Un presidente mudo

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EL AUTOR es abogado y escritor. Reside en Santo Domingo.

Yo no voto por las palabras, prefiero decidir a favor del silencio, pero del que llega al poder más que a dar charlas, a trabajar, porque gobernar no es hablar. Un presidente mudo será la diferencia entre los predicadores y los ejecutores. La gerencia es el arte de dirigir los talentos. Lo importante del buen dirigente es cómo se maneja con su equipo, porque nadie que no juegue ajedrez, gana una partida solo.

El escritor francés Voltaire (1694-1778) usa un refrán en su obra “Cándido o el optimismo”: “Todo ocurre para lo mejor, en este mejor de todos los mundos posibles”. Ciertamente. la pandemia del coronavirus ha servido para mostrar a los candidatos sin “candidez”, sin el círculo cerrado que envuelve los discursos y las peroratas de la campaña.

En este proceso electoral,  he mirado lo que a simple vista no captaba, porque la publicidad ciega y embrutece el ánimo, hace confundir los colores: el rojo parece blanco, el morado se percibe amarillo, y al finalizar del anuncio, todos los sabores de los refrescos se parecen, pues la propaganda anula el sentido del gusto.

Balaguer duró 22 años “discurseando”, y Leonel 12 “fraseando bonito”. ¿Y? Este pueblo está harto de ríos desbordados de retórica y conferencias para la burda apariencia. Odio la melaza verbal y la demagogia pegajosa, son trampas para atrapar roedores de párrafos y estrofas. Deseo a un gobernante mudo, pero con brazos ágiles para ejecutar proyectos. Gobernar es obrar y callar.

Los años han vencido al poeta, al que  califica y quita méritos por la forma en que se sepa “declamar”, como si la administración pública fuera un grupo de “poesía coreada”. Ahora se enreda en su letanía y la realidad le hace tragar sus oraciones infectadas de egoísmo, es un mal del caudillismo.

Quisiera cuatro años de silencio para que hablen los hechos. Hace falta en esos 48 meses de poder, un mesías, elegido por el voto de la mayoría, con el fin de sin descanso laborar, para que no se necesiten los “altoparlantes” de discursos mentirosos.

Aspiro a que cada 27 de febrero, el mandatario, más que rendir cuenta, se dé cuenta que no se debe rendir sin concluir las obras ofertadas.

En esas solemnes ocasiones debe revisar las promesas no cumplidas, y que además de decir “hice”, expresar “me falta por hacer”. De modo que al callar, diga para sí: a trabajar, porque gobernar no es hablar.

jpm

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