Minerva Saint Hillaire: El ángel que nació a la eternidad

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Johan, bienvenido a tu casa, donde quiera que José y yo estemos siempre tendrás un lugar especial –me dijo con angelical sonrisa y esa mirada mansa en la que parecía caber todo el amor del mundo.
-Minerva, –le contesté antes de que me diera un abrazo que de golpe me insufló la paz espiritual de la que era dueña y señora- lo sé y es mío el privilegio de contarlos entre mis amigos ciertos. La luz con que ustedes nos iluminan es de las últimas ráfagas puras que le quedan a esta sociedad ciega. Sería nuestro último abrazo.
Supe a prima mañana de ayer que Minerva Saint-hilaire, mi amiga, la de todos, aquella que conocí en el lejano 2005, la misma que en Nueva York, apenas un mes atrás, me abrazó casi con maternal ternura, ha muerto de una enfermedad injusta. Sentí un taladrazo automático apenas recibí la infausta noticia. No he podido escribir estas líneas sin llorar por su vida, lacerada por el dolor ajeno (que para ella nunca lo fue). Lloraba el niño de Guachupita y de su rostro transido no sólo brotaba la lágrima solidaria, sino que llevaba el pan a la mesa hambrienta.
Pese a que en los últimos años nos vimos poco, nunca murió en mí el recuerdo ni respeto que la vida inmarcesible tanto de ella como de su esposo Jose Samboy siempre me inspiraron.
Muchas veces lloré su nostalgia y sus angustias, sus reclamos a favor de los menos pudientes, acompañé su rabia por la injusticias sociales que todavía apuñalan nuestra patria, escuché su historia, (que es la historia de todos los pobres y desvalidos que siempre llevaba clavados en el alma) narrada cada vez como si nunca la hubiese contado. Teniendo la oportunidad de vivir en la más rotunda opulencia, nunca se metió en esa burbuja que a muchos obnubila y embriaga, y respiró hasta su despedida procurando el bienestar de los demás.
Tanto para nuestra empresa Salud Dominicana -como para mí en lo personal- el haber patrocinado en los últimos meses su dominical programa Con Minerva SOS, fue un honor muy grande, y lo fue sobre todo porque sabíamos que un comercial en este programa era, de alguna forma, poner el arroz, el vívere o la carne en la mesa de alguna familia triste. Minerva nunca pidió nada para sí, jamás persiguió lucro personal alguno; antes bien de lo propio destinaba cantidades importantes para prender sonrisas en caras históricamente atravesadas por el más atroz dolor en la patria de Duarte.
Paz a sus restos, Primera Dama Verdadera. Acaba de nacer usted a la eternidad!

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