Sobre "desfases" y “cambios de paradigmas"
Que
entre una generación humana y la que le sigue hay siempre un
«desfase» de espacio y tiempo es un hecho social e histórico que no
admite discusión, y lo mismo puede decirse de los referentes de pensamiento y
conducta personal o colectiva: se tensan, se quiebran, se deshacen y cambian
con cada ciclo joven-adulto (sólo ciertos valores propios de la religión y la
filosofía escapan por veces al descalabro). La historia, empero, no avanza como
simple ruptura con el pasad en realidad aparenta tener, como sugería un gran
alemán, «un desarrollo en espiral». Esas
apreciaciones elementales, sin embargo, se tornan bastante parecidas al
descubrimiento del helado en cajita cuando se esgrimen con aire de
autosuficiencia intelectual para estigmatizar a las generaciones adultas por el
simple hecho de que son tales, y mucho más si se sabe -¡vaya por Dios!- que los
que lo hacen (un puñado de papagayos sin talento que razonan como el bodeguero
que solo vende al contado y actúan como abuelo en fiesta de disfraces para
adolescentes) carecen de argumentos de rigor (o no pueden “conceptualizar”,
como se dice ahora) y se ven obligados a semejante ejercicio de descalificación
fraudulenta -con base en manidas «frases tipo cohete»- justamente por
esa ausencia de recursos para el debate. En
ese tenor, luce necesario recordar una perogrullada histórica: el cambio
evolutivo (esto es, hacia adelante) es la tendencia más espontánea y lógica de
la naturaleza, la sociedad y el pensamiento humano, pero no se trata de una ley
absoluta del devenir ni de una regla inmutable: también hay cambio involutivo
(o hacia atrás). Y ambos, por lo demás, pueden ser empujados o protagonizados,
alternativamente, lo mismo por las nuevas que por las añejas generaciones. En
lo que a esto atañe, todo dependerá de las ideas que se abracen y la conducta
que se exhiba: muy bien se sabe que ni los descerebrados ni los bergantes ha
hecho nunca nada importante por la humanidad. De
todos modos, talvez se imponga repetir por enésima vez que «desfase»
no necesariamente significa avance o progreso (si así fuera el planeta ya no
sería «ancho y ajeno» para tanta gente), y una vuelta de tuerca de
los “paradigmas” tampoco implica «per se» ascenso y mejoramiento (la
mejor demostración de ello es el triunfo del “sálvese quien pueda” en el mundo
luego de casi veinte siglos de promoción de los valores cristianos y de las
ideas de redención social que preconizan la solidaridad y la justicia). O sea:
si bien el “desfase” histórico y el “cambio de paradigmas” son inevitables y en
principio apuntan hacia el adelanto, no es una constante en la historia humana
que terminen significando esto último. (Y
cuidad hay tarugos que creen que el simple hecho de ser joven equivale a
representar los “nuevos tiempos” y las posibilidades del mañana, y que ser
adulto otorga la representación obligatoria de lo contrario. Pero eso no es en
absoluto ciert sólo lo es si existen los cimientos espirituales y la actitud
para ello. Ser joven, realmente, es tener la pasión, la rebeldía, las ideas
renovadoras y el empuje existencial vigoroso del cambio hacia adelante. No
importa que se tenga 17 o 25 años: si se carece de esos atributos no hay
encarnación de lo “nuevo” o lo “renovador”. Ni César -adulto en su época de
laureles- estuvo “desfasado”, ni Nerón -casi púber cuando gobernó- fue de
“avanzada”. En nuestro tiempo, en particular, el fenómeno es más que evidente:
abundan los jóvenes generacionalmente amanerados, es decir, peleles, sin
sensibilidad, avariciosos, cobardes, oxidados, sin ideales, retorcidos,
vividores, chupamedias y ¡hasta conservadores!). Más
aún: los “desfases” y los “cambios de paradigmas” en el acontecer histórico (y
en esto justamente erraron los marxistas a pesar de las bondades analíticas del
Materialismo Histórico) ordinariamente no producen transformaciones duraderas
ni avances estructurales irreversibles: generan ruidosas explosiones verbales
-individuales colectivas-, decretan la muerte de las “viejas” doctrinas
-morales, religiosas o políticas-, desarraigan y destripan las instituciones
para “refundarlas”, y -en fin- ponen todo “patas arriba” en la sociedad, el
imaginario colectivo y el Estado, pero su victoria siempre ha sido coyuntural y
efímera, pues todo el andamiaje societal creado a la larga implosiona y cae
como un castillo de naipes. Algunos portentosos ejemplos son muy recientes como
para ignorarlos: la Comuna de París (1871), la Revolución de Octubre en Rusia
(1917), el proyecto fascista de Mussolini (1922), el Tercer Reich de Alemania
(1933) o los regímenes comunistas de Europa del Este impuestos con los tanques
soviéticos (1929-1968). La
moneda, claro está, tiene su reverso y no hay que hacerse el sueco ante él: las
más estables y funcionales modificaciones de la realidad social e histórica que
ha conocido la humanidad -con un par de excepciones que confirman la regla- han
sido el resultado de alianzas generacionales (jóvenes y adultos pensando y
actuando con base en metas comunes), mezcla de rupturas y continuidades, y una
clara hibridación de ideas, estilos, métodos, programas, cometidos y hechos.
Más que la ruptura revolucionaria o el lance a muerte entre generaciones -hay
que decirlo sin miedo al espanto conservador y al “truño” izquierdista-, la
coalición adultez-juventud y la reforma han sido las grandes aliadas del
progreso de la humanidad. ¿Dudas? La Historia, estúpido, la Historia. Todas esas disquisiciones vienen a cuento a propósito de que en la
República Dominicana, sobre todo a partir del despuntar del siglo XXI, se ha
puesto en boga recurrir frente a las opiniones de los adultos o las personas de
cierta edad (para intentar descalificarlos por sus críticas a los
«nuevos» modelos de ética personal, conducta política y organización
social y económica) a la apócrifa y nada original imputación de ser
«desfasados», estar “chochando” o situarse de espaldas a los
«nuevos paradigmas». Parece una combinación de la lógica anticriminal
de Batman (en Ciudad Gótica) y la ciclónica trama existencial de Blade (el
cazador de vampiros), pero sin coartada ante las enseñanzas del devenir
históric desde los divinos griegos hasta nuestros días es harto sabido que
esa ha sido una barrabasada bastante costosa para la la humanidad. (En
nuestro país la situación es especialmente curiosa: si usted cree que el ser
humano debe tener valores y principios, está desfasado. Si usted cree en el
humanismo -cristiano, socialista o liberal- y en los derechos de la gente, está
desfasado. Si usted cree que la política debe ser desinfectada y convertida en
una actividad noble y de servicio, está desfasado. Si usted cree que el modelo
neoliberal es una estafa económica para la gente sencilla y propugna que el
Estado no ceda su rol de regulación y protección social, está desfasado… Esto
es: si usted mantiene una postura crítica en esta atmósfera social de hoy
-favorable a los que no creen en nada y dejan que otros piensen por ellos- le
tocan aplausos chinos: es un «outsider» ante los “nuevos
paradigmas”). No
se puede olvidar, por otra parte, que la imputación de marras es un lugar común
en el acontecer pasado y presente (y en especial en el laborantismo político),
y su fundamento conceptual -como ya se ha insinuado- no tiene nada de novedoso,
salvo para los desinformados de solemnidad: se trata de un chantaje de baja
ralea reiteradamente usado por quienes, prevalidos de las estridentes victorias
de la iniquidad, pretenden erigirse en árbitros del pensamiento y la conciencia
sociales. Y que conste: los “desfasados” no son culpables de la ausencia de
referencias históricas y culturales de los “modernos” o “nuevos” postulantes de
la razón política, pues cuando de mayores de edad se trata cada quien es
responsable de su instrucción, su ignorancia o su traje de babieca. Tampoco tienen nada de “renovadoras” -y hay que enfatizarlo- las apuestas
partidistas o vivenciales en el sentido apuntado. No es nuevo que haya gente en
el mundo cuya ética individual sea la «búsqueda» de «lo
suyo», el apego a las mamas del poder, la indiferencia frente a los
infortunios de sus congéneres o el desprecio por la solidaridad humana. No es
nuevo que haya gente que entienda la política como un negociado y apoye el
pillaje, la corrupción y la impunidad. No es nada nuevo que haya gente que
respalde ciertos modelos de organización socio-económica sin conocerlos (es
decir, por vacuidad mental) o que se enganche en estructuras polítiqueras (por
necesidad de supervivencia, pues no posee talento para vivir y progresar con
medios personales honrados) soportando con una impúdica sonrisa en los labios
la putrefacción y el hedor… Nada de eso tipifica un “nuevo paradigma” sino, a
la inversa, una vieja y muy conocida maña. (Otrosí: en la actualidad, si usted es cristiano y practica su fe de
verdad, está desfasado. Si usted cree en alguna ideología política y atesora
convicciones reformistas o no conformistas, está desfasado. Si usted no hace
“lo que sea” para incorporarse al consumismo y exhibir sus haberes, está
desfasado. Si a usted no le da “tres pitos” lo que ocurre en la sociedad y se
indigna ante la ilegalidad y la injusticia, está desfasado. Si usted no vitorea
a los “yuppies” y los “lobbystas” al servicio de las grandes corporaciones,
está fuera de los “nuevos paradigmas” de éxito… Lo curioso -nota al margen-
es que buena parte de los que no están “desfasados” y presumen de los “nuevos
paradigmas” -intelectuales sin probidad, papanatas con currículos que parecen guías
telefónicas, mercaderes de la comunicación, políticos conversos, empleados del
Estado, beneficiarios de programas públicos, etcétera- se encuentran en peor
situación material que sus criticados: mueve a risa, pero el grueso de los
devotos del oro apenas tiene cobre para vivir). Naturalmente, lo otro es que los «nuevos» esquemas éticos nos
han retrotraído a la época de la barbarie en aspectos medulares de la vida
social (ignorancia desbordada, cretinismo en ascenso, delincuencia
incontrolable, insalubridad elemental, latrocinio desenfrenado, hipocresía
generalizada, adulación institucionalizada, etcétera), las «nuevas»
formas de hacer política han prostituido a los partidos y el Estado (huelgan
los ejemplos) y los «nuevos» modelos de organización social y
económica han fracasado (no sólo no han resuelto los problemas humanos básicos
sino que los han agravado), pero sólo los «desfasados» y los que está
fuera de los «nuevos paradigmas» parecen reparar en eso… Por
cierto, no se sabe por qué los no “desfasados” que encarnan los “nuevos
paradigmas” no acaban de reconocer que han prescindido de Dios y sus magníficos
asistentes: es obvio que no los necesitan… (Quien escribe, de su lado, creerá
en su filosofía existencial cuando dejen de invocar al Todopoderoso en la
crisis, en la enfermedad o al borde del sepulcr ¡ay, ñeñe, así si es bueno!). Por
fortuna, empero, todo aquello es pura pirotecnia verbal de los “no desfasados”
y los feligreses de los “nuevos paradigmas”, y -como ya se ha dicho- las victorias
de los maniqueístas generacionales son invariablemente coyunturales: responden
a determinados ciclos de la historia humana, más que a la superioridad
cualitativa de sus formulaciones, y por eso a la postre la humanidad termina
siempre saliendo de la modorra, viendo con claridad dónde están sus verdaderos
intereses y haciendo añicos esa racionalidad de egolatría, servilismo,
frivolidad y hartazgo. Lo que queda, finalmente, es la vergüenza y los golpes
en el pecho, brillante y ejemplarmente recogidos por los textos sobre héroes y
villanos del ayer que todavía se cursan en las escuelas y las universidades…
La Historia, estúpido, otra vez la Historia. El
autor, pues, pide disculpas por la franqueza de estas notas (sobre todo a
quienes se sientan aludidos por ellas), pero no puede dar la callada
diplomática como reacción ante la recurrente manía de enrostrar “desfases”
generacionales y “cambios de paradigmas” para ocultar las insuficiencias
culturales y evadir el debate serio y de profundidad. Y es que esto, aparte de
que implica un inaceptable acto de tigueraje mal disimulado, también se parece
demasiado -cuando de la sociedad y su destino se trata- al célebre
«negocio del capa perro»: en términos históricos el costo de
producción resulta mucho mayor que el precio de venta.
lrdecampsr@hotmail.com

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