Un kilómetro de mar, un kilómetro de logros
Por FRANKLIN GUTIÉRREZ
Celebro que José Acosta haya ganado el premio de novela de Casa de las Américas para escritores latinos residentes en los Estados Unidos, con la obra Un kilómetro de mar, no sólo porque ese importante galardón le haya sido otorgado a un paisano mío, sino por lo saludable que resulta para las letras dominicanas que un representante suyo haya hecho de un tema tan sencillo y aparentemente banal, como lo es el interés de un adolescente en conocer el mar, una historia coherente, bien llevada e intrigante.
La destreza de Acosta para convertir ese acontecimiento trivial en un producto literario de valía, lo asocia con otros autores que han logrado con ese mismo recurso textos literarios capitales. Recordemos al Julio Cortázar de “La autopista del Sur” y, doblemente (por la simpleza temática y las similitudes de sus protagonistas Juan Robles y Edy Polanco con Holden Caulfield) al Jerome David Salinger de “El guardián en el centeno”. Otro logro notable de Acosta en Un kilómetro de mar es la habilidad con la que maneja las transiciones, llevando a sus personajes por diferentes espacios físicos y temporales con la sutiliza que un escultor define el tallado de un trozo de madera.
El de Juan Robles y Edy Polanco no es un mero recorrido por caminos inhóspitos tapizados con el flagelo oprobioso de la prostitución y otros males sociales, que los obliga a someterse a los caprichos de otros. Más bien se trata de la radiografía de dos jóvenes decididos a remover las barreras que enturbian su entorno para lograr la meta perseguida. Al término de una aventura que inicialmente luce amenazada por el fracaso, Juan y Edy desechan las espinas que les nublan el trayecto, y llegan al mar. Pero más que la cristalización del propósito central de los protagonistas: ver el Atlántico puertoplateño, en Un kil metro de mar lo que triunfa es la perseverancia de dos adolescentes dispuestos a no dejarse vencer por las adversidades.
Los componentes sociales de Un kilómetro de mar los encarna esencialmente don Chicho Moronta un ingeniero retirado, un hombre reflexivo que apoyándose en lo que en República Dominicana es una cultura: el soborno, la sugestión y el fanfarroneo, nos alerta de las debilidades de una sociedad donde la justicia anda a la deriva.

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