“¿Para qué os sirven los ojos si no veis, y los oídos si no oís?”

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EL AUTOR es investigador y empresario de agronegocios. Reside en Santo Domingo.

Hay maravillas del Señor que se guardan en el corazón, pero hay maravillas del Señor que no caben en el corazón, ni en el alma, ni en la razón. Por consiguiente, esas maravillas son imposibles de guardar, ellas mismas salen independientes de ti y se proclaman, se anuncian y se dan a conocer, porque son el reflejo de Dios Padre.

Por eso en el Evangelio de  Marcos, capitulo ocho, versos del catorce al veinte y uno,  Jesús pregunta a los Apóstoles: «Para qué os sirven los ojos si no veis, y los oídos si no oís? A ver, ¿cuántos cestos de sobras recogisteis cuando repartís cinco panes entre cinco mil? ¿Os acordáis?»

Porque habiéndole Él mostrado la gloria de Dios hacía apenas pocas horas, escucharon y vieron con oídos y ojos terrenales. No fueron capaces de ver a el Padre revelado en las maravillas que habían visto, incluso ya lo habían olvidado. Sus corazones y sus mentes estaban amarrados en dudas y prejuicios.

Nos pasa a nosotros permanentemente en todos los aspectos de la vida: en nuestro comportamiento como individuo, en nuestra relación con los amigos, con la familia, en nuestra relación de trabajo, de pareja, con la sociedad, con la naturaleza y en nuestra relación con nosotros mismos.

En frente de nosotros está la vida; pero no la vemos, la miramos, la dejamos pasar y no nos damos cuenta que ella, la vida se nos va. Tenemos ojos para ver, pero no vemos, vamos ciegos y ciegos caminamos guiados por guías que también están ciegos. Tenemos oídos para oír, pero no oímos, caminamos como zombis en medio del bullicio y la algarabía vana.

Así acontece, aunque la Verdad fue revelada y la Luz se hizo presente en el mundo (jn 1:9), para que nosotros los seres humanos podamos ver, oír y ser verdaderamente libres. Entonces, cabe preguntarse ¿Qué ha pasado, si la Luz se hizo presente y la Verdad fue revelada, por qué seguimos como ciegos y encadenados?

Cuando la Luz se hizo presente, a una gran parte de los seres humanos no les pareció conveniente ni agradable la Luz, porque esa Luz revelaba lo que ellos no son, pero creían ser, ponía al descubierto su interior, el cual querían ocultar, porque estaba lleno de inmundicias y vacío de pulcritud y belleza.

Entonces tuvieron miedo y afanosamente quisieron hacer desaparecer esa Luz a como dé lugar. Pusieron  en movimiento coordinado toda la malicia de sus corazones, tramaron trampa tras trampa, pero nunca pudieron apagarla, sino hasta que fue el tiempo para que esa Luz se apague por tres días y luego volviera para ya no apagarse jamás.  Es así como esa Luz indeleble, infinita y eterna quedó para siempre en los corazones de los elegidos, para que estos a través de los siglos, la propaguen de corazón a corazón a todos aquellos que estén dispuesto a tener ojos para ver.

Dirigido por guías ciegos y sordos

Igual pasó cuando la Verdad fue revelada, porque la Luz y la Verdad son y están en una misma persona, y esa persona es el Hijo, la Palabra con la que todo fue hecho (Jn 1: 1-3), la cual se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1:14), y en ella fue revelada la Luz y la Verdad.

Esa Verdad también fue ocultada por tres día, los mismos tres día que fue ocultada la Luz, pero al tercer día  quedó revelada para siempre y fue colocada en el corazón de los elegidos, para que estos la dieran a conocer a todos aquellos seres humanos que estén dispuestos a oír, porque viendo y oyendo, serán libres y vivirán para siempre.

Pero vemos con tristeza, más no sin esperanza, que el mundo de hoy, al igual que el de ayer, sigue dirigido por guías ciegos y sordos, con visión corta y aliento lleno de calamidades, muertes y olores repugnantes de maldad infinita. Sin embargo, existe toda una fuerza creciente de personas que han logrado escapar de la mentira y han arriesgado lo que ese mundo les ofrece, a cambio de la libertad que les otorga la Luz y la Verdad, que son fuente de la verdadera Vida que dura para siempre.

De modo que aprendamos a ver y oír las maravillas del Señor, porque muchas de ellas se autoproclaman, se anuncian solas, independientes de nosotros, revelando la grandeza, el amor y la misericordia del Padre, para que seamos libres, conociendo la Verdad, caminando con la Luz que lleva a la Vida, porque así no nos dirá Jesús: «¿…para qué os sirven los ojos si no veis, y los oídos si no oís?»

 

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