Celeste Woss y Gil

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He decidido entrar en el lugar sacramental donde reposan los restos mortales de la primera profesora de artes plásticas dominicana, doña Celeste Woss y Gil. Una vez junto al venerable mausoleo que guarda la osamenta de la ilustre pintora toqué el vidrio de aquel panteón y le invité con distinción a airearse por los museos de arte de Santo Domingo. Quedó atraída con el brillante desarrollo que habían logrado sus ex alumnos de la Escuela de Bellas Artes del Ateneo Dominicano. Las pinturas que vio plasmadas en aquellos lienzos con fondos blancos vienen siendo la impensada expresión de una siembra fervorosa difundida por el intenso amor de una maestra de excelente y bien atendidas virtudes pictóricas. En esta dulce revelación que hago sobre cómo los lienzos blancos recobran vida con el beso suave del pincel de un artista me provoca portear una frase del afamado pintor español Joan Miró. Y dice así: “Al cabo de un tiempo de estar trabajando en un lienzo puedo sentir cómo me estoy empezando a enamorar con el amor que nace de la comprensión lenta”. Vio ella en las galerías y museos recorridos los dibujos de sus desnudos y no faltaron las zapatillas color oro de los duendes de su espejismo etéreo y, como era natural esperar, vinieron a su memoria de muertos los recuerdos milagrosos de sus propios frescos, como si se le hubiese implantado un chip Zoe que graba la vida entera de una persona, de aquella película famosa canadiense-alemana protagonizada por Robin Williams y Mira Sorvino denominada La memoria de los muertos, rodada en 2004. Los colores de los caminos que trazan los artistas con singular talento permiten, las más de las veces, a seres que han venido a la vida con la virtud especial que sólo puede obsequiar Dios, para que animados por una inspiración divina germinen en los suelos de sus patrias como el brote de un semillero a partir del semen de una planta floral. ¿Quién no se habrá asombrado agradablemente con la galantería de una flor ingenua? ¿Quién que no haya nacido con la gracia de disfrutar de la particularidad de las abejas recolectoras no se deleitaría al ver a éstas recoger el néctar que se destinara a la producción de miel o en saber que el color preferido de las abejas es el azul? La sensibilidad de saber distinguir desde la imaginación a la sustantividad la tonalidad de una flor sin invalidar el símbolo del amor de una rosa roja es un signo admirable y una muestra de la relación extraordinaria del artista de la plástica con el Creador a través del dibujo o del retrato. Alguien con talento llegó a expresar con sobradísima razón que el artista ve lo que ya no existe o lo que todavía no ha existido en la realidad. A esa capacidad sublime se le suele llamar sensibilidad. Una artista dominicana, como Celeste Woss y Gil, nacida con el talento grandioso y con la sensibilidad sobrada para expresar sobre el lienzo virginal una obra de arte emocionalmente sobrecogedora por la nobleza de su hermosa temática debe recibir de su pueblo agradecido la gloria más prominente y perdurable con que debe ser galardonada la imaginación.Doña Celeste, como Van Gogh, imaginó pintar sus sueños y lo pintó. Por ese hermosa fantasía del pintor holandés recojo una de sus frases más señalada: “Cuando siento una necesidad de religión, salgo de noche y pinto las estrellas”. Celeste Woss y Gil, un nombre de mujer con la validez del oro, que llegó a caminar por las tierras dulcificadas de los más celebrados artistas de la plástica, como son Francia, Estados Unidos y Cuba. Se educó con honores en la afamada The Arts Students League de Nueva York así como también en la Escuela de Bellas Artes de Santiago de Cuba. En esta última escuela recibió clases de paisajística del reputado profesor cubano José Joaquín Tejada Revilla, quien tiene una obra cumbre denominada La lista de lotería o La Confronta. De sus relaciones de estudio de arte con el esclarecido artista dominicano de la plástica y renombrado escultor don Abelardo Rodríguez Urdaneta, se dice que cultivó con esmero su afición por el romanticismo y, sobretodo, su paciencia y su perfeccionismo, cuyas dotes quedaron estampadas en la belleza y la vitalidad de los trazos de sus obras. Nuestra insuperable Celeste era, nada más y nada menos, que la hija del dos veces presidente de la República Dominicana Alejandro Woss y Gil y de doña María Ricart Pérez, de cuyos padres se dice que heredó su alta capacidad de razonamiento, su prestancia social y su dedicación a la lectura. Su emocionalismo lo llevó a sus pinturas sin los vuelcos repentinos de algunos pintores que cuando pintan parecería como si quisieran romper bruscamente la policromía del fenómeno del arco iris. Ella pudo desarrollar la fantástica propensión artística de intimar con los personajes de sus obras, hasta el grado de volverlos casi humanos, razón por la que algunos de sus más íntimos amigos opinaban que en sus momentos de deleitosa gravitación estética esta maestra y pintora excepcional dialogaba metafóricamente con los personajes de sus dibujos. Los trazos preciosos y vigorosos de las pinturas de doña Celeste se decía, con razón, que tenían la magia del pincel del cuento chino de aquel niño que soñaba con ser pintor; se habla también de que las enseñanzas pictóricas del maestro Jaime Colson influyeron grandemente en la trayectoria formativa de doña Celeste Woss y Gil, sobretodo en ese mundo fantástico de los colores. Ella vio en las galerías y museos recorridos los dibujos de sus desnudos y las zapatillas color oro de los duendes de su espejismo etéreo y, como era natural esperar, vinieron los recuerdos milagrosos de sus propios frescos, los cuales llegaron a ganar fama mundial en los lugares donde fueron exhibidas sus pinturas. Al final de aquel paseo cautivador de viejos ensueños, de vuelta a su sepulcro, se despidió de mí con alma complacida y ojos llorosos de difuntos celestiales, como aquel famoso dibujo de la Magdalena en el desierto, con los ojos llorosos vueltos hacia un pequeño crucifijo atada al tronco de un árbol, del pintor barroco italiano apodado Guercino. Y yo, afligido por aquella desconsoladora despedida de una hacedora de talento y de obras artística virginales, finalmente volví cariacontecido a mi mesa escritural a continuar este ensayo con pasión llameante dedicado a doña Celeste Woss y Gil, la pintora grandilocuente que una vez dejó sus hermosos y deslumbrantes retratos colgados en la sala de los corazones enternecidos de la patria, como si fueran las líneas de un poema que al oírlo ablandan nuestras esencias y nos hacen llorar reciamente.

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