Bienaventurados los pobres de espíritu
Cuando he repasado cada etapa de mi vida, me he dado cuenta que he sido un pobre. Pero no se trata de pobreza material, ni de pobreza mental, tampoco espiritual, a pesar del ego, he sido un pobre de espíritu.
¿Qué es un pobre de espíritu? Un pobre de espíritu es como el viento, lo sientes, pero no sabes de donde viene ni a donde va, un pobre de espíritu se deja llevar, es quien está vaciado de sí mismo.
No es malo ser pobre de espíritu, Jesús le llama bienaventurados a los pobres de espíritu (Mateo 5) y la promesa es bien atractiva: de ellos es el Reino de Los Cielos. El asunto es, si es suficiente estar vaciado de sí mismo, porque también es peligroso vaciarse sin saber quién va a llenar ese vacío.
Pues resulta que no siempre huimos de Dios por soberbia, a veces huimos por ignorancia, y cuando eso pasa, somos presa de cualquier propuesta humanista, o cualquier propuesta espiritual, que aceptamos para llenar ese vacío.
Entonces el resultado es que estás lleno de eso para lo que no fue destinado tu ser y, a pesar de estar lleno, te sientes vacío, en consecuencia viene la frustración y con ella una serie de sentimientos negativos que te abaten. Por eso, muchos buscan la alegría exterior y la enajenación como forma de evadir la realidad que están viviendo.
En cambio, otros no. Otros se vuelven a sí mismos con mirada inquisidora, queriendo encontrar la verdad. Es un proceso doloroso. También el primer momento del encuentro con la verdad es doloroso, pero después del dolor viene lo que todos buscan: la felicidad:
Hacerse de nuevo pobre de espíritu, vaciarse de sí mismo, llegar al vacío total, para que entre de manera definitiva quien es, por derecho de autor desde el principio de los tiempos, dueño y Señor de ese espacio: El Amor.
El Amor es luz, y por ser luz, ilumina, esa es su naturaleza, abarca todo el espacio y lo hace resplandecer. Todo queda revelado ante la luz, todo queda en plenitud. Colma de energía hasta el más recóndito lugar de tu interior eliminando todo vestigio de oscuridad. De esa manera el Amor te hace pleno y feliz, te transforma y capacita para hacer llegar su luz a los demás.
¿Significa eso que tus emociones desaparecerán, que te convertirás en una especie de robot humanoide al cual no le afectará las acciones de los demás, que no tendrás sentimientos de ningún tipo, que serás infalible, que ni siquiera caídas circunstanciales tendrás, y andarás por las calles con una sonrisa de maniquí dibujada en el rostro?
No. Serás como cualquier ser humano, con un determinado carácter en mucho influido por realidades que no dependen de ti, tendrás la sensibilidad para la cual fuiste diseñado por tu Creador, sentirás dolor y penas, emociones negativas y positivas.
Entonces, vale la pena preguntarse: ¿Cuál será la diferencia? Siendo igual a los demás, ¿cuál será la contribución a la sociedad, al mundo, al Reino? La diferencia es que ya pasaste a ser bienaventurado, ya irradias una energía transformadora, ya no eres indiferente, ya asumes con pasión el servicio gratuito a los demás.
Ya sonríes y tu sonrisa contagia, ya hablas y tu hablar convence, ya te compadece del dolor ajeno y ejerces la misericordia, ya tus acciones transforman, ya empiezas a ser aquella pequeña palanca que con un simple giro ha encendido el motor que permite que uno poco a poco se convierta en todos y todos poco a poco se conviertan en uno, transformando el mundo, construyendo el Reino.
La diferencia es que aquel vacío que tenías ha sido ocupado por el Amor, que de acuerdo a la primera carta del Apóstol Juan, es Dios, y en base a la doctrina del Dios uno y trino, es Espíritu Santo también, y te ha capacitado para ser Libre.
Te ha capacitado para ejercer tu libertad, dominar todas las sensaciones, sentimientos, emociones y deseos, haciéndolos coincidir con la Voluntad de Dios. De esa manera se cumple la promesa de la bienaventuranza que dice: «bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de Los Cielos» (El autor es empresario de agronegocios e investigador agroindustrial).