Caminantes de la niebla

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El autor es escritor. Reside en Nueva York.

Fuimos transeúntes de un mismo sendero. Compañeros de ocasión de una terrible jugarreta del destino. Mientras atisbaba en la penumbra, un no sé qué  me inducía a buscar a alguien de igual filiación o raza, que pudiese estar pasando por las mismas que yo, en aquel terrible derrotero en que me debatía. Voces desencajadas, de esas que uno no quiere escuchar hasta no ver lo ineludible, me acercaban a ti, antes que alejarme.

Y no era capaz de entender que, solo en ocasiones como esta, pueden hermanarse alma y sangre, cuando de filiación y afectos se trata.La noche, oscura y taimada, me envolvía en sus crueles garras, a la espera de afincar en mí el zarpazo mortal. Y, en medio de la inconsciencia y la sinrazón, apenas atendíaa buscar en mi interior respuestas ante lo insondable, algoque no era capaz de entender.

Por momentos, me dejé llevar en brazos de la parca, engañosa como siempre por capturar incautos que se dejen atrapar por sus melosos y traicioneros artificios.

Y mientras me dejaba envolver, flotando en aguas que creí plácidas y tibias, tuve aquella divina visión en la que nos cruzamos, tú de regreso triunfal de la traicionera ruta, al tiempo que yo apuraba la cicuta y me dejaba conducir por Caronte, experto, como siempre, en suspérfidas ocupaciones.

Nuestras miradas se entrecruzaron de repente, no sécómo ni porqué: tú regresabas de apuntalar la batalla por la vida. Yo, apuraba el paso, sin más ilusiones que las de atisbar, en lontananza, los últimos destellos del sol, antes de hincar la rodilla en el cieno nauseabundo que envuelve a los derrotados.

Y he aquí que, ya fuese por el brillo de tus ojos, el calor galopante de tu épica sangre recorriendo de nuevo por las venas, o, simplemente, imbuido por una acción de rebeldía, de coraje y valor, que me indicaba que aquello no podía quedar allí, todo a una se confabuló en mis sentidos para animarme a dar la batalla, en los mismos términos y condiciones en que habías dado -y ganado- la tuya. 

( … ) 

Regresamos, juntos y de la mano, de aquel antro cruel en donde estuvimos a punto de dejar lo más hermoso de nuestras vidas, sueños e ilusiones. No hizo falta mirar atrás para saber que Dios y el destino nos habían librado, en el último segundo,  de aquel destino cruel. A borbotones corría la sangre por mi interior, así como antes había llevado calor a tu existencia. 

Lo que nos quede de vida, a partir de hoy, ha de servirnos para levantar un templo, al Altísimo, por la bendición de la vida y por habernos devuelto al disfrute del abrigo y confort de nuestras familias.

Talvez, algún día, tendremos tiempo de saber cuáles insondables motivos dieron en concatenarse para salvar del mismo destino cruel a dos personas-primos, por demás-, cuyos caminos se entrecruzaron en la penumbra de la niebla, mientras uno regresaba, de vuelta a la vida, al tiempo que el otro descendía hacia el abismo cruel, a enfrentarse, con remotas posibilidades de triunfo, a la arpía que engulle al desvalido.

Talvez, algún día, podamos rememorar estas cuitas, en nuestra campiña fronteriza, mientras observamos las enhiestas copas de orgullosos pinares que un día lejano tu padre sembró para mí en el terruño de Los Reyes. 

Y esa, adorada primita, es una promesaque debemos cumplir, juntos y vivos, en homenaje de veneración a nuestros ancestros, que desde sus nobles moradas intercedieron por nuestras vidas en esta horrorosa pesadilla del Coronavirus.

sergioreyes1306@gmail.com

JPM/of-am

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