Oportunidad para vernos más humanos, iguales y solidarios

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EL AUTOR es escritor. Reside en Santo Domingo.

La desigualdad se da, se consolida sobre la base de una estructura económica y de un orden social predeterminado. El coronavirus, no solo está atacando nuestros cuerpos de manera feroz y despiadada, también está atacando las estructuras económicas y sociales sobre las que vivimos.

Es una pandemia que obliga a ponerlo todo al servicio de todos: una forma de igualarnos, de ponernos más cerca y de entendernos un poco más como lo que realmente somos.  Iguala normas, iguala comportamiento. Estremece la sensación   de superioridad que unos presumen tener de  sobre otros. Nos pasa su rasero implacable y nos lleva a niveles tan horizontales que esas diferencias artificiales que hemos construido para vernos superiores a otros se desvanecen, y entonces nos descubrimos tan humanos como somos. John Donne nos recuerda que las campanas están doblando por todos por igual.

Es frente al dolor donde los humanos descubrimos que tan iguales somos. El sufrimiento igualado nos ayuda a entender que todos nuestros esfuerzos no tienen que estar al servicio de las ganancias financieras, que en última instancia todo lo que el hombre hace y construye solo tiene sentido cuando se pone al servicio de la vida. Vemos que los bancos flexibilizan el manejo de las deudas, que la medicina no puede estar motivada solo por las ganancias y la especulación económica y que la guerra es la práctica más cruel y estúpida que se le haya podido ocurrir al hombre.

Esta pandemia estremece la estructura de nuestros pensamientos y nos hace repensar nuestras motivaciones y prioridades. La pirámide de Maslow que jerarquiza las necesidades humanas comienza achatarse hasta su línea base en la que solo la supervivencia humana es realmente esencial, lo demás es superficial, es accesorio y prescindible. Sobran así el prestigio, la famalos títulos, rangos y honores. Es un tiempo de ver lo inútiles que son nuestras vanidades y extravagancias. El valor de la vida no está en las diferencias artificiales que el sistema nos quiere hacer ver, el valor de la vida está en ella misma.

El coronavirus nos ha remitido a nuestra interioridad, a la búsqueda de nosotros, nos está llevando a explorar nuestra verdadera grandeza y significado a través del dolor, nos está haciendo comprender que no somos tan independientes y autónomos como a veces nos creemos. La humanidad es única y está unida por los lazos fuertes de su propia dignidad que tiene su origen en Dios.

En estos momentos la economía del sistema es uno de los aspectos más importante y también es el menos. La economía, el sistema que crea abundancia y al mismo tiempo genera desigualdad y pobreza, no es tan importante, ahora lo importante es la economía elemental, la que permite el sustento cotidiano y la sobrevivencia, la que permite lo necesario, lo imprescindible para retener la vida. El Señor Jesucristo ya dijo que la vida es más importante que las riquezas, y que la verdadera vida del hombre no consiste en la cantidad de bienes que posee.

 Quizás nadie haya ilustrado mejor esta realidad que Steve Jobs, el impulsor de la Apple, quien periódicamente, con su impecable atuendo de negro, nos sorprendía en el escenario presentándonos los hallazgos tecnológicos más avanzados de su exitosa compañía mundial. Innúmeras veces he leído su carta de despedida y he subrayado sus palabras en las que nos dejó una lección conmovedora y profunda, no de tecnología, no de hallazgos y  nuevos logros en el mundo de los ordenadores sino de la vida, de sus realidades últimas e indeclinables, de su puerta inevitable hacia un final que nos convoca a todos.

La carta de cierre de Jobs hay que leerla con reflexiva quietud y atención: “He llegado a la cima del éxito en los negocios. A los ojos de los demás, mi vida ha sido el símbolo del éxito. Sin embargo, aparte del trabajo, tengo poca alegría. Finalmente, mi riqueza no es más que un hecho al que estoy acostumbrado”.

“En este momento, acostado en la cama del hospital y recordando toda mi vida, me doy cuenta de que todos los elogios y las riquezas de la que yo estaba tan orgulloso, se han convertido en algo insignificante ante la muerte inminente”.

“¿Cuál es la cama más cara del mundo? La cama de hospital. Usted, si tiene dinero, puede contratar a alguien para conducir su coche, pero no puede contratar a alguien para que lleve su enfermedad en lugar de cargarla usted mismo.  Las cosas materiales perdidas se pueden encontrar. Pero hay una cosa que nunca se puede encontrar cuando se pierde: la vida”.

“Dios nos ha formado de una manera que podemos sentir el amor en el corazón de cada uno de nosotros, y no ilusiones construidas por la fama ni el dinero que gané en mi vida, que no puedo llevarlos conmigo. Solo puedo llevar conmigo los recuerdos que fueron fortalecidos por el amor”.

La hija del millonario portugués Antonio Vieira Montero, quien murió por coronavirus, se despidió de su padre con un sentido y reflexivo mensaje en las redes sociales. “Somos una familia millonaria y mi papá murió buscando algo que es gratis: El aire. Murió asfixiado”.  Viera Monteiro al final de su mensaje instó a la población a olvidar el dinero y quedarse en casa para evitar que el contagio lleve luto y dolor a las familias.

Quizás ahora pensemos que vivimos en una zona en la que se desperdicia una tercera parte de los alimentos que producimos, mientras otra parte de la población es azotada de forma permanente por una pandemia que se llama hambre.  El mapa del hambre es invisible, el mapa del coronavirus ocupa los primeros planos en nuestros medios informativos. Mientras otros mueren por carecer de alimentos, nosotros comemos con glotonería y desparpajo. Esta pandemia debería enseñarnos a comer evitando el boato y el afrentoso desperdicio alimentario que nos deshumaniza.

Nosotros pasamos por un doloroso y desconcertante momento de la historia. Estamos viviendo en medio de un duro proceso de aprendizaje humano. El dolor y el sufrimiento son parte de las herramientas pedagógicas de Dios que no entendemos del todo, pero si tenemos que aceptar que nos dejan lecciones que transcienden nuestras metodologías y presupuestos.

Esta pandemia que nos azota en estos momentos es una oportunidad para revalorizar lo que somos y hacemos. Es una oportunidad para vernos todos tan iguales, tan prójimos, tan cercanos y solidarios como Dios nos quiere. Regresaremos de ella, la vamos a dejar atrás, no sabemos cuándo, pero la dejaremos atrás. Pero también atrás deberán quedar nuestras vanidades y artificios, nuestras falsas sensaciones de superioridad, nuestro egoísmo y nuestro orgullo, nuestros desprecios y desplantes, nuestra soberbia y engañosa presunción de autosuficiencia.

Roguemos al Señor para que salgamos de esta pandemia con mayor sentido de la igualdad y la justicia y con la plena convicción y disposición para vivir conforme al plan de Dios revelado en su Palabra.

rutacristiana@gmail.com

JPM/of-am

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