Migración dominicana: de la yola a «la vuelta»

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SANTO DOMINGO.- «Nos dijeron que nos ubicáramos con el GPS del celular, que fuéramos por un callejón y al final nos escondiéramos en una matita y que una persona nos iba a pitar. Esa fue la parte más peligrosa. Cuando salgo corriendo, el que iba detrás de mí cayó en un hoyo, que parece que lo hacen los mismos tratantes, y creo que se rompió una pierna. Gritaba, pero el que nos llevaba nos dijo que lo dejáramos. Más p´alante cayó otro. Llegamos a la matita, duramos un rato y llegó una camioneta a la que nos subimos».

Antonio, nombre ficticio, relata una noche de invierno de 2016, en la que cruzó la frontera entre México y Estados Unidos, luego de trece días de una travesía que empezó en Belice, a donde llegó como turista por vía aérea desde Santo Domingo.

Era el segundo intento de Antonio y su travesía fue similar a la de los más de 25 mil dominicanos que habrían entrado de manera irregular al país norteamericano en 2022, según declaraciones dadas en mayo por Greg Segas, en ese entonces cónsul de la Embajada estadounidense en Santo Domingo, al programa El Día.

Al ofrecer ese dato, Segas – actual ministro consejero interino de la Embajada de Estados Unidos en el país-, consideró inusual el alto número de dominicanos en esta ruta, que era «mínimo, dos o tres veces más dominicanos que en años pasados», ya que lo tradicional es por vía marítima a Puerto Rico.

Y aunque los viajes ilegales por el peligroso Canal de la Mona hacia Puerto Rico no menguan, con 2,241 detenidos entre enero y junio de este año 2023, de acuerdo a los datos de la Armada de la República Dominicana -una cantidad que supera el total registrado en 2018, con 1,085 personas detenidas-, hay indicios de que se hace más frecuente la búsqueda por los dominicanos de llegar a Estados Unidos por otras rutas.

Razones y riesgos

Las razones de Antonio, sostiene, fueron la económica y la de una mejor vida para sus hijos, uno de ellos con necesidades especiales por una discapacidad. El viaje desde Belice a la frontera con Estados Unidos no fue ni barato ni exento de riesgos.

El sistema, explicó, es que el viaje está cubierto a través de un garante, que forma parte de una red que atraviesa fronteras y que le ayuda a buscar empleo al migrante ya instalado en Estados Unidos para pagar la deuda contraída. Su deuda: 25 mil dólares. Su deuda final con los intereses: 32,500 dólares. «La pagué en dos años», asegura.

Sobre los riesgos, relató una travesía que revela un entramado de corrupción y trata de personas que valida cualquier acción por el dinero.

«Cuando llegué a Belice, en el aeropuerto, ellos ya sabían, te sacan de la fila. Me llevaron al parqueo y pagué un dinero. Me montaron en un carro, luego en un autobús y viajé varias horas, hasta la frontera con Guatemala. Ahí te recogen», narra en una llamada telefónica desde Estados Unidos.

Asegura que tomó otro autobús y «como después de once horas de viaje», llegó a un punto donde lo recogieron «unos motorizados con esos motores saltamontes y esa gente te da un casco y a dar rueda. En una pista nos encontramos con migración, pero ellos andan tan rápido que a las guaguas de migración no les da tiempo de alcanzarlos».

En Guatemala esperó varios días, alojado en un lugar del que no quiso dar señas. Cuando le avisaron que era el momento de pasar a la frontera a México, afirma que lo montaron en una patrulla. «Hasta te dan ropa como de militar. Ahí te cruzan al área fronteriza y de ahí caminando a México, unos minutos».

En México fue su estadía más larga. «Ahí tienes que tener una clave», dice y apunta que con ella identifican cuál red de tratantes te mueve. «Me monté en un carro, íbamos cinco o seis, pasando chequeos militares, de guardias, como si fueran retenes. El tipo andaba con un bultico, repartiendo dinero a todo el mundo. Luego te montan en un bus (…) Si se monta cualquier mara que controla esa área tú dices la clave. Después te llevan a un sitio, a una casa de alguien que está encargado de ti».

Antonio tomó un vuelo aéreo dentro del territorio mexicano. «Después te meten en un hotel, un par de días, ahí esperan los días de paso de personas. Hay días exclusivos para pasar otras cosas que no son personas. Esperas el día que ellos te digan».

En su estadía en México se encontró con migrantes varados. «Uno va pasando por lugares que encuentra las personas que tienen meses esperando que el encargado de ellos pague».

El día indicado llegó. Le tocó cruzar por el río Bravo. «Fue en un botecito inflable, seis personas, cayendo la noche». Tras el cruce, el GPS, la matita y los dos hombres cayendo en hoyos. Ya en territorio de Estados Unidos fue alojado en una casa. Un día lo fueron a buscar. «La vuelta era una camioneta, llena de utensilios para trabajar, en una cama con un plywood arriba, lleno de gente».

Pero lo peor no había pasado. A Antonio le tocó ir en la media cabina del vehículo, apretujado a tal punto que pensó que una de sus piernas se le rompería. El paso por San Antonio no fue posible, fueron descubiertos y perseguidos por una patrulla. El chófer desvió el vehículo fuera de la carretera. «¡Corran!», fue el grito que escuchó mientras trataba de salir de la camioneta.

«Caí preso. Me detuvieron. Pensé que sería el final mío». Decidió luchar su caso. Permaneció dos meses en un centro de detención. «Eso es como una tortura», expresa. Logró quedarse mientras se conoció su proceso judicial. No quiere ofrecer detalles de esos tres años. Comenta otras cosas, como una pareja que conoció, y que fue separada en algún punto de esa travesía. «Quizás a ella le pasaron cosas».

Hace una pausa. Su tono de voz cambia. «Me has hecho recordar momentos difíciles».

La «cultura» de la migración

Ese «afán de irse» tuvo su repunte luego de la tiranía de Rafael Leónidas Trujillo. «Se abre no solamente la migración política, sino que es una migración económica. Y las personas comienzan a ver las posibilidades por las visas disponibles de juntarse con parientes en Estados Unidos», explica Bridget Wooding, directora del Centro para la Observación Migratoria y el Desarrollo Social en el Caribe (OBMICA).

Y los datos disponibles muestran ese repunte. El principal destino migratorio de los dominicanos es Estados Unidos, donde para 1990 residían 347,858 migrantes de origen dominicano, cantidad que pasó a 1,173,662 en 2019, de acuerdo con el informe «La migración en la República Dominicana: contexto, retos y oportunidades», editado por el PNUD en 2022.

El informe «Registro Sociodemográfico de las Comunidades Dominicanas residentes en el Exterior», presentado en febrero de este año por el Instituto de los Dominicanos y Dominicanas en el Exterior (INDEX), indica que actualmente la comunidad dominicana en Estados Unidos alcanza las 2,094,222 de personas; el 82.7 por ciento de la diáspora de República Dominicana en el mundo, que alcanza 2,531,618 de personas.

«Pienso que esa migración al norte, y a veces a los países del sur, es por mejores condiciones para las personas y sus familias. Ven que eso no se da en su país y hay temas como calidad de educación y de servicios de salud que tampoco las personas están viendo como un logro en su propio país, y eso entonces motiva esa idea de la migración», apunta Bridget Wooding.

En tanto que el sociólogo Rafael Durán apunta otros aspectos, ligados a los países receptores y expulsores de migrantes: las remesas, la mano de obra y el sostén del sistema social, en especial en países europeos.

Toma de referencia el Pacto Mundial para la Migración de 2018, un acuerdo no vinculante que República Dominicana y otros países no firmaron. «Casi todos los países de América Latina han dejado eso a lo «laissez faire» (dejar pasar). No tienen presión sobre el mercado de trabajo y los servicios, y les entran remesas que van a seguir creciendo porque los flujos migratorios no se detienen».

«Si usted se gana mil o dos mil dólares, y hace el rejuego allá desde lo colectivo y logra mandar quinientos dólares acá, son veinticinco mil pesos, que suele ser el salario promedio, y todo el que recibe veinticinco mil pesos mensuales va creando lo que se llama ideología de la inmigración. Todo el mundo quiere irse. Entonces eso hace que las expectativas se mantengan», agrega.

Antonio conoce bien esta expectativa. Asegura que vive mejor y que sus hijos están en una mejor situación. «Estuve en varias vías antes de decidirme venir por México. México fue mi última opción. Sabía de todo lo que se pasaba». Le pregunto por la primera vez que intento irse.

«Un día te cuento la vuelta por Las Bahamas. Esa es otra historia de película».

DIARIO LIBRE

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