Y ahora, ¿quién podrá defendernos?

Sueño es una palabra serena y reposada, sinónimo de descanso y paraíso. Insomnio es palabra terrible y fatal, ceño fruncido, agonía y mal humor; mal aliento, arrugas en el rostro y sonrisa destartalada, más que mueca. Pues en el sueño se consagra el deseo y el soñador es un ave del paraíso, un territorio sin sombras ni oquedades con su propio alfabeto y sus tabernas. El insomnio es una fatalidad que puede ser fértil o creativa, sobre todo cuando vivimos inmersos en un deprimente repertorio de situaciones indefinibles e imprecisas. ¡Malditas que son estas realidades! Calificados especialistas ya han advertido que se aproxima una pandemia de salud mental como si esta no bastara para jodernos ya lo suficiente.

Personalmente, siempre he tenido serias dificultades para conciliar el sueño, y ya no soporto más amitriptilina de la que he consumido siempre prescrita por prestigiosos facultativos. “Soñar, soñar la noche, la calle, la escalera / y el grito de la estatua desdoblando la esquina”, escribió con letras de oro el poeta mexicano José Gorostiza. Pero ¡cuánto nos cuesta el sueño, caramba y qué terrible es no poder conciliarlo!

En mi casa y en buena parte del mundo el sueño es más que oro, diamante o platino, porque todo se ha quebrado a veces pienso que irremediablemente. Por eso he subrayado en varias oportunidades, que nuestros horarios se han quebrado y, con ellos, las costumbres, dentro del incierto sesgo de una realidad (nuestro mundo actual)transfigurado en una sucesión de hechos donde la distancia nos acerca y nos mienta la madre

Son las 3:48 minutos de un caluroso amanecer y, tras no poder conciliar el sueño, hastiado de dar vueltas en la cama, uno se levanta, se lava la cara para disimular los restos de insomnio y entra a la biblioteca o al despacho donde trabajamos, destapa una botella de vino tinto y se sienta ante la laptop. De fondo, la música es apenas un rumor.

Afuera, en la calle solitaria e iluminada no hay ni siquiera uno de esos gatos barcinos ni un perro realengo husmeando en la basura. Uno chequea constantemente el celular y las estilográficas, de tinta negra la Cartier y de tinta azul la Mont Blanc con punto menos pronunciado, parecen dormir sobre el escritorio como si estuviesen dispuestas a esperar al artista que venga y construya uno de esos bodegones que siempre reproducen la realidad.

El insomnio mata y quiebra el sistema nervioso, revienta e inquieta porque lo hace de múltiples maneras, y es zona fértil para que la memoria asuma su responsabilidad y nos recuerde nombres y fechas, lugar donde creímos ser felices, restaurantes junto al mar y una totalidad de cosas de esas que podrían conformar el paraíso, si bien el excepcional Jorge Luis Borges pudo concebir el paraíso como una biblioteca, que en su momento era solo un recuerdo, el murmullo de unos pasos o el olfato de un pasillo atestado de libros porque ya el genio y hombre de letras había perdido la visión.

La noche es eterna y sólo es breve cuando se siente la fragante piel de la mujer que se ama. Entonces las horas son relámpagos, destellos y fugacidades muy difíciles y casi inatrapables. Pero también sucede, como en estos días sin principio ni fin, sin fechas ni, que los instantes son puñales, gotas ácidas y tibiezas que se vuelven calenturas. “La noche es un espacio de eternidad”, dijo en tono celebratorio el filósofo y epistemólogo francés Gaston Bachelard.

En eso y así estamos viviendo, a la defensiva, en una férrea batalla para que no nos contagie este virus maldito que parece más bien un arma química y no algo tan contaminante y poderoso que salió del chino que se comió un murciélago. Nos sumerge en el abismo la pregunta sin respuesta, la cartografía y las inminencias de lo probable, un tiempo de nubosidad variable, caluroso y con pocas probabilidades de lluvias. Son las circunstancias actuales, inapelables, por el momento.

No me canso de repetir que nadie sobre la tierra sabe, en estos momentos, hacia dónde ni cómo vamos, si es que vamos. Es tan terrible lo que está sucediendo en el mundo que algunos médicos, hastiados de ver los sufrimientos terribles de los afectados por el virus, no han soportado la realidad y se han suicidado. A esto hay que agregar el número de médicos, paramédicos y personal de apoyo que están siendo afectados mentalmente tras ser testigos de primera mano de situaciones insospechadas producidas ahora por una enfermedad tan criminal.

Todo nos preocupa en este momento, más que nunca. El confinamiento, el tapabocas y narices, los guantes, la cercanía física que debe evitarse. Cerrada toda actividad comercial, los necios que no respetan nada y los ignorantes que aún se niegan a aceptar tan dura realidad como si no sintieran o fuesen ciegos y sordos.

Pero se pide y se presiona al gobierno para que abra los comercios; que el transporte, carros de concho, voladoras y autobuses trabajen con normalidad, es decir, apiñadas de pasajeros, algo equivalente a un suicidio o un genocidio colectivo. En los propios Estados Unidos hay prisa por reabrir la actividad comercial y en lugares como Miami han sido abiertas algunas playas como desconociendo el riesgo que esto implica cuando se ha demostrado que, debido a que el virus es altamente contagioso, la única solución en los actuales momentos es evitar el contacto personal manteniéndonos a distancia prudente.Toda la tierra es el escenario de esta desgracia que de muchas maneras nos ha separado.

Este presente que nos gastamos es un mal momento. No podemos salir más que al supermercado, si acaso no hay delivery, ni a pasear a la mascota, y sentimos pasar el tiempo desde esta vida sedentaria impuesta por esa realidad. Somos sombras sin labios ni narices, reducidos a vestigios, esclavos de la pantalla de televisión, lectores fugaces e inconstantes debido a que no leemos ahora ningún libro en particular, tomamos uno y después de algunos minutos lo soltamos para tomar otro y así sucesivamente.

Los informativos de la radio, la televisión y los periódicos nos abofetean inmisericordemente, nos escupen el rostro, nos enceguecen; se burlan de nosotros los insomnes, los que hemos perdido la sonrisa, los que tenemos proyectos detenidos y a la espera, los que co0n razón o sin razón pensamos que mañana ya es ayer.

Ya si es verdad lo que exclama y preguntaba El Chavo del 8: Y, ahora, ¿quién podrá defendernos?

Y así pasa la vida, porque la noche es noche y en cualquier momento se convierte en día.

reyesvasquez23@hotmail.com

JPM

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Demóstenes Rivas
Demóstenes Rivas
3 Años hace

Gracias por ese artículo tan hermoso.