Sonidos de la genialidad: Mozart y Beethoven

La vida es una eterna resonancia marcada de notas altas y bajas, de instantes grandiosos o de ecos fugaces que llenan de ritmos los caminos de nuestra existencia. ¿No será la historia de los hombres la suma de esos “instantes estelares”? un ejemplo de lo esbozado en las líneas anteriores fue el momento extraordinario que apenas duraría minutos entre el maestro superior del arte de los sonidos Amadeus Mozart y un “tal Beethoven”. En Viena, Austria, en una mañana silenciosa del año 1787 se presenta una escena impactante, digna de ser rodada hoy en una gran película. Separados por la mutua curiosidad estaban frente a frente Wolfgang Amadeus Mozart y un desconocido que se había trasladado desde Alemania para que el reputado director de orquesta pudiera apreciar si realmente el visitante tenía algún talento musical. El maestro debía escuchar la interpretación al piano del joven alemán que tenía 16 años de edad. Las manos del novel pianista se desplazaban con admirable destreza sobre el teclado, abruptamente la muestra musical fue interrumpida por el exigente Amadeus Mozart, quien descubrió al segundo que estaba en presencia de una estrella potente. La sorpresa de Mozart,-el “genio mayor de la música”-, la sintió en lo profundo de su alma desprovista de egoísmo. Se dijo así mismo, “este será otro genio mayor de la música”. La naturaleza es el instrumento musical más grande que existe, ella hace oír mágicos sonidos como el susurrar de las olas, el tierno rugir del viento, el correr de las aguas de los ríos y la suave acústica de las piedras en su lecho y hasta el agudo timbrar del silencio. Toda esa música instrumental es la que el compositor imita con sus emotivas creaciones. Es por eso que el piano, el violín, la trompeta y otras herramientas musicales son el lenguaje universal de un mundo sembrado en los genios como Mozart y Beethoven. Ellos son los dioses terrenales del reino del arte sonoro escogidos quizás por el destino para hacer imperecedera esa música gloriosa. Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791): un niño precoz Mozart fue un niño prodigio al que el talento musical le robó la infancia, pues desde los cinco años componía obras. Su mundo de chiquillo juguetón quedó atrapado en la cárcel de su piano. No hubo muñecos ni mariposas pintadas en sus cuadernos porque su cerebro estaba lleno de sonidos armónicos y partituras melódicas. La injusta esclavitud de la genialidad sonora lo encadenó para siempre como un arco tejido a las cuerdas del violín. Sus composiciones eran el único medio para salir del calabozo sonoro a jugar de frente al sol, por eso sus sinfonías rompen barreras y abren las puertas hacia la libertad, excarcelan los sentimientos que suelen alzar vuelos de aves. Probablemente, el retrato de Mozart fue pintado por un arreglista, porque su rostro presenta una “forma sonata”: cejas armónicas concertadas con pestañas escasas que dan acentos alegres a sus ojos. Su boca simula guardar el silencio almacenado que luego de estar añejado cual alcohol, se trasforma en melodía para embriagar el oído. En fin, sin decir nada del coro entusiasta de sus mejillas, su cara pudiera expresar en su belleza casi femenina, una de sus brillantes sinfonías. Y de su carácter prefiero callar porque para conocer el temperamento de este genio es mejor escuchar sus interpretaciones, ellas lo retratan tímido y osado, rebelde y reservado, derrochador y previsor, sincero e hipócrita, ambicioso y desprendido, sublime y célebre, revolucionario y reaccionario. Por lo tanto, en su música está escrita la más precisa de todas sus biografías. Quien desea conocerlo que escuche: Las sinfonías 35, 36, 38, 40 y 41. También “El rapto en el serrallo”, la ópera “Las bodas de Fígaro”, https://www.youtube.com/watch?v=X7r1cDhqg08 o “La flauta mágica”. No se pueden obviar sus conciertos. En esas piezas, patrimonio sonoro de la humanidad, está narrada su existencia. Es suficiente con deleitar el oído y se presentará de cuerpo y alma porque su obra musical es su ser y quienes lo escuchen terminan conociéndolo. ¿Suicidio o muerte natural? Es un misterio o una incógnita pendiente de ser despejada, pese a que él afirmara, «La muerte, para llamarla por su nombre, es la real finalidad de nuestra vida. Por ello es que de unos años a esta parte he hecho relación con esta verdadera amiga del hombre”. Para Joseph Haydn –Padre de la sinfonía- “la posteridad no verá tal talento en cien años”, pero se equivocó Haydn, porque el genio de Amadeus Mozart y sus más de seiscientas creaciones en una corta vida de 35 años, es maravillosamente irrepetible hasta la eternidad. Ludwig van Beethoven (1770-1827), de imitador a genio mayor Alemania, 16 de diciembre de 1770, Beethoven como músico nació adulto, fue mayor de edad aunque era un niño. Un ciudadano alemán con todos los derechos adquiridos en el estado musical de su temperamento o de su talento. Pero esa adultez en el arte de los sonidos se oponía a la infancia de su alma, su carácter nunca maduró, su ternura quedó endurecida en una inocencia siempre juvenil porque las canas jamás tocaron su corazón, que siempre fue el más sensible y afinado instrumento musical de su cuerpo. Para comprobar lo anterior basta con abrir la bóveda donde se guardan sus secretos íntimos y leer sus correspondencias amorosas, entre ellas “Las cartas a la amada inmortal,” las cuales están llenas de emotividades y belleza literaria. Si le hubiese puesto música a sus epístolas pudieran haber sido sus mejores interpretaciones, pues es lamentable consentir que su música matara impunemente al inmenso poeta Beethoven, a un artista que solo aprendió a comunicarse con los demás en el lenguaje de la música y dejó en la soledad de sus correspondencias el cadáver del otro lenguaje, del poético. Dando un vistazo al arte en la antigüedad se descubre que a la tragedia griega le faltó la música, el coro no podía sustituir el sentimiento producido por los instrumentos de sonido. Hay en el rostro de Beethoven una tragedia griega pero musical. Por eso su cara es notoriamente dramática, es un escenario facial en el que una orquesta sinfónica se proyecta en cada uno de los órganos que conforman esa fisonomía. Por lo tanto, en sus ojos se aprecian dos tambores de percusión, las orejas son arpas, tiene pestañas de flautas y cejas de clarinetes. Posee mejillas de timbales, nariz de adelgazado trombón. Y en su boca duermen dos finos violines. ¿El imitador de Amadeus Mozart? No soy músico y no tengo formación para saber esta interrogante, sin embargo, desde la desaparición física de Mozart su sombra gigantesca es un eclipse que opaca la creatividad de otros genios, porque nadie ha podido escapar a su imponente influjo en la música clásica. Se podría exclamar, ¡y quiénes no lo imitan! Las composiciones de Beethoven incluyen un amplio universo musical en diversos géneros que suman cerca de doscientas piezas: A) Obras Instrumentales: I- Música Orquestal, sinfonías, sonatas, conciertos, danzas, bagatelas, marchas, serenatas para piano, romanza para violín y música para ballet. II- Música de cámara. III- Conciertos de piano. B) Obras cantadas, formada por cantatas, coros, piezas cantadas a varias voces, arreglos de canciones populares y bromas musicales. El rostro trágico de una sordera Que ningún lector se atreva a cometer la imprudencia de preguntar el porqué Beethoven tenía el semblante trágico. Que tampoco me vengan con la pregunta de si fue verdad que este genio de la música perdió el órgano de la audición de sonidos, es decir que se quedó sordo y que muchas de sus composiciones él nunca las pudo oír. Se recuerda que, “en 1802 expresó el profundo sufrimiento que le causaba su progresiva sordera en un famoso testamento, en un documento dirigido a sus dos hermanos y a la sociedad en general. Las extravagancias del músico aumentaron a partir del año 1805. Sus conciertos en público eran contados y en el año 1824 ofreció el último.” Quizás el momento más estelar y deprimente a la vez en la vida de este director y maestro de música clásica fue su presentación de despedida de los escenarios. En esa inolvidable ocasión la noche lució en el firmamento todas sus estrellas como un presagio de lo que ocurriría al interior del teatro. Nadie en Viena, la capital mundial de la música, se quedó en su casa, ese acontecimiento único tendría a la comunidad vienense como testigo presencial de un hecho para la historia, el estreno de la Novena Sinfonía del mundialmente famoso Ludwig van Beethoven. Hoy popularizada en versión cantada como “Himno de la alegría”, letras originales del poeta alemán Friedrich Schiller https://www.youtube.com/watch?v=8fFZaWMHaqw. Porteros, cocheros, parqueadores, personal de la boletería, la seguridad de algunos altos funcionarios, todos estaban dentro del gran auditorio atentos y con oídos orgullosos de lo que acontecía. “El director de orquesta levantaba con maestría su batuta, después de un tiempo transcurrido de emoción suprema, se oyen los terminales acordes de la majestuosa sinfonía. El público al escuchar las notas finales se puso ceremonialmente de pie con una prolongada ovación como jamás haya ocurrido. Los presentes daban patadas en el suelo, aplaudían y gritaban ¿¡Bravo!? ¿¡Bravo!? Pero Beethoven, de espaldas al público junto al director, no oía las aclamaciones”. Incrédulo de lo que acontecía, el público continuó con su sólido ¿¡Bravo!? porque estaba decidido a vencer la trágica sordera de este genio. Ante la angustia de los miembros de la orquesta, uno de los solistas le tiró a Beethoven de la manga de la levita negra y le hizo darse la vuelta para que viera lo que no podía oír”. Ya de frente, Beethoven se bañó en lágrimas de emoción. No se equivocó Amadeus Mozart en aquel primer encuentro cuando afirmó, “Beethoven será otro genio mayor de la música”. Igual que Beethoven al ponerse de frente al público que lo ovacionaba, yo también he llorado de soberbia y de impotencia. Como abogado que soy, y conciente de que el Supremo no puede ser cuestionado por un humilde mortal, humillado ante su poder y esperando su perdón si con esto peco, yo levanto mi voz al último extremo donde debe estar sentado el Creador y le digo con toda mi energía pero con respet ¡¿Señor, cómo es posible que el destino pudiera hacerle esta mala jugada a Beethoven!? Por favor ¡respóndame Señor, explíqueme el porqué se le castigó con la sordera total en el momento más espectacular de su vida… Veo que no habrá una respuesta, sin embargo, recibo el sagrado mandato de interpretar este solemne silencio a los lectores: Nadie en la humanidad en todos los años de su historia había sido dotado de la facultad que la adversidad logró crear en Beethoven porque ningún otro ser viviente ha podido tener ese privilegio. ¿Qué cuál privilegio? Contesto, Beethoven aprendió a escuchar por el corazón, ahí en el lado izquierdo de su pecho se abrieron dos orejas enormes como su oído secreto. Todas las sinfonías nacidas en esas condiciones son las más hermosas, son regalos del Señor para compensar su tragedia. «Todo el que obra recta y noblemente puede, por ello mismo y con la bendición de Dios sobrellevar el infortunio», dijo Beethoven. Sus últimos minutos: “Permaneció tumbado, sin conocimiento, desde las 3 de la tarde. De repente hubo un relámpago, acompañado de un violento trueno, y la habitación del moribundo quedó iluminada por una luz cegadora. Tras ese repentino fenómeno, Beethoven abrió los ojos, levantó la mano derecha, con el puño cerrado, como si estuviera dispuesto a gritar, como un jefe esforzado a sus tropas: “Soldados! ¡Confianza! ¡La victoria es nuestra!”. Estoy escuchando ahora mismo su Quinta Sinfonía, acepto como el mismo Mozart que Beethoven es genio mayor, comprendo que este hombre fenomenal no es un ser casual, pudiera ser un elegido, un enviado. Sus últimos acordes de vida sonaron en Viena el 25 de marzo 1827, 20 mil personas le acompañan a su funeral, 57 años tenía cuando se fue al sepulcro del cual resucita cada vez que sentimos su música. Pero su calvario tan solo necesita de una cruz sobre sus hombros y un largo peregrinar para expresar: ¡Beethoven, eres como un Cristo, un Redentor de la música clásica!

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