Recuerdos de acero

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El AUTOR es escritor y comunicador. Reside en Santo Domingo.

Muchas y diversas son las fijaciones del ser humano. Es decir, las imágenes que tenemos grabadas en la mente, las voces en los oídos y la piel que vemos o hemos tocado. Son recuerdos más duros que el acero o el diamante porque, esculpidos en la memoria como están, puede ser que no se borren ni con la muerte.

Si la patria del hombre es su infancia, como se ha dicho, el insomne que ahora escribe tiene una patria demasiado pequeña, porque de los pocos años que mi familia vivió en el campo apenas tengo un puñado de recuerdos recurrentes.

Unos días lluviosos y el agua cayendo en el patio, una mañana radiante, una golondrina, un colibrí en la flor, un viaje a un río donde cantaban algunas canciones del Indio Araucano (Osvaldo Gómez) a quien conocería en mi adolescencia llegando a ser grandes amigos hasta hoy que, en un pequeño apartamento de New York City, ciego y apaleado por la nostalgia, está cumpliendo cien años, apagado por no poder contemplar la belleza femenina y padecer los rigores del tiempo.

Desde la casa donde vivíamos se veían unos relámpagos, intermitentes como todos los relámpagos, y mientras cantaba canciones de Lucho Gatica, mi madre decía que eso era la señal divina por el pecado en que incurrieron dos compadres que se mataron en pelea a machetazos por el amor de la comadre; en esos tiempos el compadrazgo era más que sagrado.

La sintonía permanente de la broadcasting nacional HIZ por las radionovelas que transmitía. Por esa razón uno de mis más bellos momentos es de aquella mañana en que durante la década de los 80 me senté como director de esa emisora, pues nunca en la vida pensé que tendría ese privilegio.  Además, según me informaron, el despacho y el sillón que yo ocupaba eran los mismos desde los que el coronel Caamaño Deñó despachaba y recibía cuando, desde ahí mismo, se desempeñó como presidente constitucional de la república durante la primavera del 65.

La escuelita hogar donde, ya viviendo en Santo Domingo, fui alfabetizado bajo un amplio almendro, en la calle 24 de villa Juana, y la tristeza que siento cuando por subo a la zona norte y veo en esa esquina tremendo burdel (me dicen que muy caro y lujoso) instalado allí haciendo fama, entre los habitués de esos lugares por la belleza y la juventud de las hetairas.

La mirada de la señorita, como entonces llamábamos a la maestra, la señorita Miguelina, quien me alfabetizó, una dulce mestiza espigada y apacible que jamás perdía la paciencia con los niños, su voz como distante pero tierna aún puebla mi oído.

TRUJILLO

Los días tristes y peligrosos que siguieron al ajusticiamiento de Trujillo, cuando nos pusieron a todos una cinta negra en un brazo como señal de luto, el llanto del hasta entonces ciego pueblo dominicano, mi tía llorando con ataque acostada en un sofá: ¡ -Ay, Papá Trujillo, Papá Trujillo! Y mi tío-hermano casi adolescente, jubiloso, estrellando contra una pared la placa de yeso que de manera obligatoria había que tener en todas las casas del país: En esta casa Trujillo es el jefe, o En esta casa mandan Dios y Trujillo.

De aquella infancia siguen cayendo las lluvias en el campo y, ya en la ciudad, los episodios vividos y sufridos durante la guerra de abril del 65 que costó tantas almas al país, la guerra civil de cuatro días y la guerra patria cuando, escudados en la funesta OEA, se produjo la maldita invasión norteamericana que tan negativamente gravita en este pobre pueblo, el mío, que siempre vive pagando las terribles consecuencias de gobiernos ineficientes y políticos sin ideología ni pudor.

Escucho aun el tableteo de las armas en los duros combates escenificados en villa Juana en los días terribles de un mes de mayo más lluvioso que nunca, y esa misma tía entonces recién parida (apenas once días) salir bajo la lluvia con la criatura envuelta en sábanas y cruzar empapados las calles del barrio porque un bazucazo había impactado la casa rompiendo una de las paredes de cemento.

Todavía hoy, medio siglo después, gravitan con fuerza las consecuencias de aquellos acontecimientos, la frustración de una juventud que llegó a inmolarse en las calles, la desilusión, la traición de muchos.

Luego, ya adolescente, el camino hacia el colegio en las mañanas y, en las tardes, la academia comercial de mecanografía y taquigrafía, las compañeras de estudios, profesores, aquella todavía bellísima con quien descubrí los placeres del amor y el sexo, mis labores como locutor en diferentes estaciones de radio, mis trabajos como periodista y en la publicidad y, fecha memorable, la publicación de mi primer libro a los 17 años.

Una vez más he querido recordar y he recordado en estas divagaciones porque hacerlo es pasar balance o inventario. El nacimiento de mis hijos, hoy que mi hijo menor, Radhamés Alfredo (Alfred) cumple sus gloriosos veinte años. Somos muy apegados, su amor de hijo trasciende en mí conmovedoramente, su preocupación cuando he enfermado o he estado en manos de médicos, la situación emocional que le agobia cuando no estoy en el país.

Es mi mejor amigo, mi ilusión, mi mejor compañero de viaje, mi lujo y es talvez debido a eso el control que ejerce sobre mí, en mi vida, si como o bebo mucho, si pasan algunos días y no salgo a caminar; viene al estudio y me echa un vistazo, como dice, si estoy triste o abismado en mis libros, ¿Qué piensas, papi? ¡Te pasa algo? Anímate, Ven al balcón, y me lleva un cáliz y una botella de vino que descorcha amorosamente antes de poner la música de mi preferencia.

Alfred tiene carácter y, según Aristóteles, carácter es destino. Pronto, si Dios quiere, se graduará de ingeniero civil egresado de la prestigiosa Universidad Iberoamericana (UNIBE), y nunca encuentro las palabras para repetirle cuanto lo amo. Decirle que le deseo larga vida, salud, éxito y prosperidad es poco, muy poco, pero él sabe el lugar de jubilosa excepción que ocupa en mi vida y en mi corazón.

Estamos bajo toque de queda y en cuarentena, vigilados por un peligrosísimo e invisible y criminal enemigo, los restaurantes están cerrados, los cines, los centros de diversión, cada uno en casa saludando a distancia, chocando los puños o los codos.

Hoy Alfred no puede compartir con sus amigos ni con los jevitos de UNIBE, sus condiscípulos con los que tiene excelentes relaciones; pero aquí en el hogar le haremos con inmenso amor el mejor de los festejos posibles.

Te amo, hijo adorado. ¡Feliz cumpleaños! ¡Salud, éxitos y prosperidad!

Brindo por ti, por tu vida y por tu futuro, porque la gracia divina ilumine siempre tu destino.

reyesvasquez23@hotmail.com

 JPM/of-am

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