Se desintegró la familia banileja de Hostos 


Cuando llegué a Baní desde la capital, siendo un adolescente en los años 70 durante los terribles 12 años de la semidictadura de Balaguer, me encontré con una comunidad laboriosa, y dedicada al trabajo, con niveles de discriminación entre la población norte y sur, sin violencia generalizada, y asediada por contados tigueres y por la represión policial.
Una gran parte de la juventud se dedicaba a los estudios, al baloncesto, a la pelota, a la música, y al baile. Otra parte se dedicaba al trabajo, a la agricultura, al café, a estar en las esquinas y a viajar al exterior. Y una parte importante se dedicaba a la lucha social y política.
Eran los tiempos de los Guaraguaos, de Víctor Jara, y de Silvio Rodrigues pero también del merengue, la salsa, el afro y los pantalones de campanas. De los amores a escondidas y de la virginidad cuidada. De las rifas de aguantes ilegales. De los clubes culturales y deportivos. De los juegos de azar y de las prostitutas en los cabaret. Y de los colmados decente.
Se podían contar los carros de las élites banilejas, todavía en la parte norte se andaba en burro, en bicicleta y a pie. Solo había una guagua pública a 10 centavo que daba la vuelta al pueblo de norte a sur. Luego aparecieron las pasolas y los motores 70 para uso privado. El motoconcho como actividad comercial no surgió sino a mediado o final de los años 80.
Teníamos el mejor Baton Ballet de la región, las mejores fiestas patronales y el centro recreativo de todos era el parque Marcos A. Cabral. Era el sitio ideal para el encuentro con amigos, amigas y novias. No se discriminaba a nadie, confluían tantos ricos como pobres.
Muchos desfilábamos en la alborada que junto a la virgen de regla recorría gran parte de calles y barrios para anunciar las fiestas patronales. Íbamos a las fiestas del Bosque, del Vaganiona, de Disco Sur y de Cachet Dico y participábamos en las festividades barriales.
Disfrutábamos de los palos de María Hama y de aquellos bailes en bares de barrios donde paraban la música para obligarles a comprar comidas o bebidas a las chicas. Nos bañábamos en el río, en agüita fría, en la batea del sifón, en los almendros y en la piedra del chivo.
Las Dunas de Baní eran protegidas al pie de la letra, la Mina de las Salinas era productiva y beneficiosa, los ríos de Baní, de Nizao y de Ocoa fluían con bastante aguas, tantas que formaba charcos que eran utilizados por los bañistas para el disfrute de la naturaleza.
Tanto en el liceo como en algunas escuelas públicas existían los frentes estudiantiles. Las protestas era el pan nuestro de cada día. En los barrios se crearon los clubes culturales. Entre los universitarios surgió la Asociación de Estudiantes Universitarios Banilejos (AEUB). También se crearon Sindicatos de Panaderos y Asociaciones Campesinas.
La educación pública era deficiente, sufríamos por la escasez de aulas, por el abandono de la infraestructura y por el atrasos curricular. Por eso fueron surgiendo los Colegios Privados. Pero aun así teníamos buenos profesores de los cuales aun recuerdo a Joaquin Agromonte, a Gisela Feliz, a Franklin Jimenez, a Carlos Cabral (carlitin) y a Bienvenido Melo.
La mayoría de los estudiantes del liceo pasaba a estudiar a la UASD. Las guaguas cobraban  25 centavo y la bola también se usó como medio de transporte. A cada aumento del precio venía una movilización estudiantil. De 25 Cheles en los 70 ha subido 1,400% y esta hoy a $125.
Como en todas las provincias allí también se dió el fenómeno en que las élites de Bani o los llamados riquitos de entonces que habitaron la parte sur discriminaban a los habitantes de la parte norte o a los pobres a quienes tildaban como tigueres y delincuentes.
Mientras esos privilegiados del sur estudiaban en colegios y universidades privadas, disfrutaban de luz y agua 24 horas, tenían piscina, vehículos de transporte y negocios. La parte norte estudiaba en el liceo y escuelas publicas. Tenían agua potable pero no tenían luz eléctrica permanente. Su principal actividad comercial era el colmado, la siembra y cosecha del café, la compra venta, las barras y el villar.
La corrupción en las instituciones públicas y municipal era aislada. Los regidores eran honoríficos o sea que no cobraban salario. Teníamos el prestigios de ciudad limpia. De los sabrosos mangos banilejos y de los mejores dulces de leche que se vendían en el país.
Para esos tiempos ya la marihuana estaba en Bani en pocas manos, no había cocaína ni heroína. Se vivía alejado de la delincuencia generalizada, por lo que aún se podía caminar sus calles y barrios sin temor al robo o al atraco. Se podían contar los delincuentes: Morenito, Ponchao, Purin, Luis Ventura, Chalipo, Lolo, Willian Lugo, Bertinio, Wepere, Machaca…
Toda esa tranquilidad de los barrios y de los sectores residenciales, las manifestaciones culturales y nuestras tradiciones han desaparecidos. No hay diez tigueres como antes sino hay miles e incontrolables. Los servicios públicos están caros y peores. La corrupción es mayor. No hay agua, ni luz. El negocio de las drogas ha crecido al por mayor y al detalles. No hay seguridad ciudadana y aquella familia de Hostos de los años 50, 60 y 70 se desintegró.
jpm
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