Oviedo vino del mar

imagen
EL AUTOR es abogado. Reside en Santiago de los Caballeros.





«La pintura es el mejor acto del artista a fin de poder transmitir un mensaje, el mejor mensaje en el momento histórico en que se produce. El arte tiene que ser producto de una honestidad y una voluntad creadora profunda». Sequeiros

Se me ocurre una fantasía al escuchar el sonido de las campanas matizadas de la muerte y en mi mente inocente concebí la silueta titánica de un artista envuelto en un manto celestial y al dorso la parte inconclusa del hombre. En los dedos mágicos una brocha prodigiosa y escultural hacía filigrana.

El paisaje era visto por el artista desde el paraíso ¿Qué veía desde ese divino lugar de descanso el artista esclarecido? Pintaba a una nación caminando sobre unas tierras ubérrimas, como aquella salutación al optimista cantada por Rubén Darío, que dice: «Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecundo, espíritus fraternos, luminosas almas, ¡salve! Porque llega el momento en que habrán de cantar nuevos himnos lenguas de gloria».

Los colores apacibles viajaban risueños sobre el fondo blanco del lienzo. Cada pincelada reverberaba un pensamiento, una fuerza poética desentrañable. Era la silueta de su Barahona la que se mostraba desde aquella altura bajo la luz de la luna engarzada gloriosamente por la frondosidad señorial de una alameda meditabunda.

La aparición de su tierra sentimental contemplada desde lo eminente modelaba un paisaje de un cromatismo apetecible y cautivador. El artista Ramón Oviedo, ilusionado por el universo que dejaba detrás de sí se volvió melancólico antes de su partida suprema de lo terrenal a lo celestial. Aún en este paseo inmortal los artistas siempre viajan con su trípode, con su  óleo de buena calidad y con sus lienzos.

El artista dejaba por primera vez de oír el golpeo de las olas marinas retumbar en su oído que desde niño acariciaba su sensibilidad. El azul del mar no era azul. El artística veía la diversidad en el color del mar. A partir de ese universo abierto el maestro Oviedo trabajó su obra.

Apropiado sería en este espacio tan solemne y vibrante a la vez traer un trozo del poema del más glorioso y encantador aedo chileno Pablo Neruda, titulado «El mar», a los fines de que nuestro Oviedo en su reposo celestial pueda rememorar los golpeos melodiosos del mar como fuente de inspiración. Veamos: «Necesito del mar porque me enseña: no sé si aprendo música o conciencia; no sé si es ola solo o ser profundo o solo ronca voz o deslumbrante suposición de peces y navíos. El hecho es que hasta cuando estoy dormido de algún modo magnético, circulo en la universidad del oleaje».

Si David Alfaro Sequeiros, Diego Rivera y José Clemente Orozco les dieron con su arte pictórico y su creación como grandes muralistas a Méjico grandiosidad en el mundo de las artes universales, Ramón Oviedo ha dejado a su pueblo un legado tan grandioso e infinito que su luz trasciende el espacio particular y resplandece como un verdadero astro en el cosmos.

Un ensayista que escribe en la actualidad desde la isla de Santo Domingo tiene que estar claro del desvalance cultural a pesar de las referencias colombinas y de realizaciones a lo Ovando, de la distancia existente cuando se trata del mundo cultural de México. Tal vez por ello la muerte de Oviedo sin pasar por desapercibida no recibió los tributos ni los ceremoniales que un gran artista como él se merece.

Oviedo conocía el camino de la nostalgia y conocía el sendero de la alegría de la vida hasta el propio declive del cuerpo y de la mente del hombre cuando en sus días comienza a encontrarse con el ocaso.

No quiero hablar de soledad ni de dolor. No quiero hablar de cosas circunstanciales en la pintura dominicana en un momento como este. Oviedo no era otro pintor inventado ni creado por gacetilleros mediáticos de la postmodernidad.

Aquel niño nacido en Barahona en 1924, en un ambiente adverso a todas las manifestaciones de las artes y del pensamiento,  fue desarrollándose desde joven como artista hasta convertirse en un verdadero maestro de la plástica dominicana.

A la parafernalia oficial parecería no importarle un bledo la partida de este gran dominicano, reconocido más allá de las olas del mar caribe y del océano Atlántico como lo que verdaderamente era, un embajador cultural representante como ningún otro, de lo más granado de la pintura universal y antillana.

Por encima de nuestro propio olvido y de indiferencia de la cultura oficial su figura resiste y va a resistir los días por venir. Sus premios y reconocimientos nacionales e internacionales, como son la Orden al Mérito de Duarte, Sánchez y Mella y la Condecoración Chavalier de l’ordre des Arts et des Lettres, del Ministerio de Cultura y Comunicación del Gobierno francés.

Sus grandiosos murales y sus pinturas están expuestos de manera permanente en los más afamados museos del mundo. Esa presencia suya conduce la magnífica obra de Oviedo a formar parte envidiable de una constelación prolífica de artistas y muralistas que conforman una élite desde lo comienzo de la historia.

El domingo de madrugada partió de este mundo Ramón Oviedo. ¡Cuántas cosas podrían escribirse!

 

Compártelo en tus redes:
ALMOMENTO.NET publica los artículos de opinión sin hacerles correcciones de redacción. Se reserva el derecho de rechazar los que estén mal redactados, con errores de sintaxis o faltas ortográficas.
0 0 votos
Article Rating
guest
0 Comments
Nuevos
Viejos Mas votados
Comentarios en linea
Ver todos los comentarios