Luperón: Santana no hizo la anexión por soborno

En sus “Notas autobiográficas y apuntes históricos”, el héroe de la Restauración, general Gregorio Luperón, hizo una interesante valoración histórica sobre las cualidades morales, habilidades militares y trayectoria política del general Pedro Santana. Aparte de que en esa obra Luperón afirma que Santana no decidió la anexión “por miedo a los partidos”, porque a su entender “Santana jamás tuvo temor a nada ni a nadie”, también niega que la hiciera “por venalidad”, o sea, por soborno, sino que “la hizo por inclinación”.

El héroe de la Restauración fue más lejos, afirmando que Santana “constituía una especie de modelo de los grandes hombres del siglo pasado”, que fue él quien “infundió verdadera moralidad y honradez en las masas” y también el que “fundó la probidad en la Hacienda Pública y tuvo siempre la honradez de la verdad y horror al vicio y a la mentira.”

Al aseverar además que Santana fue un “gran soldado de la Patria, íntegro y entero en todos sus actos”, y que “como hombre moral y honrado, ninguno ha podido serlo más que el General Santana en su país”, Luperón excluyó de por vida a Pedro Santana del rebaño de los corruptos.

Solo debido a las serias confrontaciones que el cónsul británico Martin J. Hood mantuvo con el gobierno dominicano, y por la imposibilidad de evitar por la vía la diplomática la culminación de un fenómeno sociológicamente predeterminado como la anexión, pudo ese veterano reportar a su cancillería que el general Pedro Santana había sido sobornado por España.

Aparte de su valioso contenido histórico y del prestigio tributado por su propio autor, el gran mérito de las Notas autobiográficas de Luperón en lo atinente a su juicio sobre Santana  y las motivaciones de la anexión, consiste en que las mismas se producen muchos años después, cuando todos los detalles concernientes a ese acontecimiento estaban prácticamente dilucidados.

Las gestiones encaminadas a reincorporar nuestro territorio a España por segunda vez iniciaron durante la ocupación haitiana. Ese empeño no obedecía a un error patriótico, sino al temor que albergaba un núcleo representativo de la sociedad dominicana de que los activos originarios de la dominicanidad desaparecieran bajo el influjo predominante de los preceptos culturales del pueblo haitiano. Ese temor fue el factor determinante de la búsqueda persistente del protectorado como categoría histórica vinculada a la conducta política de la franja social identificada con las raíces hispánicas de nuestra nacionalidad.

Cuando se interpreta la anexión como un hecho aislado se incurre en un grave error, pero no por apasionamiento, sino por metodología. La anexión fue la culminación de un fenómeno evolutivo finalizado en un contexto histórico preñado de circunstancias sociopolíticas cuya dinámica condicionó su ocurrencia. Para comprenderla, no basta que se le juzgue por el episodio, porque además de anecdótico resulta insuficiente.

Cualquier razonamiento fundado en criterios objetivos sobre ese acontecer, pasa necesariamente por el esfuerzo de una retrospección  multifactorial, que además de obligar a una indagación sobre el perfil psíquico y sociocultural del elemento humano de la época, se compenetre con las intenciones que habrían inclinado la voluntad de sus principales mentores.

Fue el propio Santana quien puso de manifiesto la intención que lo llevó a tomar la arriesgada decisión de la anexión. Mediante carta dirigida el 10 de octubre de 1863 al ministro español de Ultramar desde su campamento en Guanuma, Santana le expresaba lo siguiente: “Yo comprendí desde luego cuáles eran mis compromisos, y de lleno entré a ejercer el mando, con la patriótica intención, de realizar las esperanzas de mi pueblo, de hacerlo feliz a la sombra del pabellón español.”

Ocho meses después, y apenas días antes de dejar este mundo, Santana ratificó esas motivaciones. Mediante carta dirigida el 23 de mayo de 1864 al general José de la Gándara, Santana le salió al frente a sus frecuentes amenazas, recordándole que “Durante esos 20 años que regí los destinos del pueblo dominicano, no tuve más ambición que su bienestar y su gloria y para este sagrado fin llevé a cabo su reincorporación a la madre patria.”

El historiador Pedro Troncoso Sánchez, para quien Santana no fue santo de su devoción, apoyado sin embargo en una ponderación objetiva recogida en su ensayo “Santana en la balanza”, afirmó que “la política anexionista de Santana estuvo movida por un sincero amor a su pueblo, por el deseo vehemente de preservarlo de un futuro desgraciado.”

Esa apreciación de Troncoso Sánchez explica el por qué Santana interpretó la reincorporación a España como una “conveniencia de alta política”, idea que al cabo de los años refrendó el general José de la Gándara, asegurando en su obra “Anexión y Guerra de Santo Domingo”, que Santana decidió pactar la anexión para  “contar con el amparo moral del pabellón español, que obligara a Haití a renunciar para siempre a toda tentativa y pretensión de reconquista.”

Los informes enviados entre 1861 y 1864 por el cónsul Martin J. Hood a su cancillería fueron recopilados y traducidos al español por el historiador Roberto Marte, quien posteriormente los reunió en un texto publicado por el Archivo General de la Nación, titulado “Correspondencia consular inglesa sobre la Anexión de Santo Domingo a España”.

En la parte introductoria de su obra, el autor advierte que por las correspondencias del cónsul Hood se aprecia que “éste vio la anexión como un hecho desfavorable para los dominicanos, lo cual dio lugar a veces a roces desagradables entre el cónsul y las autoridades dominicanas”, y observa además, que “algunas de esas cartas dan la impresión de que Hood tomó partido a favor de quienes se oponían a la anexión.”

En las correspondencias que anteceden a las dos fechadas 21 de marzo, salta a la vista la predisposición que el enviado británico había desarrollado contra el gobierno y algunos de sus principales funcionarios aún antes de la anexión. En su despacho del 12 de febrero, Hood manifestaba su inconformidad por el decreto presidencial que supeditaba a la celebración previa de la ceremonia religiosa la validez del matrimonio civil, alegando que la disposición afectaba la “libertad de conciencia y el ejercicio de credos religiosos”. Hood calificó la medida de insólita e innecesaria, aduciendo que interfería los derechos de la diáspora británica asentada en el país.

Para enfatizar su planteamiento, el cónsul denunciaba que “en este país los matrimonios son la excepción a la regla”, que “la decencia es tan poca que los hombres llevan a sus casas a las concubinas, quienes viven en feliz armonía con las esposas legales”, y decía que un ejemplo de esa realidad era el  “general Abad Alfau, el vicepresidente de la República, quien no obstante ser un hombre casado y con una familia con hijas en crecimiento, sedujo a la hija del senador Abreu con la cual ha estado viviendo varios años.”

Mediante su informe del 5 de marzo, Hood se quejaba amargamente del trato hostil que recibía del gobierno dominicano desde que intentó darle protección a un tal Golibart, supuestamente nicaragüense, pero deportado por las autoridades como cubano y espía haitiano al servicio del filibustero norteamericano William Walker, quien por esos días organizaba en territorio norteamericano una expedición para apoderarse de nuevo de Nicaragua, país cuya presidencia había usurpado tres años antes.

Hood arremetió en esa ocasión contra el ministro de Relaciones Exteriores, Felipe Dávila Fernández de Castro, diciendo sobre él a Lord Russel que “su forma es fría, pero Su Señoría se acordará de que el no haberme puesto en conocimiento su intención de expulsar a Golibart había sido una muestra de descortesía del señor Castro hacia mí.”

No conforme, Hood visitó al presidente Santana para ponerlo al tanto del conflicto que lo distanciaba del ministro Fernández de Castro, tras lo cual le aclaró a su canciller que había dado ese paso con la esperanza de que a Santana “le agradaría tener la oportunidad de liquidar este insignificante diferendum de una manera amistosa”, pero a seguidas se lamentaba de no haber encontrado “en absoluto una respuesta que expresara mi deseo, a pesar de que nuestra conversación tuvo un carácter  amistoso.”

En el mismo reporte del 21de marzo, Hood aseguraba que el país estaba dividido en tres partidos regionales rivales, radicados, uno en “esta ciudad, la cual proclama la anexión a España”, otro en “las provincias del norte, que proclaman la anexión a los Estados Unidos” y el tercero en “las provincias de la frontera con Haití, que proclaman la anexión a la República de Haití.”

Esta revelación de Hood tiene el valor histórico de sugerir una de las razones de mayor peso por la que Santana habría acelerado las negociaciones con España, bajo la premisa de que mediante una alianza con esa nación le evitaría al país caer de nuevo bajo la dominación de Haití o quedar sometido al régimen esclavista de los sureños norteamericanos, que desde el mes anterior habían radicalizado su oposición contra la política liberal del gobierno federal presidido por Lincoln, constituyéndose en los Estados Confederados de América.

Ciertamente la influencia de Geffrard en los pueblos fronterizos alcanzaba niveles alarmantes, al extremo de que en mayo de 1860 el general Domingo Ramírez encabezó una sublevación con la finalidad de proscribir la República y anexarla a la de Haití.  Sobre el acontecimiento dice el historiador José Gabriel García que “con el nombramiento del general Domingo Ramírez para jefe de los lugares fronterizos un comercio ilícito se fue desarrollando poco a poco entre los habitantes de unos y otros pueblos de las fronteras del sur, y el general infiel lo toleraba, a la vez que los mandatarios haitianos lo fomentaban y protegían.”

De ahí que Santana nunca creyó en las promesas de paz de su homólogo Geffrard. En su despacho del 20 de enero Hood le informaba a Lord Russell que Santana no variaba su posición sobre la independencia de su país, pues durante una reciente entrevista éste le aseguró que “el gobierno dominicano nunca aceptará ser tratado por el gobierno haitiano como si fueran rebeldes o insurgentes como los dominicanos han sido visto hasta ahora por ese gobierno.”

La inclinación anexionista de la región cibaeña por los Estados Unidos quedó evidenciada apenas cuatro meses después de iniciarse la guerra restauradora. El 23 de noviembre de 1863 el gobierno provisional de Santiago inició las gestiones del protectorado con esa nación. Las piezas documentales de esa iniciativa, frustrada por la guerra de secesión, fueron  publicadas por el Archivo General de la Nación en la obra del historiador César A. Herrera titulada “Cuadros históricos dominicanos”.

En esa ocasión el vicepresidente del gobierno de Santiago, Benigno Filomeno Rojas, se dirigió al presidente Lincoln, y el 24 del mes siguiente hacía lo propio el comisionado de Relaciones Exteriores del mismo gobierno, Ulises Francisco Espaillat, escribiéndole al Secretario de Estado William H. Seward. En sus respectivas cartas ambos líderes restauradores motivaban la conveniencia mutua de un protectorado de la Unión Norteamericana con nuestro país.

Aunque la prolongación del conflicto armado que estalló por esos días en suelo norteamericano dio al traste con la posibilidad de que la doctrina del destino manifiesto en su versión Monroe echara pie en nuestro territorio, lo cierto es que tanto en lo atinente a la inclinación anexionista cibaeña por los Estados Unidos, como a la preferencia de los pueblos fronterizos por Haití, el cónsul Hood tenía toda la razón, como también la tenía Santana.

Las negociaciones, tanto del protectorado como de la anexión, fueron decisiones del Gobierno dominicano. Así lo afirmó el capitán Ramón González Tablas en su obra “La historia de la dominación y última guerra de España en Santo Domingo”. De manera que España no tenía necesidad ni de motivar ni de sobornar. González Tablas aseguró que en cualquiera de los casos esas negociaciones fueron condicionadas por Santana a que España se comprometiera a darles solución a los graves problemas que confrontaba la República.

La ausencia de pruebas y detalles sobre el supuesto soborno reportado por el cónsul Hood resulta evidente y despierta sospecha. Cinco meses después de la falsa información, el cónsul remitió otra carta a Lord Russell, fechada 23 de agosto de 1861, informando sobre la visita que durante el mismo mes hiciera al país el Capitán General de Cuba, general Francisco Serrano, a quien la metrópoli le había encargado la implementación de la anexión.

En dicho informe Hood decía que por lo visto “el general Santana ni nadie de su grupo quedó satisfecho con el general Serrano o con su visita.” Y agregaba: “Ellos no ocultan su descontento y el general Felipe Alfau, quien llegó recientemente de España, ha sido enviado de vuelta a Madrid con el propósito, se dice, de contrarrestar la influencia, los informes o las sugerencias del general Serrano, los cuales (esto es algo admitido) son adversos a sus puntos de vista personales.”

Ni la inconformidad ni la rebeldía son actitudes propias del sobornado, quien suele en cambio sucumbir al imperio de la adulación y la obediencia. Las desavenencias de Santana con los jerarcas españoles de la anexión se debieron a su inconformidad por las disposiciones colonialistas unilateralmente decididas en violación al pacto político-militar que convertía en provincia de España y no en colonia la Capitanía General de Santo Domingo. Decía el cónsul Hood que incluso Santana brilló por su ausencia en el Te Deum que él mismo había ordenado celebrar en la catedral con motivo de la visita del general Serrano.

En su despacho del 12 de septiembre el cónsul inglés se refería al rompimiento inminente de Santana con los españoles y a la revolución que a su entender se disponía dirigir. Hood decía que Santana se había ausentado de la capital para dirigirse a El Prado, y que tras ser escoltado contra su voluntad, las autoridades españolas enviaron “destacamentos de tropas a todos los pueblos pequeños de las inmediaciones del Seybo y a esta ciudad”,  adelantando también, que “la partida de Santana parece ser considerada por las autoridades españolas como el primer paso de una revolución.”

Hood aseguró conocer las razones del inusitado movimiento militar: “He indagado los motivos de las medidas de precaución fuera de lo común que han despertado mi atención en medio de una profunda paz, y a pesar de que las autoridades superiores intentan disimular el hecho, parece que encubren serios temores de una revolución encabezada por el mismo general Santana.” Añadía Hood que al parecer después de la visita del general Serrano “Santana ha quedado muy descontento, ha hablado de España en términos inamistosos” y “ha confesado que fue engañado.”

En la carta previamente citada dirigida el 10 de octubre de 1863 al ministro español de Ultramar, Santana le advertía que la guerra que había estallado contra la anexión era “el resultado de impremeditadas disposiciones locales, que han resentido nuestras costumbres y venerables tradiciones; de la tirantez con que se ha promovido un régimen de contribuciones aflictivas; de los embarazos que se han creado en la administración de justicia; y sobre todo, de la intolerancia con que el Exmo. e Ilustrísimo Sr. Arzobispo, ha pretendido tratar a este pueblo.” Pero además, Santana culpaba al gobierno del estallido social, diciendo que “si mal se gobernaba antes de los sucesos de Febrero, peor se ha seguido administrando la cosa pública hasta el presente.”

El sobornado es un rehén de su conciencia y del miedo. Difícilmente transite de la sumisión a la gallardía que lo eleve a la altura de un referente moral.  De asomarle el germen del descontento, el sobornado calla ante el temor de quedar en evidencia. Las virtudes que Luperón reconoció en Pedro Santana son incompatibles con la prevaricación, y cuando aseguró que Santana decidió la anexión, no por soborno, sino por inclinación, equivalía a decir que la hizo compelido por el imperativo categórico de preservar las raíces culturales de la hispanidad. Sustentando semejante criterio fue que Pedro Troncoso Sánchez entendió que el objetivo de Santana con la anexión fue evitarle un futuro desgraciado a su pueblo.

sp-am

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