Asesino de Dios, novela de Mario J. Cedano (2 de 2) 

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EL AUTOR es abogado e historiador. Reside en Santo Domingo.

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES 

En este nuevo trabajo literario, que es la novela Asesino de Dios, el autor se refiere a unos tesoros diabólicos y a un bosque de las culebras.  

Como lector uno podría olvidarse de dichos tesoros, pero no del bosque, el cual ayuda a rememorar árboles y arbustos que en el pasado hacían parte importante de la floresta dominicana, y que ya no existen por culpa del ecocidio que ha ido empobreciendo el medio ambiente nacional. 

Pertinente es entonces decir que ese bosque imaginario de Mario J. Cedano retumba como un eco de la denuncia contenida en la carta encíclica Laudato Si, patrocinada por el papa Francisco. 

En Asesino de Dios hay trazos del sincretismo mágico religioso tan abundante en el Caribe insular; con claras demostraciones de los amplios conocimientos que tiene el escritor sobre la sociología criolla. 

Da en el centro de la diana con la creación del personaje Tajulo, moviéndose en un pestilente mercado con venduteros con voz aguardentosa pregonando sus productos entre  mesas cargadas de frutas, víveres, carnes, botes de agua para la suerte, imágenes de santos y presume uno que pescado, como en aquel “evanescente reino de los olores” del pútrido e imaginario mercado parisino inmortalizado por el escritor alemán Patrick Süskind en su famosa novela El Perfume. 

Tajulo, surgido de la fértil imaginación de Cedano, es un vicioso que se deja conducir por un maniobrero vuduista hasta el ficticio Lago de los Puñales y de ahí cae en medio de 666 puñales y frente a un espectro que surge de una tinaja llena de sangre. 

Oportuno es aclarar que se trata de una escena sin ninguna vinculación con la religión que hace siglos floreció en algunos países africanos, entre ellos Malí, Senegal, Benín, Nigeria y Costa de Marfil, en el lado occidental de África. 

Sí está ambientado dicho drama con hechizos, fetiches, sangre, humo, contorsiones frenéticas y otros rituales alejados de la filosofía vuduista aunque algunos persistan en confundirla con la práctica mágico-religiosa conocida crudamente como vudú.  

La frustración vivencial del Tajulo creado por Cedano nada tiene que ver con el olfato y la maldad de Jean-Baptiste Grenouille, el protagonista de la citada obra de Süskind, ambientada en la Francia del siglo 18, la cual llevó a la fama universal a su autor. Pero ambos son personajes malditos y la creatividad del autor dominicano oriundo de Higüey no va a la zaga de ningún otro.   

A pesar del título de su novela, Mario J. Cedano no se lanza, como el fraile italiano de la Orden de los Predicadores Tomás de Aquino, (llamado el expositor) a plantear la solución del conflicto dialéctico entre filosofía y teología; lo cual sí hizo el teólogo y filósofo nativo del poblado d Roccasecca, en la provincia Frosinone, en la Italia central, basándose en su gran conocimiento del pensamiento de Aristóteles.  

Dicho lo anterior aunque desde el 6 de diciembre de 1273 Santo Tomás de Aquino se negó a seguir escribiendo y ni siquiera quiso terminar su famosa obra titulada Summa Teológica. 

 No era necesario que entrara en esas disquisiciones, porque el objetivo buscado y logrado por Cedano queda satisfecho en la diáfana descripción que hace sobre las falencias de una sociedad en la cual se cometen injusticias como las señaladas en varios capítulos de Asesino de Dios. 

Es evidente que Mario J. Cedano, con su proverbial sabiduría, busca en esa obra, además de muchas otras cosas de elevación espiritual, poner de relieve la conocida “doctrina de doble verdad”,  basada en elementos filosóficos y religiosos. 

Dicha doctrina, sea válido decirlo, le provocó infinitos sinsabores e injustas malquerencias a su creador, Averroe, el sabio filósofo y médico musulmán de la Córdoba andaluza. 

Al terminar la lectura de Asesino de Dios sus lectores podrán proclamar que han participado en un festín cultural, no muy frecuente en las letras dominicanas. 

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