Sin grandes aspavientos

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El autor es abogado. Reside en Santo Domingo

Sin descender al examen de la delicada cuestión histórica de sí esta jurisdicción es o no una moderna salida de las ruinas de la civilización o no, una creación moderna salida de las ruinas de la civilización romana, no se puede negar remontarse a la gran Carta inglesa y  fundaban en el principio allí consignado, que ningún hombre  libre pueda ser preso o condenado por juicio de sus iguales.

El estudio del Ministerio público es entre nosotros uno de los puntos más controversiales. Esta institución ha sido objeto, ora de inmensa fugitiva, ora de indomable amor.

Enemigos fierísimos le han inferido los mayores ultrajes, dice un ilustre magistrado. Como la cuestión social tiene su socialismo, comunismo e internacionalismos,  la responsabilidad humana su determinismo, fatalismo y naturalismo; el Estado su liberalismo y ultramontanismo; el Ministerio público tiene su lirismo, colectivismo y radicalismo.

Algún civilista no apreciable, en el que la melancolía y la hipocondría despertaron la manía persecutoria, como diría Krafft Ebing; algún mal escribiente, como diría Carbuccia, desconociendo la explicación histórica, racional y sociológica de esta institución, pide absolución en materia penal.

“Aspiración absurda y nihilista Ilusión soberbia”,” diremos con Herbert  Spencer, producto de la necesidad de hacer algo, que hace cometer tanta tontería a los hombres y a las naciones. La abolición del Ministerio público en los juicios penales la ciencia, por la moderna sociología y por la legislación comparada.

El modo de desenvolver la cuestión de los furiosos abolicionistas, muestra que son impulsados por la pasión, por la ira, por el rencor, por el odio. “Queriendo tales reformadores destruirnos, es una lástima, dice La Francesca, pierdan la cabeza por sustituirlo y no sepan decir como iguales a los locos, tienen fuerza para destruir y son impotentes para edificar.”.

Algunos que apelaremos líricos, como Pianciani y Bertolucci, para hacer libre e independiente la acción de la justicia de la perniciosa inspección del Ministerio público, desearían confiando al Prefecto, órgano verdadero del Poder ejecutivo en las provincias: apenados de ver la acción gubernativa dividida, embarazada e impotente para el bien.

No faltaría otra cosa: los prefectos y los delegados de la seguridad pública y sus dependientes tener intervención en los juicios  y en la magistratura, como en los dichosos  tiempos de los antiguos gobiernos. Extraña teoría, hija de cerebros enfermos. El principio de la división de los poderes, fruto de los tiempos nuevos, fue destruido.

Nuestro derecho público interno buscado. El proyecto de Pianciani nos haría volver a la época en la que los legados o delegados pontificios dominaban.  Teoría extraña y liberticida, exclamaba Tartufari. La humanidad camina hacia adelante y no hacia atrás. Los radicales son más lógicos.

Prescindiendo del proceso histórico de la humanidad; no cuidándose del desenvolvimiento histórico, nacional y social de la institución; olvidando que hoy todas las naciones acogen amablemente al Ministerio público, fingiendo ignorar su evolución científica y haber sido defendida por la mayor parte de los publicistas.

 Cómo basada en la naturaleza del Estado, negando el principio de que cuando una institución con lo que dice las costumbres y no es espontánea expresión de la vida, por artificio o violencia que se emplee, no prospera ni madura, blasfemando de la justicia, como los anarquistas con asiento París, que en sus orgías gritaban, embriagados: “abajo toda forma de gobierno!

Y furiosos cantaban himnos a la delincuencia, quieren la desaparición de la majestuosa figura del Ministerio público, fuerza pura y exenta de toda pasión, llena de alta moralidad, de continuo atenta de toda pasión, llene de alta moralidad, con vida y animosa  vigilancia, a la tutela de las leyes y común libertad.

Respetada por el tiempo y las revoluciones, que causaron la ruina de tantas leyes y de tantos órdenes, no la conmovieron, y en el gran movimiento de libertad que hoy fatiga los pueblos se mantuvo la derecha y firme.

Al decir que los abolicionistas se encuentran bajo la presión de una moral embriaguez, ¿no es figura serena inteligencia tantos errores históricos, filosóficos y sociales? ¿Cómo se puede legitimar pasar tan de ligero sobre todos los recuerdos históricos, sobre todos los principios de razón social, de política y social evolución? No es lirismo el nuestro, es positivismo.

Si nos fuera lícito presentar brevemente la historia del Ministerio público, demostraremos que en todo Estado civil, con un nombre o con otro, con funciones públicas o como simple particular, ha habido siempre en los juicios quien promoviera la acción de la justicia.

 No tendríamos el hombre, pero era la cosa, que los vocablos no cambian. Es una verdad que la historia del derecho y la ciencia de la legislación comparada prueban. En la evolución histórica del derecho, en el lento y fatal camino de la humanidad, como dice el ilustre Carrara, aparece siempre la austera figura del intrépido y egregio representante de la ley.

jpm-am

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