Tiempos aciagos
Caminar por las calles de cualquier ciudad de la República Dominicana mirando a todos lados con ojos de pesquisa para cerciorarnos de quién se nos acerca a pie o en motocicleta y tratar de determinar con qué intención, o encerrarnos bajo llave y así los forajidos no nos sorprendan mientras dormimos, se está convirtiendo en desagradable costumbre.
Colocarnos detrás de una ventana con la vista puesta en la calle esperando ansiosos y con el corazón queriendo salir de nuestro pecho la llegada de nuestros hijos, o comprar alimentos en colmados a través de rejas como si se tratara de jaulas para pájaros y animales cautivos en un zoológico, también se está convirtiendo en desagradable costumbre.
También, lo que pudiera ser considerado el resultado del trabajo tesonero, como es adquirir un carro, o ahorrar peso a peso para luego poder asistir a una entidad bancaria y sacar recursos para cubrir necesidades perentorias, o comprar un aparato celular, o un reloj, puede convertirse en una causa probable de muerte derivada de un atraco.
Muchos, atribuyen la actuación cruel de los antisociales, manifiesta en la ejecución sangrienta de los robos, a múltiples factores, entre ellos: el resentimiento acumulado de una población marginada en todos los órdenes. Al negocio creciente de distribución y uso de drogas. A la falta de oportunidades para conseguir un trabajo digno. A los deprimidos salarios devengados. A la debilidad del sistema de justicia, y al contubernio entre delincuentes y autoridades.
Otros, se la endosan a la desintegración del núcleo familiar. Muchos, a la corrupción que supuestamente campea desde siempre en los estamentos gubernamentales, sin sanción, lo que a su juicio envía una señal equivocada provocando que unos cuantos se envalentonen y delincan, mientras, a los demás les provoca rabia, impotencia, desesperanza y lo peor: que por este accionar sufran en carne viva los embates de acciones criminales sin aparente control.
Lo único evidente y es un dato a ser resaltado y digno de profundo estudio, es que en las frecuentes y variadas acciones delincuenciales, despojadoras de propiedades y cegadoras de vida, puede apreciarse que los perpetradores atrapados carecen de un grado académico mínimo, y sin excepción todos residen en sectores marginados.
En definitiva, a los males existentes nadie les tiene una solución concluyente, ni existe una persona con varita mágica para hacer retroceder el tiempo en que las puertas no se cerraban con llave, ni se colocaban hierros en las ventanas y las calles eran seguras.
Ahora, y coincidentes con el intento de atraco y casi asesinato de un prominente periodista, y su hijo, se toman medidas urgentes, que inician con declaraciones a la prensa de representantes de los estamentos armados, en presencia del ministro de interior y policía anunciando la reactivación del patrullaje con elementos militares, con la intención expresa de apaciguar la inquietud ciudadana.
A nuestro entender este accionar cataloga de manera pública a la policía como incapaz para realizar su función, y a la vez responsabiliza a sus miembros de un mal que ellos no crearon, obviando que muchos han sido vilmente asesinados para robarles sus armas, ganan un salario deficiente, y tienen altas probabilidades de morir en el cumplimiento de su deber.
Siempre he escuchado esta frase del refranero popular: Guerra avisada no mata soldado.
Yo adicionaría, en consecuencia: lo que se avisa no sorprende. Y si el objetivo es atrapar a los facinerosos para sacarlos de su accionar lo correcto sería montar servicios de inteligencia para atraparlos y sacarlos de las calles de manera definitiva. No avisarles para que se escondan por un tiempo y pasada la escaramuza vuelvan a robar y matar.
De todos modos solo nos queda esperar en Dios que los aprestos den resultados esperanzadores, y concomitantemente se dé inicio a un verdadero, sincero y pormenorizado análisis nacional de las posibles variables de cuanto ocurre y sin demagogia puedan aplicarse los correctivos necesarios. Mientras esperamos esta utopía se materialice, no podemos ocultar que en el país, en este momento de infortunio, indistintamente, el don preciado de la vida humana vale menos que una guayaba podrida.
jpm