“La idea que tengo de un prócer de la República, la encarna Marino Vinicio Castillo; la idea que tengo de un prócer de la palabra la encarna Marino Vinicio Castillo. Y, cuando Marino Vinicio Castillo habla sobre los temas apremiantes de la República, lo hace no solo con propiedad y elegancia, sino con dignidad y coraje”. (Palabras del doctor Bruno Rosario Candelier, Director de la Academia Dominicana de la Lengua ADL, 10 de diciembre de 2015).
¿Cómo podría el lector o el lectorado de un país como la República Dominicana interpretar y entender el epígrafe, la cita anterior proveniente del director de la Academia Dominicana de la Lengua (ADL), Presidente del Ateneo Insular y fundador del movimiento denominado Interiorismo, doctor Bruno Rosario Candelier?
Al momento de pensar la condición “procera” o la función del prócer en la historia política, cultural y social dominicana, ¿podemos también pensar la proceridad “encarnada” en un sujeto de moral dudosa que represente tal condición, diríamos que alegórica e ideológica?
Si un sujeto “nombrado” y premiado como tal por nuestra Academia Dominicana de la Lengua “encarna” la proceridad, la condición del prócer desde una perspectiva “nacionalista” como la que sugiere la cita que encabeza este escrito, debemos admitir entonces que la condición intelectual dominicana ha sido derrotada por la “política” de la interpretación, pero también por la “mentira” de la interpretación.
Cuando el director de la ADL, Presidente del Ateneo Insular y fundador del movimiento denominado Interiorismo percibe, califica la condición de prócer encarnada en un sujeto como el doctor Marino Vinicio Castillo, está comprometiendo a las instituciones que representa mediante un “juicio de autoridad”, esto es, un juicio abarcante de su condición cuya palabra es un “dictado”, un aserto, una afirmación que no es poética ni literaria, sino “política”.
Nos preguntamos si tal afirmación, indudablemente celebratoria, circunstancial y sobre todo inoportuna y demagógica, puede servirle de pedagogía instruccional a una comunidad que quiere sostenerse mediante atributos y prácticas morales, educativas y orientacionales desde la ADL, el Ateneo Insular y el Movimiento interiorista. ¿Participan, creen, admiten, entienden, aceptan los intelectuales de dichas instituciones o agrupaciones tal aserto sobre la proceridad y la condición de prócer percibida, pensada y expresada por su principal cabeza rectora?
Pero, más que dicha afirmación, ¿puede un individuo como el señor Marino Vinicio Castillo representar, “encarnar” y ser ejemplo a seguir como prócer en un momento como el actual, corroído, atravesado por una crisis “intestinal”, axiológica y generadora de los más terribles monstruos y adefesios políticos predominantes?
Es importante señalar, por un asunto de propiedad y valoración contextual, que nuestras instituciones atraviesan por una crisis moral y un tiempo de precariedades que no son solo económicas o de recursos administrativos, sino más bien de pensamiento. La confusión de los llamados líderes institucionales, pensadores emblemáticos y funcionarios nominales, campea por doquier y máxime si su palabra, como ya hemos podido constatar, se diluye en una retórica palaciega que nos incluye como miembros, gestores e intelectuales.
Cuando en una institución académica, rectora, humanística y cultural se toman decisiones incidentes en una comunidad o en un núcleo “formador” y ciudadano, las mismas involucran no solo a una directiva o a los puestos representativos. Dicha decisión repercute en su membresía y por lo tanto, la misma debe ser sancionada, conocida y aprobada por la suma de sus miembros institucionales activos. El juicio y la ponderación de una decisión interna de premiación o reconocimiento, no es solo del director o la directiva, sino también de todos los miembros de dicho organismo. Habla desde un “yo” infalible de algunos miembros de una directiva “empoderada e infalible” que deshace y afecta la cohesión interna de una comunidad científica y académica.
En el segundo semestre del año 2004 publicamos una obra titulada República Dominicana: el mito político de las palabras, donde reflexionábamos sobre la condición del intelectual en la Historia y en la Política dominicanas: “Asistimos al derrumbe de la palabra política en la República Dominicana. La cartografía simbólica de los usos sociales se revela en la palabra dada y advertida como triunfo de grupos poderosos instruidos de manera institucional e informal en el país. La palabra del Estado siempre ha sido palabra de ley, compromiso y cumplimiento. Pero dicha palabra conforma un discurso de poder y una ética de la fuerza” (véase Odalís G. Pérez, Op. cit. p.11).
El ciudadano de nuestros días, y sobre todo, del actual presente cultural puede preguntarse, puede interrogar e interrogarse sobre las políticas que atraviesan y conforman la institución cultural actual. Puede examinar el aserto, el enunciado o texto que encabeza este ensayo para llegar a conclusiones que muy bien podrían ser estratégicas, críticas y ponderativas de un estado crucial y “maníaco” del pensar y el pensamiento políticos en la actualidad.
Al momento de “incomprender” la condición histórica del sujeto de la interpretación y por lo mismo de su historia personal y pública, nuestro colega, académico Director de la ADL, Presidente del Ateneo Insular y fundador del Interiorismo engaña y traiciona a su comunidad, a sus seguidores, alumnos, poetas, narradores, admiradores, profesores, colegas y en fin, a su sociedad.
Víctima de su propio “dictado”, de su propia dictadura literaria, estética y sobre todo política, nuestro distinguido colega y gestor, “Activo cultural de la nación”, tropieza con un obstáculo ideológico e ideologizarte que lo conduce al espectáculo, a la escena propia del texto, del epígrafe, de la cita que origina el mega-espectáculo del Premio de la Academia, otorgado al sujeto en cuestión.
La lengua española, así como cualquier lengua histórica y funcional es y funciona como medio, vehículo, poder y víctima al mismo tiempo, sistema, pero la misma es también “victimaria”, asesina, libertina, prostituta, patriótica, mensajera, política, poética, esto es, (y como en ocasiones lo expresaba el lingüista y ensayista francés, Roland Barthes): “La lengua es fascista”. No podemos, no debemos adorar, mitificar, idolatrar, ni bendecir o santificar a la “madre lengua”, pues esa “lengua madre” es la que ha servido para deportar, encarcelar, torturar, degradar y condenar a nuestros “héroes” y “mártires”; la misma que también santifica el crimen, las dictaduras, los genocidios, holocaustos, destrucciones de etnias, países, comunidades oprimidas, en fin, la lengua del Estado-nación.
Sin embargo, tomar de pretexto a la Academia Dominicana de la Lengua para premiar, bendecir, santificar y celebrar a un “prócer” como el señor Marino Vinicio Castillo, pone a su director Bruno Rosario Candelier en el lugar de la sospecha, de la duda, de la política actual predominante y dominante; pero también pone en crisis a nuestra institución cultural y académica, y más si pensamos, reflexionamos la cita que encabeza nuestro ensayo. Nuestra academia fundada el 12 de octubre de 1927 no fue creada para estos menesteres “politiqueros”, ni para celebrar libros persecutores de etnias, ni ciudadanos del vecino país, ni conciliábulos políticos del momento, ni falsos próceres, ni para homenajear políticos de capa y espada, ni mucho menos para defender la “idea” que tiene el director Bruno Rosario Candelier de lo que es un “prócer” ni lo que encarna dicho prócer.
En el informe que remite el doctor Bruno Rosario Candelier a la membresía, correspondiente al mes de diciembre, aparece la ponderación del Premio de la Academia, otorgado a Marino Vinicio Castillo, pero justificada en una ficción, en una Alegoría que va más allá de la Filología y que retrata al director de la ADL, al presidente del Ateneo Insular y al fundador del Interiorismo:
“La idea que tengo de un prócer de la República, la encarna Marino Vinicio Castillo; la idea que tengo de un prócer de la palabra, la encarna Marino Vinicio Castillo. Y, cuando Marino Vinicio Castillo habla sobre los temas apremiantes de la República, lo hace no solo con propiedad y elegancia, sino con dignidad y coraje”. (vid. en Informe citado, 10 de diciembre de 2015).
Debemos consignar que entre el 21 y el 22 de diciembre del recién finalizado año 2015, le enviamos al doctor Bruno Rosario Candelier y a la Directiva de la ADL dos cartas sobre el mismo argumento, que deben ser registradas, leídas, ponderadas y analizadas, no solo por la institución de marras, sino más bien por toda la ciudadanía cultural dominicana.
La ponderación y percepción anterior resume, sin embargo, la práctica política de un Estado-nación que respalda la actual institución social, jurídica y cultural en crisis; pero que también justifica una estética, una filosofía del lenguaje y un concepto de obra “homicida” del sujeto de derecho en la tardo modernidad. Y aquí es importante destacar que la servil retórica inherente al tipo de juicio citado, funciona ante todo como “política oportuna” para la sacralización, no sólo de un sujeto político o politiquero, sino de su propia ficción, fabulación y su condición moral etnopolítica.
“Hacerle caso” a la decisión institucional (¿anti-institucional?) premiadora, nos conduce a comprender lo que sugiere y pronuncia un “homenaje” en el momento actual del vivir y de la vida cultural dominicanos. Lo que permite cuestionar todo un marco y su transcurso, el recurso y el curso que revela la vida política y cultural de las prácticas humanísticas e intelectuales de nuestros días.
La instrumentación del juicio estético, cultural y literario de hoy funciona, en este caso, como un expediente de “barbarie” del pensamiento y del pensar de cierta intelectualidad emblemática y alegórica del presente político.
De ahí que la tropología literaria, estatal y cultural de nuestros días, se entienda y se extienda como una retórica dictatorial de poder, de goce, de deseo, de ceremonia, presencia y fiesta de la ideología y “manía” política dominantes. Más que un premio a un prócer nacional, nuestro colega director de la ADL le ha propinado un “cacerolazo”, un “batazo”, un “puñetazo” en la cabeza a la intelectualidad, a la moral, a la educación, a la literatura, a la vida pública dominicana, al interiorismo, a la poética, a la estética y a nuestros términos tradicionales de comparación.
Jpm