Violencia y cultura de la corrupción

El dato aportado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) sobre Nicaragua golpea la cara de politiqueros y falsos cientistas sociales que se han mantenido repitiendo el adefesio de que la pobreza trae la violencia, ardid disparatado con el cual estas personas hacían su “labor diaria” de acusar al gobierno y a la situación de pobreza económica, la que presentan como caldo de cultivo generador del clima de violencia que se vive en el país. Pero a pesar del dato del PNUD, no esperen de estas voces agoreras ningún tipo de retractación o arrepentimiento por tan solemnes disparates puestos a circular en los medios de comunicación. El PNUD registra que a pesar de que en Nicaragua el 42.7 por ciento de la población vive en la pobreza, y que el 7.6 por ciento vive en la extrema pobreza, la tasa de homicidios en la tierra del poeta Rubén Darío es apenas de un 8.7 por ciento. Lo que demuestra que violencia no es directamente proporcional a pobreza. La violencia parece ser generada por otras variables que distan mucho de las condiciones económicas. En innumerables escritos anteriores hemos sostenido que en nuestro país se desarrolló una cultura de la corrupción que se refleja en la vida cotidiana, y que esa manera de pensar y de accionar conlleva a gran parte de nuestra gente a buscar formas no institucionales para lograr beneficios, riquezas, ventajas o simplemente como forma de subsistencia. El hurto, la engañifa, la superchería, el “no ser pendejo”, son variables visibles de la cultura de la corrupción que permea a toda la sociedad dominicana. A lo que se le agrega la imposibilidad en la mayoría de los espacios del entramado societal de lograr movilidad social por vías transparentes. Máxime, en el sector privado en donde gran parte de los empresarios mantienen políticas económicas y sociales que impiden en muchos casos hasta el sustento diario de la gente. Mientras el Estado Dominicano mejora las condiciones sociales de los servidor@s públic@s , en la empresa privada se involuciona. El fenómeno de la cultura de la corrupción se hace más patente a medida de que la vida dominicana se fue haciendo más urbana. El éxodo campo-ciudad que se inició a finales de los años 60s hizo más grandes las zonas urbanas ante las rurales, fenómeno social que multiplicó los problemas urbanos. El campo dominicano dejó de ser un proyecto rentable para millones de personas campesinas que optaron por emigrar a las ciudades. En la ciudad sus vidas se alejaron del anhelado progreso, y sus sueños generacionales de prosperidad despertaron en pesadillas en las urbes metropolitanas. Sin embargo, fueron las generaciones posteriores, las que no nacieron en los campos, las que se radicalizaron en lograr ascenso social por senderos no institucionales. Los valores y las aspiraciones de las clases medias, que hasta entonces era la estrella que guiaba a seres humanos, practicando el ahorro, la preparación, los estudios, el emprendurismo, etc., han sido abandonados. Una persona estudiante universitaria de medicina o ingeniería era vista como ejemplo de futuro promisorio durante las décadas sesenta y setenta. Hoy día, esa aureola de mañana de oropel que abría puertas se esfumó, llevando este inmediatismo en que viven mucha gente joven a hacerle culto a la frase que amargamente dice: “El ayer es historia, el mañana es un misterio, pero el hoy es un regalo”. Dentro de la cultura de la corrupción la categoría “futuro” no entra en sus códigos personales. Todo esto sumado a las políticas económicas puestas en ejecución por diferentes gobiernos durante varias décadas, que hicieron hincapié en los renglones de turismo y zonas francas, sectores que su escala salarial no supera los 125 dólares, alejando aún más las ansias de movilidad social de la gente. El cuadro social dominante trae como secuela la vertiente más drástica en la búsqueda de bienes y riquezas de manera rápida: la violencia y la muerte, que es lo que hemos estado padeciendo en los últimos tiempos.

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