Metro y cristianismo

Tiene que ser levantada en el acto la prohibición de que se predique la palabra cristiana, en el Metro de Santo Domingo. Ya de por si se cometió un abuso al calificarla al mismo nivel de la cháchara de los políticos. Es inconstitucional y viola los derechos individuales que usted quiera prohibir que el cristiano se exprese.

Una falta de tacto y responsabilidad de la oficina que coordina el Metro. Lo que se imponía era sostener una reunión con los pastores y pedirle que instruyeran a sus hermanos sobre el respeto al derecho de los otros, al no tener que poner altoparlantes  a todo volumen, u obligar a que se escuche el mensaje.

Pero no se justifica la prohibición, y la misma debe ser levantada. En una sociedad marcada por la corrupción y las eternas ofensas orales y físicas, no  es una afrenta que dos o tres personas, humildes en su mayor caso -aunque fanatizadas-, divulguen la biblia.

Los cristianos acostumbran visitar hogar por hogar, llevando folletos  o la enseñanza bíblica, y algunas familias los rechazan, y otras los aceptan. Ahí termina todo. Lo que el país necesita es que se fortalezca la moral y que se ponga fin a los vicios.

Las ideologías se esfumaron. Ahora mismo el hombre común y corriente ve una sociedad a la deriva, donde nadie la puede rescatar. Para muchos la biblia es el último peldaño para su tranquilidad espiritual. Predicarla no le hace daño a la sociedad.

La política partidista en otra cosa. Es un proselitismo absurdo, donde todos son contrarios y en esa brega, si se puede prohibir la exposición de tendencias políticas y propaganda de candidatos determinados.

Pero es malsano, y no se debe repetir, que predicar  con la biblia en las manos sea igual que la política-partidaria, donde solo se busca que llegue el candidato preferido para conseguir un empleo, una contrata o un cheque sin trabajar.

 Esto no quiere decir que una conversación política, sin propaganda exhibida y sin agresiones, tampoco se puede prohibir en el Metro. Ni el pensamiento ni las ideas se deben acallar. Cuando hay excesos, se llama a la moderación y se controla lo que está a nivel de anarquía.

Al Metro y el Teleférico hay que protegerlos. Son dos obras que ya pertenecen al pueblo. Hay que dictar normas de cómo deben operar, y un código de conducta al momento de entrar al área o a los vagones.

El Metro no se salva con prepotencias y violaciones a la libre difusión de las ideas. Para preservarlo hay que integrar a la comunidad, y no alejar al pueblo  con medidas  disciplinarias  absurdas. Hay se me acabó la tinta.

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