OPINION: ¿Por qué Danilo Medina 2016-2020?

Quizás el efímero gobierno de Juan Bosch (1963), es el referente histórico más próximo –desde su enfoque social y de rompimiento con algunas liturgias del poder- al gobierno que viene ensayando el Presidente Danilo Medina.

Lógicamente, el de Bosch se situaba –como excepción democrática- en el contexto de una coyuntura histórica internacional de guerra fría y, en correspondencia global-regional a esa redefinición geopolítica, al predominio político-fáctico de regímenes dictatoriales bajo la tutela o tolerancia relativa del Norte. A diferencia, ésta en la que se sitúa Danilo Medina, es la coyuntura de contrastes –si se quiere político-ideológicos- en el contexto internacional de un poder universal con varios epicentros: Norte-Sur y el colapso de las viejas nomenclaturas políticas-ideologías para tipificar gobiernos y zonas de influencias. En otras palabras, hoy todo está en crisis: crisis de los paradigmas filosóficos, crisis y degradación del poder global, crisis de los valores en que las civilizaciones se sedimentaron y crisis de una ética pública cada vez más zarandeada y hecha triza por los propios actores y poderes públicos clásicos llamados a ser garantes-defensores: ejecutivo, legislativo y judicial.
Ahora y antes de seguir, quisiéramos precisar lo que fue la antesala –si se quiere histórica- a la llegada de Danilo Medina al poder, pues esa antesala expresó, en su momento, una suerte de nudo gordiano.
La coyuntura política-electoral de 1996 y sus ondas expansivas.

Lo que se definió y se pactó en 1996 (Frente Patriótico) fueron varios designios-brújulas: a) El relevo político-electoral de los grandes liderazgos nacionales (Balaguer-Bosch-Pena-Gómez) encarnado en un liderazgo emergente (Leonel Fernández) y un partido (el PLD); b) La transición de una democracia intra-partido signada por el caudillismo hegemónico a una democracia intra-partido de líderes en ciernes; pero sobre todo, de claques y grupos, en donde el PLD hizo –desde esa atrofia-anomia- la mejor y más inteligente transición armando alianzas –en el poder- y conjurando bolsones de crisis internas que siempre se han generado en su cúpula (¡jamás en sus bases!); c) La ausencia de la irrupción de un liderazgo nacional alterno opositor -no salido del PLD-; y d) el gran dilema-turbulencia que presentó, en su momento, la definición de la candidatura Presidencial-PLD de cara a la coyuntura electoral de 2016: Leonel Fernández vs. Danilo Medina.

Dos coyunturas diferentes: 1996 y 2016

Parecería mentira, pero el próximo año -2016- habrá de cumplirse 20 años de aquella insólita alianza Balaguer-Bosch (Frente Patriótico) que significó el cierre y el ocaso de dos líderes políticos diametralmente contrapuestos (y para Balaguer, el cierre definitivo “al camino malo” que en su concepción prejuiciada –del peligro haitiano- encarnaba Peña-Gómez), pero además, el eclipse o conjunción de dos paradigmas antagónicos: el pasado trujillista reencarnado en el bonapartismo-autoritarismo –de Balaguer- y el ala más liberal y ética –representada en Bosch- de la política contemporánea dominicana. Fue, sin duda, una alianza de perplejidades de la que jamás se recuperó la minoría ortodoxa del PLD. Y con ello, también –y hay que subrayarlo- la debacle del sustento ideológico-doctrinario.

Desde entonces, y a pesar del contratiempo-catástrofe 2000-2004, la ruta quedó marcada para el PLD: gobernar, pactar y hacer reformas. Pero en el plano interno (es decir, en el partido) dos fenómenos políticos-electorales se fueron configurando: el abandono del partido –como realidad orgánica-doctrinaria-institucional- y la realidad de dos liderazgos de estilos y matices distintos: el de Leonel Fernández (teórico-visionario y excesivamente tolerante) y el de Danilo Medina (pragmático-impactante y posicional) que, increíblemente, se complementan y, en cierta forma, se desconectan en el marco de contradicciones de correlación de fuerzas, de espacios de poder y de liderazgos subalternos que se miden y se contraponen en poses y discursos al margen o en descodificación de lecturas semióticas de ambos líderes mayores, obviando –esos liderazgos subalternos- el momento (la coyuntura), los tiempos (la campaña), y lo que es peor, lo impredecible de sostener y prolongar una fotografía-encuesta que siempre será “un momento” y donde todos los actores son necesarios y claves para el triunfo.
¿Por qué Danilo Medina 2016-2020?.

Sencillamente, porque así como los liderazgos en política no se decretan, tampoco los procesos sociopolíticos se pueden condensar-predecir cual experimentos bioquímicos de laboratorio sin los riesgos –cierto- de que se escape un Frankenstein no previsto (como sucedió). Sin embargo, lo cierto fue que la coyuntura del 2016 se proyectó –por la ausencia de un liderazgo emergente-alterno potable, por ejemplo, el Jaime David Fernández Mirabal del 2000-, como un gran dilema para el PLD: retorno de Leonel Fernández –a la sazón, bajo la resaca de una vil campaña de descrédito y una oposición política+sociedad civil rabiosamente unificada en su contra y esperándolo- como candidato o, repostulación del Presidente Danilo Medina, bajo la recurrencia –o el fantasma- de una reforma constitucional y la turbulencia interna que ello implicó.

Pero seguir zahiriendo y batiendo ese episodio (y sus ondas expansivas), es ir contra un principio en política: la realidad no se discute. Y esa realidad es: a) que Danilo Medina es el candidato del PLD, del Bloque Progresista y del Gobierno de Unidad Nacional que ha refrendado con el PRD conformando una alianza política-programática-electoral prácticamente imbatible; y b) Que el Presidente Danilo Medina viene haciendo una excelente gestión de gobierno con énfasis en la agenda social-histórica acumulada y desde un estilo -de ejercicio del poder- que ha impactado favorablemente a las grandes mayorías nacionales que le ha granjeado una aceptación ciudadana inédita en el país que, incluso, se ha reflejado en mediciones internacionales que lo han situado –en varias ocasiones, y muy recientemente- como el Presidente mejor valorado de la región.

De suerte que al PLD, si quiere mantener el poder, no le queda más opción-remedio que fijar las prioridades política-estratégicas –coyunturales y de largo plazo- que son, a saber: 1) preservar el poder (y ello implica, una mirada sentida al partido, afinar el discurso político-electoral, o lo que es lo mismo, retirar –vía el 9.1.1- el discurso político-público de ciertas jerarquías internas que mas que cohesión fomentan fragmentación-desmotivación); 2) reafirmar –diálogo Leonel-Danilo, y post-mayo-2016- el punto número dos del acuerdo interno; 3) hacer posible e impostergable las reformas pendientes para adecentar el ejercicio del poder y la actividad política (Ley de Partidos, reforma a la Ley Electoral, creación -por Ley- de un zar independiente anticorrupción pública-privada); y 4) recordar recordar –como dijera, si no me equivoco, Joseph Napolitan- ¡“…que las elecciones no se ganan hasta que no se ganan”!

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