OPINION: El caimán se mordió la cola

Finalmente y a seis años de la inmolación de Mohamed Bouazizi, el vendedor tunecino que respondió con su vida a la agresión policial, los efluvios de la tormenta que desató el hecho, han arrastrado cual tsunami, a su principal promotora, la ex canciller norteamericana Hillary Clinton.

 

En un efecto dominó, la llamada “Primavera Árabe” desarticuló uno tras otro, a los gobiernos de Medio Oriente y la zona norte de África, en su mayoría de corte derechista y dictatoriales. Casi todos los mandatarios derrocados estaban en el poder o a sus entradas, desde el siglo pasado.

 

Esos acontecimientos se reflejaron en las elecciones de Estados Unidos y coadyuvaron a los resultados recientes, aunque no fueron decisivos. Los guerreristas de siempre fueron derrotados, oligarcas globalizadores, que en sus dos versiones de conservadores y “liberales”, han detentado el poder desde 1988; aislando y empobreciendo a América y a su clase trabajadora. Todos apoyaron a su representante mas genuina, a la señora Clinton; y todos mordieron el polvo de la derrota.

 

Hoy día, a la luz de los acontecimientos, podemos afirmar que la metáfora aquella donde “el caimán se muerde la cola”, aplica casi con exactitud a lo que sucedió el 8 de noviembre. Hillary Clinton encendió la pradera, apoyando con energía y el dinero de los contribuyentes americanos, esa “primavera árabe” que modificó el mapa político al sur y este del mar Mediterráneo.

 

Pero nunca previó que las llamaradas llegarían hasta el valle del Tennessee, escasamente un lustro después. Nunca se imaginó que los ciudadanos de este país, también tienen ansias libertarias y le pasaron factura a sus desacertadas correrías internacionales. Lo manifestaron votando contra el establishment que ella representa.

 

Sin embargo, hemos de admitir que los efectos no han sido los mismos, y es ahí donde está lo paradójico del asunto. Mientras en Medio Oriente y África se instauraba la desestabilización y el desorden, en nombre de una supuesta apertura que finalmente no ha sido mas que un gran caos, en América se renuevan las esperanzas con la llegada de un desafiante Donald Trump, que se impone a su propio partido y a la clase gobernante en pleno.

 

Las cúpulas partidarias republicanas y demócratas cerraron filas para detener al intruso que amenaza con revertir el orden neoliberal establecido, el cual ha sido mantenido a pie juntillas por los últimos presidentes americanos, de uno y otro partido. Especialmente Obama, que puso a Ms. Clinton al mando de la diplomacia y le respaldó todas sus bellaquerías.

 

Y fue esa “dictadura” bipartidista, con 28 años en la Casa Blanca, al igual que los derrocados Zine el Abidine Ben Ali en Túnez y Ali Abdullah Saleh en Yemen, la que provocó el voto de repudio masivo de la población a la candidata del sistema; porque ella solo representaba mas de lo mismo.

 

Por supuesto que América no es Medio Oriente o África del Norte y los derrotados no son conducidos al paredón o la horca. En América se les permite que sigan ejerciendo. Unos, discretamente se dedican a dar charlas y conferencias, por las que cobran -por lo general- mucho mas de lo que ganaron como presidente. Otros mas activos, se dedican a seguir influyendo en sus partidos y a promover algún pupilo.

 

Pero en el caso de los Clinton y a pesar de las desavenencias conyugales -que todos creíamos irreconciliables- pues, se emplearon a fondo ambos, para satisfacer el acuerdo de reciprocidad que una vez hubieron de firmar en Arkansas. Él cumplió hasta donde pudo, aunque en momentos fue un crítico de la campaña, porque su fino olfato le indicaba que el final no sería feliz.

 

Sin embargo, se impuso la “conveniencia” familiar y política; y el rubio ex presidente tuvo que aceptar los hechos y enfrentar la realidad: las decisiones las toma la candidata y su equipo. Pero aun así siguió cooperando y hasta arrastró a Obama al ruedo. Entre los dos ayudaron como se pudo a su sucesora para retener el poder; uno desde sus oficinas en Harlem o Puerto Príncipe y el otro desde la Sala Oval en Washington DC. No en balde somos una nación profundamente democrática.

 

Es saludable apuntar aquí, que Donald Trump no es el candidato ideal para los que vinimos a este país en busca de mejor suerte. Pero su discurso es mas creíble, patriótico y sincero que el de la zarina de Haití. No estamos de acuerdo con el presidente electo en todos sus planteamientos, pero sentimos que cuando menos habla de cara al sol; no como el mojigato de Obama, o como la farsante de Hillary.

jpm

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