Mis tortuguitas

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Tras catorce años a nuestro lado, el pasado domingo
tome una difícil decisión y lleve a mis tortuguitas López y Gutiérrez a un
mejor lugar para ellas; si, desde todo
punto de vista, un mejor lugar; pero la
pregunta que me he hecho es, ¿si pudieran
hablar me dirían que preferían
seguir viviendo conmigo y no en ese “resort todo incluido” con amplia
piscina, cascada, área verde y senderos
para caminar y dormir fuera del agua?

Después de que tomaran su baño y se alimentaran,
tomé a las dos tortuguitas y las coloqué en una cesta, las puse en el asiento delantero del carro y
por el camino las fotografié varias veces y casi no podía apartar la vista de sus cabecitas pues me
parecía que con los ojitos me hablaban como preguntándome, extrañadas, que hacia
dónde
las llevaba.

Han vivido conmigo desde que su tamaño era poco mayor que el de una moneda de
cincuenta centavos de aquellas ya descontinuadas; se las regalaron a mi nieta
en un campamento de verano en Casa de España cuando ella tenía tres años y
ya, en agosto pasado, cumplió 17 y como
no podía llevársela en el avión de regreso a su casa, quedaron a mi cuidado.

Claro, antes del traslado solicite su permiso y la
convencí de que ahí estarían mejor y de
la incomodidad que para ellas significa quedarse en casas ajenas cada vez que
viajo al exterior. Y hasta le argumenté
que últimamente está haciendo mucho calor a causa del calentamiento global. (Además,
por aquello de que duran hasta cien años y así ya no tengo esa
preocupación a futuro).

Ellas no crecieron mucho por lo mismo que no crecen
los bonsáis: el crecimiento es limitado por el tamaño del envase en que se
crían. Manuel José, mi hijo mayor, les puso por nombre López y Gutiérrez; el
nombre corto para la pequeña y el más largo para la más grande. Cuando le
pregunte a mi hijo porqué las nombró
como si fueran guardias, me dijo que en razón de que están “vestidas” como militares, con ropa de camuflaje.

Barajé varios
lugares donde llevarlas: un estanque con tortugas a la entrada del hotel
Dominican Fiesta; el Acuario Nacional y la finca de una amiga que tiene una
crianza de tortugas en Bayaguana, pero nunca tuve el valor de dejarlas en esos
lugares.

Donde ahora están viviendo fueron recibidas con gran
entusiasmo pues ya antes había pedido aprobación. En seguida las eche en el
estanque, las fotografié de nuevo varias veces
y un empleado bien simpático trajo una lata grandísima de alimento de la misma marca que
ellas consumían en casa, pidiéndome que yo misma se lo echara en forma de lluvia sobre el agua.

Se confundieron
con unas quince tortugas de varios tamaños y de su misma especie, las de rayitas
rojas en la cara. Pero yo las conozco y
distingo bien y las veré y les hablare cada vez que me toque ir a ese lugar; lo
cual, ya a mi edad, hago con cierta frecuencia.

Aún me queda la duda de si las tortuguitas me habrán perdonado por no haberme dado
cuenta de que cuando nos las regalaron, en lugar de un macho y una hembra, nos
dieron dos machos. Yo nunca las olvidare porque
están asociadas a la niñez de mis hijos y nieta y fueron parte de mi
rutina diaria durante catorce años.

Y ustedes amigos, cuando vayan a la Funeraria Blandino de la Lincoln, antes de subir las escaleras, observen debajo
de ellas el nuevo hábitat de López y
Gutiérrez, y díganme si fue, o no, una buena decisión. ¡Yo hasta he pensado que,
como ellas duran tanto, hasta podrán encontrar pareja y procrear en ese nuevo e
inspirador lugar!

elsapenanadal@hotmail.com

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