Recuerdos de la infancia en San Cristóbal 

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EL AUTOR es médico y abogado. Reside en Santo Domingo

Puerta de entrada principal durante la Era de Trujillo a la hacienda Fundación, de San Cristóbal

En mi tiempo de niñez, asistir  a velatorios y entierros en la casa del fallecido era cosa común (no existían las funerarias), porque pocas actividades había que involucraran a niños de manera formal o exclusiva, fuera de las actividades escolares.

Aunque es justo reconocer que existía un cierto grado de permisibilidad con los niños, a quienes no se tomaba en cuenta y su presencia era pasada por alto, aun en lugares en que por cierta lógica no era prudente la presencia de menores de edad.

Así tenemos que, teniendo yo menos de 10 años de edad, me colaba en las salas penales del Tribunal de Justicia de San Cristóbal para escuchar los alegatos de los abogados postulantes. Y no recuerdo cómo lograba entrar en el hospital para ver a vecinos o conocidos hospitalizados, en estado grave de salud y cuya muerte se esperaba en corto plazo. En otras ocasiones, las visitas se les hacían a personas ancianas, postradas en su cama, donde literalmente se marchitaban, hasta que su corazón dejaba de latir.

Y ni qué decir de las actividades deportivas, aun por paga, en las cuales había tolerancia para dejar pasar a la muchachada después que entraban los adultos que habían comprado su boleto. Sobre todo las peleas de boxeo en que participaban Kid Colorao y Boché. Recuerdo que muchas veces era el mismo Colorao que vigilaba la entrada, en lugar de estar descansando en el camerino buscando concentración antes del inicio de su pelea.

Para entonces la ciudad de San Cristóbal era pequeña, lo que permitía que se conocieran todos los habitantes y se trataran con afecto. Esto facilitaba que no hubiera secretos. Todos se enteraban rápidamente de cualquier noticia, fuera buena o negativa, aun aquellas que involucraban algún grado de intimidad, como cuando alguien se sacaba un premio en la lotería o se rompía un noviazgo formal que se encaminaba hacia el matrimonio.

EL RIO

Pero el entretenimiento más común entre los muchachos era, sin duda, ir al río Nigua y darse un baño y llevar un anzuelo y levantar un par de piedras para conseguir algunos camarones para carnada y ponerse a pescar tilapias. Eran peces pequeños y con muchas espinas, que actualmente a mí no se me ocurriría comer de ninguna forma, porque más que disfrutar la carne  pierde uno la mayor parte del tiempo desechando las espinas y cuidándose de ellas.

El agua del río Nigua tenía la particularidad de tornar la piel ceniza, lo que delataba la acción y cuando uno regresaba a la casa, la madre lo advertía de inmediato y hacía la pregunta directa, como una simple formalidad: ¿Fuiste al río? Pero independientemente de que se admitiera el hecho o se negara sabía uno que iba a recibir muchos correazos como castigo, porque sabíamos muy bien que al ir al río estábamos desobedeciendo una orden prohibitiva precisa.

Algo que hacíamos con menor frecuencia, pero que no por eso dejaba de ser emocionante, era lo que llamábamos “maroteo”. Para hacerlo teníamos que aprovechar una salida más temprana de lo habitual de la escuela, fuera porque se enfermara el maestro, faltara ese día por alguna otra razón o tuvieran reunión general en la Dirección con el inspector provincial o el regional.

FINCAS DE TRUJILLO

Había que caminar hasta las afueras de la ciudad y penetrar en los terrenos de la Hacienda Fundación o ir hacia el Sur hacia la finca de Samangola o de Lavapies, todas de Trujillo. Las frutas buscadas eran siempre las de temporada: mangos, naranjas, guayabas, caimitos, cajuiles. Como había patrullas militares montadas en mulas que recorrían los terrenos de las fincas al azar, era preciso dejar a uno o dos de los muchachos vigilando, mientras los demás tumbaban las frutas.

A pesar de la vigilancia, en más de una ocasión nos encontraron, pero los de la patrulla seguían su camino indiferentes  o nos daban un buen regaño y nos enviaban para nuestras casas, con la amenaza de darnos una pela si nos volvían a encontrar maroteando en una de las fincas del Jefe.

Cuando la televisión llegó a San Cristóbal a comienzos de los años 60, la posibilidad de entretención se hizo inmensa, con el inconveniente de que pocos hogares contaban con estos aparatos mágicos. En algunas casas cobraban para dejar ver los muñequitos, El Llanero Solitario o Cisco Kid, lo que constituía un obstáculo importante. Pero uno se las ingeniaba para descubrir los lugares en que no cobraban y eran tolerantes con los niños intrusos.

La casa en la que yo lograba infiltrarme con mayor frecuencia para ver televisión era la del Dr. Celito García, médico, en la avenida Constitución. Iba aprovechando mi amistad con su hijo Julio César, que era de mi edad. Pero doña Linda, la madre, establecía horarios con rigidez que había que respetar y tempranamente tenía uno que irse a su casa. Por eso, en ocasiones, buscaba yo al hoy ingeniero José Román García y con él veía la televisión en la casa de su padre, el odontólogo Curro García, hasta las 9 o 10 de la noche, cuando imaginaba que ya me buscaban por todos lados.

Con la muerte de Trujillo fueron desapareciendo como por encanto todas aquellas costumbres primitivas y el interés se dirigió hacia los mítines políticos, las marchas y las huelgas. Las fincas de Trujillo se dividieron en parcelas y las fue repartiendo el Instituto Agrario, lo que dificultó grandemente el maroteo, pues los campesinos a quienes las asignaron vivían en su parcela y cuidaban sus frutos celosamente.

Hoy, la mayoría de aquellas tierras se encuentran urbanizadas y ya quedan pocas señales de lo que fueron hace muchos años, cuando se las usaba de manera exclusiva para el ganado de Trujillo y las cebras sueltas en ella. En ese tiempo se trajeron al país las garzas blancas que gustan alimentarse con las garrapatas que afectan al ganado.

De todas aquellas vivencias, ya solo quedan los recuerdos.

dpenanina@gmail.com

JPM

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https://www.youtube.com/watch?v=j4kSQkzbuH4

https://almomento.net/cosas-de-san-cristobal-el-reclamo-a-las-tierras-de-trujillo-1962-1964-2/

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eddy pereyra ariza
eddy pereyra ariza
2 Años hace

Mi hermano Samuel, me ponía de portero en casa para que los muchachos vieran películas pagando un chile la entrada. Pero en ocasiones dejaba la puerta libre y me iba a jugar «al topao» con mis amigos Adalberto Zirmerman, Juan Ramón Jimenez-Cañon, Nelson Medina-Milito y Angel Sánchez-kio. Luego, o a menudo, sudados, nos íbamos a beber «orchata» dónde Pedro Picoteo. Así pasábamos el tiempo.

Jose Mesa
Jose Mesa
2 Años hace

Itinerario:
-Despues del maroteo y el baño en el Nigua los domingos, colarnos en la gallera y ver las ultimas peleas. Cuando abria la puerta.
-En la noche ir a ver la la TV en la primera casa que con television en el barrio. La casa materna de Mayra Furment. O donde el «albiño» soportando los olores del friturero «Curio» y su mujer quienes cerraran la fritura para ver TV.
-Volver loco a «Quiri» sereno del colegio Loyola con Ramon Maria Acosta(EPD

Jose Mesa
Jose Mesa
Responder a  Jose Mesa
2 Años hace

(EPD) brincando asoteas entre edificios y difrazados de «super heroes»
-La mas peligrosa, montar de noche a pelo los caballos de los cocheros que lo guardaban en una finca cerca del «Refor»

Jose Mesa
Jose Mesa
Responder a  Jose Mesa
2 Años hace

Lo que me falto por escribir, lo narro Hector Ramirez. Todos hicimos eso.
Gracias poe el articulo.
Un Viralata.

Cruz y Raya
Cruz y Raya
2 Años hace

Para ver a Bonanza o Tarzán,había que ir con una mocha a limpiar el jardín y el patio de Doña Tatá durante el dia,también llevar una sillita o sentarse en el piso,otros veían la película brechando por las endijas de la casa de madera.
La Doña se quejaba de que le arruinamos sus sillas y muebles, y era cierto.

Cruz y Raya
Cruz y Raya
Responder a  Cruz y Raya
2 Años hace

Con respeto a ir al río y marotear a bañarnos todos en los fuertes aguaceros,jugar pelota de las paredes,etc.,da pena ver los niños hoy no pueden hacer lo que hicimos antes,muy triste,hoy no hay río limpio,y hay muchos peligros a echándolos.

Andres Herrera
Andres Herrera
2 Años hace

Genial cronica de como discurria la vida del sancristobalense en aquellos tiempos que sin dudas nos llenan de nostalgia al hacer comparaciones con el presente.
Los lectores de este periodico especialmente los nacidos en la Benemerita,esperamos con ansias sus escritos.Prosiga con esta gran obra.Muchas Gracias.

Hector Ramirez
Hector Ramirez
2 Años hace

Grato recuerdo, que nos hacen recordar y conocer mejor el pasado, ya que quedan pocas estructuras levantadas de la época que nos haya recordar nuestra infancia vivida. Salir a pescar, y a cazar con tira piedra era nuestra mayor diversión de la época. Recuerdo que comprábamos cinco centavo de aceite para freír las tilapias pescada en el Rio Nigua, la preparábamos bien frita, casi quemada, para poder comernos también las espinitas y no nos puyaran

Sancristobalense - Nueva York
Admin
2 Años hace

Excelente recuerdo sobre cómo eran las cosas en el San Cristóbal del pasado. Debemos felicitar a tres plumas que, con frecuencia, nos hacen revivir ese pasado nostálgico: Néstor Uribe Matos, José Pimentel Muñoz y Domingo Pena Nina. Y agradecer el aporte de Ramón Puello Báez con su libro «Crónicas de San Cristóbal».

Ranfis Rafael Peña Nina
Ranfis Rafael Peña Nina
2 Años hace

Recordar es vivir,gracias primo

Monica
Monica
2 Años hace

Wow Dr. Me encantan sus historias, son esos retazos de vida que usted va pegando en internet y me llevan a ese momento de su vida tan amable de la niñez. Mi papá tenía uno de los primeros televisores que habían en Medellín y pasaba igual con mis amigos y vecinos que se alineaban en la puerta para ver la televisión y mi papá era un alcahuete con todos, pero a mi mamá no le gustaba el safarrancho que se iba armando cuando todos se animaban.