestras causas.
Es un término tan apelado, tan usado para llamar a evitar agresiones en la discusión de ideas disimiles, a veces tan opuestas….
Sin embargo, es igual tan olvidado a la hora de intentar imponer criterios, que terminamos aislados de los que no comulgan con nuestras ideas y peor, hacemos creer que toleramos, que aceptamos, aunque no compartamos la diversidad de verdades contrapuestas a las nuestras.
Más es una postura falsa, que insulta, que ofende a la palabra que ayuda a cubrirnos hasta de la violencia cuando los ánimos ya han subido a su punto más álgido.
Así, hay dos tipos de engañosa actitud “tolerante” la de los que oyen al adversario y “respetan” sus criterios para luego apartarlos, marginarlos y la de los que asumen una postura loable frente al discurso contrario, pero a espaldas lo lapidan de forma repugnante.
Ambos casos son generados por la necesidad de mantener poses, de construir esa imagen de altura, de pensadores que guardan respeto por las diferencias, porque vende un perfil de elegancia, de madurez, de sosiego.
Nada más falso, más execrable que ir por la vida como si en pública subasta ofertáramos la visión que queremos dar al mundo, a veces tan lejos de la real, al punto de que en público hacemos planteamientos tan distintos a los que emitidos en privado.
Ofrézcome.
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