La grandeza de don Fernando

El martes 10 de la presente semana falleció en Miami, E.E.U.U., a la edad de ochenta y tres años, el empresario Juan Fernando Capellán Díaz (Fernandito para sus amigos de infancia), padre del también empresario Fernando Aníbal Capellán, presidente fundador del Grupo M. Había nacido el 14 de agosto de 1936.

Aunque residía en Santiago, era nativo de Tamboril, pueblo al que amaba entrañablemente, y al cual siempre estuvo vinculado sentimentalmente, tanto a través de su presencia física como vía los recursos que aportaba cuando las circunstancias así los requerían.

Munícipe ejemplar, siempre se distinguió por su humildad, trato cortés, prudencia y alto sentido de la caballerosidad. Así se pone de manifiesto en su interrelación con los demás en la vida social y en sus vínculos con los empleados del grupo empresarial que regenteaba y aún dirige su hijo. A modo de ilustración, veamos solo algunos casos:

CASO #1- Ocurrió en 1996. Marisol Almonte, jovencita recién nombrada en el Grupo M, ejercía como secretaria del Centro de Entrenamiento que dirigía el sicólogo y poeta Jaime Tatem Brache (Jim) Este centro tenía como función enseñar a coser o entrenar en prácticas de costura a los operarios que en Recursos Humanos reclutábamos en las diferentes unidades de negocio. También a ingenieros y demás miembros del personal directivo de planta, de nuevo ingreso, cuando carecían de los conocimientos relativos a la naturaleza práctica de cada una de las diferentes operaciones de máquina.

En un momento en que el portero del centro tuvo que abandonar su puesto de trabajo por breves minutos, le solicitó a la joven secretaria que le aguantara en la puerta, recordándole que no debía permitir la entrada de nadie que no estuviera debidamente identificado con su carnet de identidad. Apenas se había marchado el portero, cuando llegó don Fernando solicitando que le permitieran penetrar al lugar de entrenamiento.

« -Sin carnet usted no puede entrar, señor» – le dijo la secretaria.

« – Me urge entrar, señorita» – insistió don Fernando, por segunda vez.

« – Lo lamento señor, le dije que está prohibido ingresar al centro sin carnet» – respondió la joven, esta vez con tono firme.

Don Fernando sonrió y se marchó sin pronunciar palabras. Luego le diría a su hijo, sin poder evitar la risa:

«-Tú, en ese Centro de Entrenamiento, lo que tienes es un guardia», y acto seguido procedió a contarle lo que le había sucedido»

Enterada alguien de lo ocurrido, se acerca a la protagonista de nuestra historia y le dice:

«-¡Pero muchacha!, ¿tú no sabías que ese señor es el padre del presidente del Grupo M?» A partir de esa noticia, la nerviosa empleada apenas dormía minutos en horas de la noche, hasta que un buen día, sin planificarlo, se encontró con don Fernando:

«-Por favor, señor, excúseme, por lo que sucedió el día en que usted estuvo en el centro. De haber sabido de quién se trataba, le hubiera permitido el paso »

«-Tranquila, tranquila, mi hija – le respondió tiernamente don Fernando – tú no hiciste otra cosa que no fuera  cumplir con tu deber, y por eso, en lugar de sentirme mal,  debo reconocer tu responsabilidad y, por tanto, felicitarte…» Al escuchar esto, Marisol respiró profundamente. Años después, la referida secretaria fue ascendida a Encargada de Recursos Humanos y llegó a trabajar bajo mi dirección cuando yo, a la vez, fui promovido a Coordinador de Recursos Humanos de la entonces División Flex Wear, del prestigioso grupo empresarial.

CASO #2 – 1994. Don Fernando fue quien dirigió los trabajos de construcción de una parte considerable de las edificaciones del Grupo M. Por eso, en una de las empresas, FM), además de oficina, tenía asignado un estacionamiento. En este, una mañana cualquiera, a un miembro del equipo directivo de dicha empresa se le ocurrió parquear su vehículo. Al darse cuenta de esto, el vigilante de turno salió como un relámpago a buscar al usurpador, el cual, a su vez, se dirigió velozmente hacia la oficina del propietario de dicho estacionamiento:

«– Perdóneme, señor, pero no sabía que ese parqueo estaba ocupado y mucho menos asignado a usted. Pero no se preocupe, ahora mismo voy a mover mi carro para que usted estacione el suyo »

«-¡Mucho cuidado!, tranquilito, deja tu carro donde está que yo le encontré espacio al mío. Así es que no ha pasado nada. Sigue en tus cosas y olvídate del parqueo» – fue su respuesta, para tranquilidad del desesperado empleado.

CASO #3 – 1995. En este año, el famoso conferencista y autor de libros de autoayuda, Carlos Cuauhtémoc Sánchez (México, 1962), estaba en su apogeo. A dictar una conferencia magistral fue invitado al Gran Teatro del Cibao. Hasta allí fue Basilio, mi hermano, a quien le tocó ocupar asiento al lado de doña Dilcia, la esposa de don Fernando. En tan propicio momento, uno y otro aprovecharon para hablar de libros y autores, como siempre le ha gustado a doña Dilcia. Y, como parte del literario intercambio, ella le prometió a su vecino de asiento prestarle la novela «El alquimista», del brasileño Paulo Coelho (1947). Y cuál no fue la sorpresa para este cuando vio que al día siguiente, temprano en la mañana, alguien irrumpió en su oficina de la empresa M& M, del Grupo M, donde ejercía como Encargado del Departamento de Recursos humanos:

«-Caba, ¿qué tal…? Eso te mandó Dilcia» – y se marchó de inmediato.

Era don Fernando que, cual obediente y humilde mensajero, entregaba un sobre manila, en cuyo interior yacía el texto que su esposa le había prometido a mi hermano la noche anterior. Un encargo que, al parecer, doña Dilcia lo tuvo muy pendiente, que bien pudo llevarlo un mensajero o el chofer de la familia; pero que, sin prejuicios ni inconvenientes algunos y con mucho entusiasmo, don Fernando prefirió entregarlo personalmente.

Así era este hombre: auténticamente humilde y humano. Sí, auténticamente, pues para nadie es un secreto que son muchas las personas con rangos sociales que exhiben una falsa, artificial e inauténtica sencillez.

Así era don Fernando : un ser que supo demostrar en vida que las influencias sociales, el dinero, la riqueza, los altos y medianos  puestos de dirección  nunca deben utilizarse para avasallar, humillar, aplastar y tratar a los seres humanos erróneamente considerados  inferiores, con diferencias de clases o  como si estos fueran cosas, bagazos o basuras. Ese tipo de ser se gana el afecto y el respeto en vida, así como el lamento y las más sentidas muestras de gratitud, sin un día se despiden de este mundo.

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