CRITICA DE CINE: «The Other Side Of The Wind»

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A principio de los años 70, Orson Welles había comenzado a rodar «The Other Side Of The Wind» cuando regresaba a los Estados Unidos después de un exilio de varios años por Europa. Welles pensaba que con esta película se ganaría la confianza de los peces gordos de Hollywood que una vez le dieron la espalda para financiar sus películas y volvería a la cima de la popularidad que poseyó con el estreno de la magnífica «Citizen Kane«. Sin embargo, no todo salió como él esperaba. El rodaje fue caótico. Puso dinero de su propio bolsillo para filmar. La producción entró en un limbo financiero que dificultó el proceso para terminarla, a pesar de que con todas las dificultades pudo completarse en 1976. Los problemas legales y económicos que enfrentó Welles impidieron que ensamblara el montaje en la postproducción. Cuando Welles falleció en 1985, dejó algunas películas que, al igual que esta, quedaron inacabadas.

A par de años de esas contrariedades y gracias a una labor titánica de Peter Bogdanovich para rescatarla, finalmente en la plataforma de Netflix se ha estrenado esta película que se había quedado encapsulada en el tiempo durante más de 40 años. Y no hay desperdicio alguno. La última película de Welles, rodada con un estilo de falso documental que galantea con el metacine, es un drama experimental que posee un éxtasis contagioso cuando satiriza los artificios del cine de Hollywood y el cine de autor europeo de la contracultura. Aunque no esté a la altura de sus grandes obras, el estilismo visual que tiene es poco convencional, intencionalmente desordenado, de edición muy apresurada, filmado a color y en blanco y negro para contar las vicisitudes de un director de cine que se halla filmando una película experimental que piensa que podría sacarlo del olvido.

La historia de este director ficticio, J.J. “Jake” Hannaford (un memorable John Huston), es una indirecta autobiografía de Welles, cosa que desmintió en muchas ocasiones. Hannaford es un director del Hollywood clásico, un hombre de figura imponente, altivo, irónico, siempre con el cigarro en mano, que realiza una tumultuosa película tildada como su “regreso”, pero que se ha complicado por la partida del protagonista y por la falta de fondos para continuar rodando. Fuera del plató, celebra una fiesta de cumpleaños en su casa con la intención de que las celebridades que lo visitan se interesen por su filme. En la festividad hay alcohol, mujeres, enanos, maniquíes, toda una catarata de excesos. Allí lo acompañan ciertos invitados, gente cercana a él como su discípulo y joven realizador Brooks Otterlake (Peter Bogdanovich), así como también actores, actrices, directores, periodistas, críticos de cine y una docena de camarógrafos que filman cada rincón de la inmensa mansión con cámaras muy inquietas.

Huston como Hannaford es el típico personaje wellesiano: megalómano, cínico, desafiante, amado por unos y odiado por otros, el genio al que el tiempo le ha pasado por encima y se ha quedado estancado en la desidia. Inspirado en la personalidad de Hemingway y del mismo Welles, representa la efigie del cineasta del viejo Hollywood que ha sido abandonado por una industria que solo se interesa por lo nuevo. Su amistad con Otterlake, quien a su vez simboliza la nueva generación de Hollywood (una clara referencia a la fama que disfrutó Bogdanovich), es el contraste adecuado, porque cree, con una envidia latente, que la película que rueda puede igualar el éxito del que goza su pupilo y demostrar a todos sus admiradores que todavía puede hacer un cine capaz de superar a los nuevos cineastas. Es una relación casi paternofilial, pero es, a la vez, una que se derrumba por el cine, asunto que, en la vida real, también sucedía entre Bogdanovich y Welles, cuando este último le pidió capital para costear la película.

Como en otras películas de Welles, la vida del protagonista está siendo relatada desde el punto de vista de los admiradores que lo conocieron.  Rodeado de adeptos que lo siguen como ganado por los pasillos, es capturado a través de los objetivos de varias cámaras. Hay cámaras por todas partes. Las salas están atestadas de conversaciones entre actores y directores (personalidades como Dennis Hopper, Claude Chabrol, entre otros), entrevistas a actrices famosas, fotos, micrófonos y grabaciones que describen el pasado de Hannaford y que suplen información sobre su trayectoria; una lectura que robustece la metáfora del poder omnipresente de una imagen cinematográfica que se muta y que, subjetivamente, se halla en todos los rincones de una irrealidad imaginaria con la que se identifica el espectador.

La película no puede ser más cercana a las experiencias que tuvo Welles cuando la filmaba, tal y como se muestra en «They’ll Love Me When I’m Dead«, el espléndido documental de Morgan Neville sobre la accidentada filmación. Supone un autorretrato ficticio de Welles en la etapa conclusiva de su carrera cuando fue traicionado por la industria de Hollywood y por colegas que se negaron a apoyarlo, como si estuviera condenado a repetir los hechos reales en la problemática película que rodaba. La mirada formal que ofrece es íntima, radical, alocada. Su crítica ácida del sistema hollywoodense de ese período se contrapone con un tratamiento estilístico que resulta innovador para la época en que fue filmada. Posiblemente, nunca sepamos cómo hubiese sido la película si Welles la completara cuando estaba vivo, pero, por lo menos, tenemos una idea cercana a la visión que tenía en mente. Es el testamento final de un iconoclasta del cine.

Ficha técnica

Año: 2018

Duración: 2 hr 02 min

País: Estados Unidos

Director: Orson Welles 

Música: Michel Legrand

Fotografía: Gary Graver

Reparto:  John Huston, Peter Bogdanovich, Oja Kodar, Robert Random

Calificación: 7/10

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