OPINION: El tremendismo en la crítica económica

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EL AUTOR es administrador financiero, contralor general de la República. Reside en Santo Domingo.

No es un secreto para nadie que las economías de todo el mundo han sido azotadas inmisericordemente por los efectos de la pandemia que ha doblegado a los sectores económicos más dinámicos de los diferentes países del concierto de naciones de este planeta.

Solo basta con tomar día por día los periódicos físicos, virtuales, escuchar la radio, la televisión y toda forma de medios de comunicación para darse cuenta de cómo sigue surcando  ciudades, provincias, municipios y otras demarcaciones geográficas la pandemia, ahora con nuevas cepas mucho más agresivas pues atacan más rápidamente los pulmones humanos.

Ante esta realidad los gobiernos han tenido que poner en práctica las más variadas formas de imaginación para hacer frente a esta situación de calamidades de salud y recesión económica.

Entre los efectos más negativos que observan las naciones se encuentran, la gran cantidad de infectados, muertes, efectos secundarios como psicológicos y trastornos de sueño, depresiones, poco apetito al extremo de desarrollar poco deseo de seguir luchando momentáneamente.

Pero también han visto mermar su capacidad de captar recaudaciones tributarias y otros ingresos que por sus actividades de proveedor de bienes y servicios no han podido cobrar las tasas e impuestos que se había programado, viéndose en la obligación, para poder sostener sus planes, programas y proyectos endeudarse cada día más.

Se ha perdido la capacidad de compra pues son menores los ingresos de los hogares lo que ha mermado la producción y por ende la oferta de bienes y servicios.

Lo que ha llevado a muchos entendidos a sugerir que se aumenten los salarios para que las personas recobren la capacidad de comprar y así poder lidiar con el alza de los precios de algunos rubros de consumo.

Lógico siempre que este aumento no vaya a afectar de forma desproporcionada los precios cuando de por sí han aumentado, producto de la poca oferta y por los altos costos de producir una unidad de un bien o servicio.

Ante estos exiguos ingresos los individuos, los hogares, las empresas y los gobiernos se han visto en la necesidad de incrementar sus obligaciones o compromisos financieros.

Se sabe que de los ingresos se desprende la propensión marginal al ahorro o la propensión marginal al consumo.

Si no hay ahorro no hay inversión ni consumo y si el ahorro es inexistente entonces se recurre al endeudamiento, a los impuestos o a las emisiones de dinero sin respaldo o inorgánico.

Si existen mejores condiciones en  los mercados internacionales se trata de exportar más para así disminuir los déficits comerciales.

El secretario de la ONU, Antonio Guterres, reclamó recientemente una respuesta solidaria del G20 para combatir lo que denuncia como distribución injusta de la vacuna.

Esto así, ya que si la población mundial no consigue vacunarse de manera masiva y si no se logra la inmunización del rebaño no hay garantía de que la humanidad pueda volver a sus actividades normales que llevaba antes de la pandemia.

Para comprar vacunas se necesitan divisas y para ello los gobiernos tienen que endeudarse o recurrir al aumento de los impuestos a los más ricos y las más grandes empresas, especialmente, a las que más se han beneficiado en tiempo de pandemia, tales como: las farmacéuticas, las tecnológicas, las expendedoras de alimentos y otros productos de gran demanda, así también las energéticas.

Los presidentes Bush y Clinton pensaban que los grandes déficits presupuestarios eran tan preocupantes que estaban dispuestos a considerar la posibilidad de establecer nuevos impuestos, medida que nunca es políticamente popular.

Se conoce también que la deuda  pública, es decir, la interna más la externa produce el efecto de  que a medida que crece esta, la  gente acumula deuda pública en lugar de capital privado y el stock de capital privado del país es desplazado por la deuda pública.

También se sabe que la deuda pública es la suma de los déficits de años anteriores, es decir, la deuda pública representa los préstamos acumulados solicitados por el Estado a los particulares.

Lo anterior significa que para el caso de la República Dominicana hoy la deuda pública ronda el 70% del PIB como resultado de el gran endeudamiento que acumularon las anteriores autoridades que sin discriminación tomaban dinero prestado muchas veces sin necesidad y otras veces para pagar el servicio de la deuda (interés y amortización) lo que hoy suele decirse que eso no tiene madre y posiblemente padre, es totalmente huérfano.

Los economistas saben que ante una política fiscal activa, en un momento de profunda recesión y con una política monetaria acomodaticia, esta puede fomentar la inversión.

La inversión se incrementa cuando aumenta la producción y las empresas se ven inducidas a gastar en planta y equipo porque aumenta su utilización de la capacidad.

Ahora bien ¿a quién o a quienes le gusta endeudarse por amor al arte, tomar prestado olímpicamente o deportivamente o alegremente? La respuesta sería, que solo a un enfermo o un adicto a deber dinero, como era característico de las pasadas administraciones del PLD, se endeudaría.

Entonces, al saberse de la situación que hoy se vive de crisis de salubridad ha llevado a muchos gobiernos a endeudarse más y más ya que no disponen de la liquidez para hacer frente a sus operaciones, debido a la caída de los ingresos o recaudaciones.

Hoy se escucha con asombro que uno o dos economistas que sirvieron a la pasada administración de gobierno critican acremente el aumento de la deuda y que recientemente se ha tomado un préstamo de US$300 millones para hacer frente a los efectos de la pandemia.

Se critica por criticar, simplemente para llamar la atención sobre algo que todos conocen, pues si no hay recursos por impuestos, aranceles, donaciones, transferencias, exportaciones, inversiones, turismo, entre otras actividades económicas, es necesario endeudarse  debido a los efectos de la pandemia.

Todo el mundo sabe que hoy se viven días muy aciagos ya que la enfermedad viral no da tregua, pues cuando se trata de reactivar un sector aparece una nueva cepa del Covid-19.

Entonces ¿por qué se pierde tiempo en criticar algo que todo el mundo sabe, que no tiene solución en lo inmediato y que ha sido el producto de una variable exógena que casi se constituye en incontrolable, a no ser por el deseo de molestar o aplicar el tremendismo en las críticas económicas insulsas?

felix.felixsantana.santanagarc@gmail.com

JPM

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