Ciencia y moral en la violencia que arropa el país

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EL AUTOR es comunicador. Reside en Cotuí.

Con la nueva versión de la moral política dominicana, en todos los rincones del país se sella el concepto degradante hacia donde marcha una sociedad sin frenos desbocada al abismo.

 

El periodismo sigue marcando una ética fuera de la moral y por dar el «palo» caen víctimas y victimarios sin medir consecuencias desde aquel colimador que una vez fue sagrado. La tarea del periodismo en una de sus vertientes es informar –y es necesario informar con coraje moral y verdaderamente—no agota, no con mucho, las razones de existir de un periódico.

 

La prensa puede hacer público, en el decoroso contexto de las leyes, cuando quiera. Pero si no se le presta una pizca de seria atención por parte de quienes tienen en sus manos las riendas del poder, esa libertad de expresión es negatoria, es nula, no existe.

 

Si fuera por lo que ha gritado la prensa, ¿se han frenado los notorios excesos de poder? ¿Se ha puesto coto y dique a la tan denunciada corrupción administrativa? ¿Se ha frenado el narcotráfico? ¿Se ha impedido que se perpetren desenfadadamente hechos como el rapto de una joven ayer en La Vega luego de un ajuste de cuentas? ¿Se ha disminuido el siniestro y macabro «Gatillo Alegre»? ¿Han cobrado acaso respeto los institutos castrenses a los requerimientos y dictámenes de los tribunales? Verdaderamente, no.

 

Vivimos en una sociedad donde todo el andamiaje de la justicia tiene facha de embustero. Vemos como las magistraturas y todas las Hildas caen por tener ese distintivo dentro de un sistema judicial podrido que se extiende desde los asistentes de fiscales hasta los alguaciles. La impunidad en ese sentido está vigorosa.

 

Vemos por otro lado como los medios de comunicación se compactan en un solo dueño convirtiéndolo casi en una dictadura tiránica sin un cuarto poder vigorizante. Hemos dicho hasta el cansancio que la libertad de expresión no se limita al hablar por hablar, de escribir por escribir, sino que se le escuche para remediar los males de la sociedad y estimulo fecundo para establecer el bien. Cualquiera diría que a esa prensa la han reducido a desempeñar el inútil papel de una cornisa barata en la fachada de una democracia de «Cartón».

 

En todos los estamentos sociales –incluyendo al cacareado Cuarto Poder, la Iglesia, el mismo Gobierno–, lo que existe es crisis moral. Nos hemos corrompido; nos hemos deformado. Esto es un asunto serio como diría Aquino Vargas.

 

Señores y señoras, estamos en plena fase experimental de la concepción audaz de la existencia humana que se funda en el desarrollo empírico del intelecto. Ciencia. El juego peligroso con los elementos y fuerzas naturales como único camino de superación y felicidad, dejando atrás con menosprecio suicida lo pertinente a las necesidades del espíritu. Como si no hubiese espíritu.

 

Y aunque usted no lo crea, esta es la dirección que, con el instrumento poderoso del totalitarismo, se le quiere dar a la civilización contemporánea, aplastando en arrollador impulso a la libertad y estableciendo un nuevo orden social construido sobre el pivote fatídico de la esclavitud. Ahí está el ejemplo del Populismo Chavista en Venezuela y la anacrónica tiranía de los Castros en Cuba.

 

Lo que sucede en Dominicana no es ajeno a otras partes del globo terráqueo. Es una plaga universal. No hay actualmente un rincón del globo donde no se plantee el conflicto. Y en términos bien apremiantes, por cierto. Pero es un conflicto que inevitablemente ha de librarse primero en las conciencias. No en balde las avanzadas del totalitarismo le conceden tanta importancia a la propaganda. Esa invención de la psicología aplicada que sirve para controlar a voluntad la imaginación y los sentimientos de la muchedumbre. Y es ahí en ese terreno imponderable de las ideas donde hay que salirle al paso.

 

El populismo, la falta de respeto, los gobiernos facinerosos, las instituciones de un Estado de Derechos podrido es el resultado de esta clase de escuela nueva, pero que es más vieja que el dolor del hombre. El conflicto  lo produce el batir de las categorías materiales contra los baluartes del espíritu. Valdría decir del monstruo del totalitarismo contra los pilares de la Libertad.

 

Ante ese espectáculo, no es necesario, ¡oh no!, renegar del progreso científico, que es, por ahora, el manto con que el monstruo se cubre y se disfraza; sino atemperarlo con una sabiduría como la que Bajanmin Franklin en 1780 nos señala, elevando a igual altura la jerarquía de lo que él llamara «ciencia moral».

 

Sin esto, los rumbos de la ciencia material conducen inevitablemente al exterminio de la especie. Al Abismo.

Jpm

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