Un homeless -desamparado- en el tren D (OPINION)

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El AUTOR es licenciado en Teología y politólogo, con maestría en Derecho y Relaciones Internacionales. Reside en Santo Domingo.

POR JAVIER FUENTES

Yo, sentado en un banco espero en el Subway el tren D, iré a Downtown, sé que huelo mal con esta ropa que no la soporto. He perdido la cuenta del tiempo en que la tengo puesta, nadie quiere que me le acerque, aunque yo creo que no hiedo tanto.

¡Éste trabajo de plomero!

El uniforme es terrible y aunque hieda con él encima me gano lo de mantener mi familia aquí y allá.

Voy a escuchar lo que está diciendo este pobre desamparado:

«Yo, deambulo noche y día de tren en tren, lo tengo cómo casa, desde el Bronx a Queens y otra veces voy a Brooklyn. El agua con la que me baño viene de arriba y me la hago algunas veces en cualquier lugar y otras en mi pantalón.

Pido para comer y comprar drogas, soy de ella, un cautivo, canto, bailo y otras veces lloro.

Los vagones del tren son mis escenarios, en ellos dejo las huellas de lo que un día fui. Cuando las grandes y espectaculares luces de Broadway se encendían sólo y sólo para Mi.

Hasta que un día, sólo un día, para darle más a mis espectadores, no me importó el cansancio de meses y aunque me queje y exclame: ¡creo que no puedo más, estoy agotado!

El señor Brigg, me escuchó y dijo: “hoy es tu día, disfrutalo cómo el último, todas estas luces y butacas cargadas de público son tuyas”.

¿Nadie cómo tú?, “cuando el telón se abre y dejas ver tu rostro los aplausos y las emociones del público se conectan a la magia que sale de tu cuerpo”.

Vi sentado al señor Kaufman, dueño del Empire State y su amigo John Jakob, ejecutivo de Ford “esperando por mi”.

Ése día y sólo ése día la cocaína se adueñó de mis expresiones, emociones y también encadenó mi voluntad.

Fue el espectáculo más aclamado y respetado según las publicaciones. Todos los periodistas, revistas y periódicos  escribieron: << «amazing, apoteósico y majestuoso».  “Nunca jamás veremos algo así…” >>

Etcétera…….!!

Yo queria aplausos y sobre todo más cocaína. Hasta que un día  cómo relámpago,  al mismo tiempo, todas las puertas estaban cerradas en Broadway.

Pero una se mantendría abierta; la del tren D, que sigue ahí.

Nunca jamás supe de mi madre, fue la mejor bailarina clásica en Cincinnati. Un día salió corriendo y vino a New York. Yo tenía ocho años.

Mi padre era un empresario financiero, alcohólico y abusador; con todos y, en especial con ella, a la que en varias ocasiones la hizo sangrar por boca, nariz y otras veces tuvo que ser llevada con fracturas al  Christ ‘s Hospital, Ohio.

Pero un día ella decidió dejarlo todo y mudarnos.  Y jamás se subió a un escenario.

Al tiempo de conocer la sentencia del divorcio, se casó con el empresario inmobiliario Pierre S. Dupont y al año nació Stephanie, la que movida por las noches cabareteras cayó en el consumo de heroínas.

Con muchas neblinas, en invierno, rodando para Virginia, en su Porsche, se durmió en  medio de la 95 south y un trailer la barrio.

Desde ese instante mi madre y Pierre, nunca más pudieron verse las caras. Volvieron sin hablar del cementerio. Fue el final de tres personas que sufrieron una tragedia.

¡¡Algunas veces sueño verla!!

Hago de todo para morir, sufro la cobardía al  no poder decirle: ¡¡No!!.

Fui un canalla al permitir que la usara.

Soy el reflejo de un homeless en los vagones de un tren que circula hacia arriba y hacia abajo. Sin rumbo y sin parada.

Lo que hoy te sucede, lo provocas tú. Mi madre murió sin ver mi rostro.

¿Me perdonó o vivió maldiciendo mi nombre?, no sé.

Vivió tal vez, despreciando los maltratos de mi padre y la desgracia de perder a Stephanie o quizá diciendo: “su padre malogro mi existencia y ahora la ponzoña de su cuerpo mi vida”.

Pierre, piso 12 de la 8va avenida, Smith and Wesson en la boca, allí dejó impregnada su partida al limbo de los espíritus sin descansos.

Yo, oliendo horrible el castigo de la fama. Ya no escucho los aplausos, ni veo las filas para fotos.

No sé si nacer es más importante que morir. Hoy la muerte sería mi trofeo.

Yo miro y el tren cruza la 161 street, Yankees stadium, recuerdo a DiMaggio; llorando a una Marilyn Monroe que el Nembutal la dejó tiesa.

Ambos en aquellos años de mi gloria compartimos, tragos, carreras de caballos y carros.

Pero al igual que Pierre S. Dupont, nunca superó que ella partiera sin él.

De Soho  recuerdo, sobre todo, aquellos días en que en el teatro Tribeca vi a King Kong junto a la actriz, waoooo… no recuerdo su nombre, solo su cuerpo y las caricias que todavía hoy extraño.

Vi a Moshe el judío de la sinagoga dueño del Teatro, si

empre vestido de negro y blanco, quizás su ropa olía peor que la mía, no le preocupaba gastar dinero en eso. Nos decía que usabas esos colores cómo recordatorio de la última persecución a su pueblo. Y me arrojó un billete, algo raro y siguió.

No sé si me recordó. Pero de vez en cuando tirábamos una copita en Felix Bar. ¿Todavía estará en wheaton av?

Hoy haré un cambio de tren aunque me gustaría de vida».

Esto es un recordatorio a las autoridades del estado de New York, para que un día, sólo un día, vayan a los Subways y vean la realidad en el país más poderoso del mundo de cientos de desamparados durmiendo en los vagones de los trenes: vomitando, escupiendo a los demás,  orinando y con el hedor de las heces fecales y sus constantes pleitos.

Oh Dios…..!!

Coge un avión y ven ya. Suelta ese burrito.

jpm-am

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Miguel Espaillat
Miguel Espaillat
1 Año hace

lectura exquisita…