Periodistas atrincherados en la posverdad

“La posverdad es un tejido de mentiras que impera en los medios de comunicación, remunerados por sectores influyentes del gobierno, para mantenerse en el poder y garantizar la impunidad”.

Cuando me surgió la idea de estudiar comunicación social siempre lo hice apegado en los valores, la ética, la moral, las personas y la comunidad, utilizando técnicas sustentadas con humildad para hacer de la información un marco regulador que contribuya a solucionar problemas en la sociedad, entendiendo que la justicia, así como la información, son valores sine qua non que ponen en comunicación a los hombres, porque el deber del periodista consiste en dar a cada persona lo que le pertenece.

Recuerdo los encontronazos que tuve con mi padre (en paz descanse), cuando le dije que quería ser periodista. Me dijo: “si está dispuesto a enfrentar el capitalismo y a los políticos sin alma y corazón, pues estudia periodismo”. Por el momento no reflexioné sobre sus consejos, pero no me arrepiento, a pesar de que estoy viviendo sin dobleces el panorama que siempre me pintaba cuando intercambiábamos impresiones sobre el periodismo.

Traigo el tema a colación sorprendido por la forma entreguista, subjetiva e irresponsable de algunos periodistas- sin generalizar en contexto-, no sólo frente a los propietarios y financistas de los medios, sino frente a la comunidad, en contraposición con los intereses sociales.

La manifestación de soborno, ambición y oportunismo, puesta en la mesa del marketing por los políticos para mantenerse en el poder a través del dinero corruptor, han convertido los periodistas en pseudoperiodistas, atrincherados en un ambiente de obediencia acomodaticio, ajeno al criterio profesional de un ejercicio periodístico “de trinchera”, que mezcla sin pudor información y opinión, confunde noticia con intereses y tiene el mismo efecto que el lanzamiento de piedras contra sí mismo, haciendo entender que es inocente de sus errores anti éticos.

Los periodistas que por encima de lo económico mantienen sus principios sirven de remedios para sanar los males de la sociedad, defender los sagrados intereses de la nación y hasta sustituir gobiernos dictadores por gobiernos concertadores. En contraposición a lo referido, República Dominicana adolece de comunicadores con criterios ideológicos para favorecer y promover los valores, que prefieren utilizar los medios para promover la violencia desmedida, la extorsión, el narcotráfico, el soborno y la corrupción, en base al reclutamiento político-gubernamental, convirtiendo la verdad en “posverdad”, distorsionando y manipulando la información, dando a entender que en el país todo es valedero para modelar la opinión.

La “posverdad” es el distanciamiento, cada vez mayor, entre los discursos de los políticos y los hechos reales que producen, visto que estos últimos influyen menos en la opinión pública que los llamados a la emoción y la creencia de los votantes, un nuevo neologismo impuesto por el gobierno peledeista para distorsionar la verdad y encubrirse sin premeditar lo que le depara el futuro, porque como dice la popular canción de Antonio Aguilar, “nadie es eterno en el mundo”.

Los periodistas son co-responsables de la descomposición económica y el saqueo que adolece el país en los actuales momentos, y no lo son por su defensa a favor del gobierno de turno, lo son más bien, porque han financiado la ética profesional poniendo a contrapelo los principios de familia, mintiendo y diciendo lo contrario con la mera intención de engañar a quienes buscan nutrirse de información basada en la realidad.

Mediante la realización de un periodismo de burbujas ideológicas no podemos re-direccionar el país. En vez de producir noticias con olfato periodístico y en base a la verdad, los periodistas dominicanos se han convertido en productores de mentiras, hechas creíbles ante los diferentes públicos a través inversiones millonarias provenientes del Estado.

La posverdad es una mentira verbal e intencional que pertenece al registro de la conciencia, bien definida por Jean Baudrillard, cuando dijo: “el simulacro es lo verdadero, y en el apogeo de las hazañas tecnológicas, perdura la impresión irresistible de que algo se nos escapa; no porque lo hayamos perdido (¿lo real?), sino porque ya no estamos en posición de verlo, al saber que ya no somos nosotros quienes dominamos el mundo, sino el mundo es que nos domina a nosotros”.

 

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