La experiencia de Dios cambia para bien al ser humano y a la sociedad

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EL AUTOR es investigador y empresario agroindustrial. Reside en Santo Domingo.

Algo muy importante que he aprendido en la vida, es que hay que  cuidar a las personas, y cuando digo a las personas, me refiero a todas, no a las que amo o tengo cerca, sino a todas. Claro que a las que tengo cerca y con las cuales he llegado a particularizar algún tipo de amor, con mucho más esmero les cuido.

¿Qué significa cuidar a las personas? Eso no quiere decir que me pasaré el tiempo ejerciendo de guarda de ellas, eso es quimérico, es imposible de hacer. Lo que significa es que todas mis acciones estarán supeditadas a que no hagan daño a las personas, especialmente a las que tengo cerca, con las que he desarrollado lazos afectivos.

Eso quiere decir, tener un pensamiento y accionar enfocado principalmente hacia los demás. En otras palabras, tener una estructura psicológica y emocional donde el ego no sea el que domine el ser, sino el amor.

Amar es un don  y un privilegio, además, es gratis y gratificante. Si quieres amar a plenitud, con tu alma y tu corazón abiertos, pide el don, recíbelo con gratitud y ama. Esa es la verdadera vida. Quien no ama no conoce la vida, porque Dios es amor, en consecuencia, la vida misma procede del amor.

Claro que se llega a ese nivel de aprendizaje después de haber sufrido dolores físicos de alta intensidad y dolores emocionales que han provocado heridas profundas, pero que en lugar de hacerte sucumbir y caer en la trampa del odio y la venganza, por gracia, te han llevado a comprender que tus acciones afectan dañando o haciendo bien a los demás.

Y algo muy fundamental, si no se combina esa experiencia con  la de haber conocido  el dulcísimo amor del Padre Dios y la infinita ternura y misericordia de su Hijo Jesús, pues nada se hubiese podido aprender.

Porque el amor se aprende mediante experiencia, no se puede aprender mediante teoría. Los seres humanos fueron creados con esa capacidad innata de amar, por eso recibimos las primeras experiencias de amor de nuestros padres, con esa experiencia empezamos a aprender a amar.

Pero conociendo al Padre celestial y experimentando su amor que es perfecto, es como llevamos ese amor a la perfección. Llevar ese amor a la perfección, indica que nuestro comportamiento al relacionarnos con los demás, refleja la perfección del amor de Dios.

La perfección en Dios es imperfección y locura ante los hombres. Es la santa paradoja que guía a los que deciden seguir el camino de santidad. La perfección en Dios no es no fallar nunca ante aquello que el mundo considera perfecto, pues a menudo, lo que el mundo considera bueno y perfecto es abominación ante los ojos de Dios.

Sin embargo, aquellas cosas que son locuras e insensatez para los hombres, es lo que Dios define como perfección. Si quieres ser perfecto ante los ojos de Dios, “ama a tus enemigos, haz el bien a quienes te odian, bendice a quienes te maldicen, ora por los que te injurian (Lucas 6, 27-38).”

Y para mostrar a la humanidad que esa perfección no es imposible, “El Verbo se hizo carne en la persona de Jesús”, y una vez inició su ministerio, todo lo que hizo fue amar, y amó hasta el extremo, hasta recibir la ignominiosa muerte de cruz, nos enseñó a amar porque sí.

Amar porque sí, significa amar independientemente de la otra persona. La expresión: Él te ama porque sí, quiere decir que Él te ama sin importar si tú le correspondes, sin importar si eres buena persona o mala persona, sin importar si tú le buscas o no le buscas, si le conoces o no le conoces; es amor incondicional.

En este mundo solamente los padres aman así, y, fundamentalmente, las madres. Sin embargo hay una persona que te ama porque sí, y siempre te ha amado porque sí, y que te mira siempre con ojos de misericordia.

Pero como dije antes, el amor se aprende con experiencia, no con teoría, en consecuencia, para experimentar el amor de Dios hay que estar abierto a recibirlo, buscarlo y quererlo con sinceridad, entonces experimentarás su presencia, su luz, y ya no serás el mismo jamás.

Y ese comportamiento se traduce en acciones que te llevan a cuidar a las personas en sentido general, y las cuida con esmero, es decir, con amor, y el milagro está en que lo haces y no te das cuenta, porque es simplemente un estilo de vida, el estilo de vida de todo aquel que ha conocido a Dios, que ha tenido experiencia de Dios.

Por eso no comprendo el proceder absurdo de las sociedades modernas, que quieren anular a Dios en todos los sentidos, eliminarlo, sacarlo del ámbito de la vida de los seres humanos, sin embargo la experiencia de Dios cambia al ser humano para bien, en consecuencia, cambia también a la sociedad para bien.

c.aybar@nikaybp.com

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