Lágrimas palestinas

Palestina llora a sus muertos en las calles, en los hospitales, en las mezquitas. Es un dolor al que se une esa parte del mundo judío, cristiano, islámico, hindú, ateo… en fin ese pedazo de universo harto de tanta ausencia de compasión, de tantas razones que no justifican el genocidio. No por viejo el conflicto debe ser arropado por la indiferencia. Tampoco es válido ante tanta atrocidad argüir quién agredió primero. Los alegatos del Estado israelí, que se asume como agredido frente a un Hamas al que acusa de colocar a los palestinos como escudos humanos, aumenta el repudio a las acciones exageradas con las que responde los ataques del grupo que fluctúa entre las acusaciones de terrorista y los elogios a su valentía. ¿Acaso no revuelve el alma, no es terrorífica esa matanza de niños, cuyos cuerpecitos se amontonan en morgues improvisadas?. De todos modos y aunque no se justifican las muertes de israelíes victimas de rebeldes, habría que analizar por qué atacan esos insurrectos, cuáles son los motivos que los hacen “provocar” a un país que los supera en cantidad y ferocidad de armas. Palestina es un pueblo pobre, arrinconado por completo, de forma literal. Los asentamientos de colonos israelíes en su territorio no cesan y cuentan incluso con financiamiento de organismos internacionales. Tampoco disminuye el apoyo de las grandes potencias, encabezadas por Estados Unidos, a esa gran río de sangre y de terror. Israel controla el espacio aéreo, el gas, la vida. Las ayudas que llegan a los palestinos deben pasar por sus aeropuertos primeros. Palestina es un caserío hacinado, que debe pagar a mil por uno cada muerto israelí. La excusa de Israel es que no tiene tantas bajas porque protege a su población y ahora la operación Domo de hierro ha impedido “la masacre” de civiles que pretendía Hamas. Sin embargo, el pueblo de Dios bombardea casas, escuelas, hospitales y refugios llenos de palestinos. Los mata incluso en los mismos albergues a los que los conmina a acudir para evitar sus terribles misiles. Ese poderoso Estado difunde desde sus embajadas en Occidente un hermoso vídeo que capta a chiquillos felices, que juegan despreocupados. Son niños israelíes y tienen el derecho inalienable a vivir en un mundo libre de incertidumbre, a crecer en un ambiente sano, sin más tensiones. Los pequeños palestinos también.

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