Qué hacer con la epidemia homicidio-suicidio (1 de 4)

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El autor es abogado. Reside en Santo Domingo

El homicidio seguido de suicidio es un fenómeno muy complejo. Se dice, que los precipitadores del fenómeno son, primariamente, los celos, amenazas o rompimiento de una relación amorosa. La violencia siempre ha sido parte de la historia y, en nuestros días, su incremento disoluto la coloca como una de las principales causas de muerte en todo el mundo.

Este flagelo forma parte de las relaciones humanas y sociales, en las que están en expansión opresiones e intereses aprehendidos  mediante  el uso de la fuerza, de la amenaza y agresiones, sean simbólicas o de confrontación física. De acuerdo al número de víctimas en todos los  países y por la dimensión de derivaciones emocionales que produce, la violencia se considera   un fenómeno global, un problema de salud pública.

En esa tesitura, el informe de la Organización Mundial de la Salud registra que en el año 2000 alrededor de 1.6 millones de personas murieron en el mundo, debido a la violencia autoinfligida, interpersonal o colectiva. Alrededor de 815.000 de estas muertes fueron por suicidio, 520.000 por homicidio y 310.000 por acciones bélicas.

Considerando algunas variables como sexo, edad, etnia, comunidades rurales o urbanas, países o región continental, el problema de la violencia no tiene una distribución homogénea. Las discrepancias son incuestionables. Se observa con base en los datos de los países que en el continente americano las tasas de homicidio son casi tres veces más grandes que las tasas de suicidio.

Por otro lado, en Europa y Asia Sudoriental, las tasas de suicidio son más de dos veces superiores a las de homicidio. Sin duda, el porcentaje de homicidios tiende a ser más alto en los grandes centros urbanos.

Desde el punto de vista psicológico, el homicidio es, según Albergaria (1988), un crimen efectuado con agresividad y por reacción primitiva, es decir, como expresión de un estado crónico de tensión o excitación, o por venganza u odio acumulado.

 Este autor resalta el carácter agresivo en el comportamiento homicida, y no considera posible que la agresividad en el ser humano sea un hecho en sí, emancipado de las circunstancias y contingencias. Primeramente, se debe considerar la agresión a partir del agente agresor, después, a partir del agente agredido y, finalmente, a partir de un observador o tercero.

De esta manera, es posible encontrar tres representaciones diferentes para un mismo hecho. Desde el punto de vista del agresor, se debe considerar la intencionalidad del acto, o sea, la búsqueda deliberada de un individuo de transmitir estímulos nocivos a otro. Para la víctima, hay que tener en cuenta el sentimiento de estar siendo agredido o perjudicado.

En cuanto al observador, se trata de atender a sus sentimientos críticos acerca de la posibilidad de que el acto en cuestión haya sido nocivo, así como del carácter intencional (subjetivo) de la agresión.

Estudios sobre el perfil de los homicidas psicópatas y no-psicópatas revelan que el segundo grupo suele estar integrado por individuos de más edad y tienden a cometer homicidios reactivos, o sea, aquellos que se dan en el contexto de peleas, discusiones y, muchas veces, bajo influencia de alcohol o drogas.

De este modo, la personalidad del criminal, incluyendo la del homicida, se relaciona con el egocentrismo, caracterizado por la incapacidad de juzgar un problema moral desde un punto de vista diferente al personal, la falta de consideración por el prójimo, las actitudes críticas y acusadoras, y la falta de sentimiento de responsabilidad y de culpabilidad.

En el suicidio, la agresión se dirige hacia la propia persona y hacia afuera como en el caso del homicidio. Se trata de un acto humano de cesación auto-infligida, intencional. La persona, incapaz de dominar una situación percibida como insoportable, y convencida de que no existe salida, planea y ejecuta una auto-lesión fatal.

En este tipo de comportamiento, vida y muerte se encuentran, se complementan, y hasta se contradicen porque su camino es el de la ambigüedad: el acto se reviste de odio y amor, de coraje y cobardía, de temor y audacia. En el texto más allá del principio del placer, Freud (1920/1996) busca explicar el conflicto humano a partir de la tensión entre Eros y Thanatos.

Eros es la pulsión que conduce a la vida y Thanatos la que conduce a la muerte. Es necesario que haya equilibrio entre ambas para que el suicidio no ocurra por el predominio de la pulsión de muerte. 

jpm/am

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