La palabra y el poder de la verdad 

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El autor es escritor y periodista. Reside en Estados Unidos

Las mentes, cuando están lúcidas brotan buenas palabras, con sentimientos que no se desvanecen en el camino hasta llegar a su referente, por tanto, cuando afrontamos una situación que coarta la libertad de expresarnos con propiedad, la respuesta es misericordiosa hasta decir con la boca lo que no se quiere.

Jesús fue enfático al advertir a los fariseos, a través de Mateo 12.34-35: “… porque de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas”.

Para bien o para mal, las palabras crean realidades y ese poder de decir lo que sentimos se expresa con libertad, lo que tiende a provocar ciertos resentimientos entre adversarios de diversas índoles, muchas veces, porque no aceptan que se les diga la verdad, aun sabiendo que están violentando los principios, en otras ocasiones, provocan enfrentamientos mediante la sinrazón mediática en defensa de sus intereses.

Las palabras son tan fuertes que cuando se violentan los principios ruedan por el suelo y son pisoteadas por aquellos que se glorifican de insensatos y buscan empoderarse de poder hasta el día de su diabólico deceso, por lo que finalmente mueren sin arrepentimiento.

La comunicación es efectiva cuando se divulgan las palabras y a través de las mismas se generan aportes cuánticos para la mejora continua de los individuos, de lo contrario no existiría la educación y la diferenciación temática de los idiomas a nivel mundial.

En la palabra está el poder de la verdad y el poder de la mentira, esta última, puesta de manifiesto por hombres y mujeres que no aceptan sus errores y viven de las confusiones hacia esos mismos individuos que sin menoscabo se dejan atormentar por la mentira.

Si no quiere convertirte en objeto de críticas solo debe hacer las cosas bien y en su justa medida. Aunque todos cometemos errores y nos equivocamos existe una palabra que tiene poder y glorifica, se denomina “PERDON”, claro, esto sucede cuando estamos conteste de lo que hacemos y admitimos nuestros errores, en tanto, te pregunto: ¿Por qué callar la verdad si la única arma que (M. B. VII) tiene para defenderte es la lengua? Dios nos enseña a través de sus palabras y acciones que el perdón se fundamenta en el amor puro y honesto pero que nunca significa aprobar o validar los actos ofensivos hacia el prójimo.

Los advenedizos siempre tienen una respuesta para enfrentar sus iniquidades mediante palabras subjetivas y fuera de contexto. Nunca se detienen a analizar lo que han hecho mal y lo que han hecho bien, visto que el ser humano, según ellos, debe aplaudir sus malas prácticas por encima de las reglas y las Leyes. Es difícil que la persona que se maneja acorde con sus principios y respeto a la otra persona se convierta en objeto de críticas…muy difícil, porque Dios no perdona a los que cometen pecados a propósito, con malicia y se niegan a reconocer su falta.

Es ahí donde están las palabras “perdóname o excúsame”, las cuales se tornan difíciles de pronunciar con honestidad y sin subestimar la verdad.

Por esta y otras razones, en la palabra está el poder de la verdad, aunque la persona que se siente ofendida la califique de mentira ante el sujeto unidireccional de referencia. “El que sumerge su respuesta con palabras inofensivas (M. B. VII), es porque vive aletargado por la urdimbre de sus errores”. Cuando decimos la verdad actuamos con libertad, las venas circulatorias de nuestro corazón se sienten sensibles, porque no están atrofiadas por las adversidades.

“Con buenas palabras se puede negociar, pero para engrandecerse se requieren buenas obras”, dijo Lao-tsé, filósofo chino considerado el fundador del taoísmo.

jpm-am 

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