Pastoral católica

Los males de la sociedad dominicana son muchos y  están liderados por la corrupción y la criminalidad. Por lo menos eso es lo que  piensan los obispos en su Carta Pastoral. Tienen razón en el enunciado central, pero pecan por omisión por no tipificar el embrión  en que nacen estos problemas, y la guillotina que se necesita para amputarlos.

La sociedad dominicana de hoy está narigoneada por la corrupción. La que más llama la atención  es la de los funcionarios públicos. Tienen un ejercicio que está siempre en la mira del pueblo, además de que como entes partidistas levantan pasiones. Tienen seguidores y detractores.

Hay muchas veces impunidad e inmunidad cuando se hace referencia a funcionarios públicos que caen en los linderos de la corrupción. La lista de lo que es un servidor público es larga, puede ir desde un ministro, a un senador, a un juez, a un fiscal a un agente de policía o de seguridad.

En el sector privado se aposenta la  corrupción también. Tan malsana o más que en el área pública. Los corruptores, los que compran, los que pagan, se encuentran en el sector privado. Los políticos llegan y desaparecen en cuatro años, pero el sector empresarial se eterniza en su poder.

En ese grupo empresarial hay burladores de impuestos, agiotistas, especuladores, falsificadores de medicinas, esquilmadores de los que asisten a consultorios médicos, abogados que venden defensas, y una lista inalcanzable de inconductas fuera de una santidad a la que aspiran los obispos.

Hoy, con los altos costos de una campaña política para alcanzar una función electiva, es prácticamente imposible poder emprender esa carrera si no se acude a  la mano amiga de un empresario. Son favores políticos que posteriormente se pagan con aprobación de proyectos de leyes, o aplicando con manos enguantadas la justicia.

Los obispos también están preocupados por la criminalidad que sacude a la República Dominicana. Aunque muchos lo quieran esconder, el crimen desorganizado está a punto de hacer doblar las rodillas a la sociedad dominicana.

Dije crimen desorganizado, porque si algo positivo hay en la lucha contra la violencia es que no se ha formado en el país una gran organización criminal con alcance nacional. Operan bandas individuales que casi a diario son eliminadas en las acciones policiales.

Lo malo es que cuando un delincuente cae, otros están listos a ocupar ese puesto. Hay un ejército de jóvenes que actúan fuera de la ley, y que con cada golpe de sangre, con las muertes que provocan, con el desafío a la autoridad, van escalando macabras posiciones  en la delincuencia.

Tienen razón los obispos: la situación es preocupante y la sociedad dominicana tiene que buscar soluciones inmediatas. Ponerse en pie y no dejarse doblar las rodillas ni por la corrupción ni por la criminalidad.

 

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