La dominicanidad transida: Un viaje por la corrupción y la impunidad

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La autora es profesora universitaria. Reside en Santo Domingo

POR ANDREA TEANNI CUESTA

La lectura del libro La dominicanidad transida de Andrés Merejo  constituye  un viaje por   el pensamiento político e ideológico dominicano. El mismo, inicia con la conformación de la identidad dominicana y se detiene en el presente. Se transita por una historia de corrupción, impunidad,  patrimonialismo y clientelismo. Se tropieza con el malestar e indignación de los dominicanos como zonas grises presentes en cada estación; lo que es denominados por el autor  como: Lo transido.

El concepto de transido se traduce en una serie de acontecimientos negativos que han  afectado al dominicano durante toda la vida republicana; y  hoy son develados y repudiados a través de los medios cibernéticos. Según Merejo, la dominicanidad transida se debate entre lo virtual y lo real. Confluyen, por ejemplo, ciberusuarios tanto  de las zonas grises como los de la denominada por Moya Pons  como: La nueva República Dominicana y en el exterior como: Punta Cana.

El autor contradice a filósofos como Bauman, Bunge y Eco, quienes consideran que las redes sociales perjudican al sujeto, porque lo mantienen en una zona de confort. Estos olvidan que en ellas se construye el discurso de indignación frente a los problemas sociopolíticos, que luego repercuten en el plano real. En la República Dominicana,  tanto el repudio a la violencia y la hipercorrupción como las luchas por el 4% para la educación, el movimiento de la marcha verde… por ejemplo, han hecho eco en las redes sociales.

Lo que indica que el discurso del cibermundo abarca todas las esferas sociales. De aquí, que hay que verlo como una cultura, cibercultura, en la que actúan todos los elementos que la conforman; políticos, educativos, económicos, religiosos entre otros. Los ciberusuarios están consciente de su poder. Muestra de ello son los linchamientos digitales contra aquellos ciudadanos que actúan en contra de los valores propios del bien común y la ética ciudadana.

Merejo sitúa el discurso del cibermundo en la pragmática de la lengua con ejemplos de  de memes y chistes difundidos a través de las redes sociales. Ellos, por una parte,  revelan la indignación del dominicano, y por otra, su carácter alegre que a menudo se confunde con felicidad. Puesto que nadie puede ser feliz en situaciones de desamparo, corrupción, impunidad, miseria y violencia, según la ONU.

Asimismo son linchados y ridiculizados mediante las redes sociales todo tipo de personalidades políticos, artistas, deportistas… que con sus actitudes ofenden, abusan o subestiman la inteligencia del pueblo. De esta manera el dominicano se va convirtiendo en un sujeto cibernético, crítico, ético, en tanto entra en una serie de relaciones  con todas las instancias del poder. En este punto coincide con Diógenes Céspedes a quien cita.

Ese sujeto cibernético se construye en diversos prototipos y es analogado por Merejo con  perfiles construidos en otras épocas de la historia. Está, El hombre mediocre de José Ingenieros S.XX, sin personalidad, inauténtico, sin proyecto de vida, quien equivale al dominicano que se deja amoldar por el poder social. El hombre marginal estudiado por Ezra Park, quien vive en el margen de dos culturas; este equivale a muchos de los dominicanos de la diáspora.

También están El hombre light descrito por Rojas 1992, centrado en el bienestar como proyecto de vida, práctico y al margen de los valores, quien equipara con una gran franja de dominicanos que exhiben por las redes una vida de consumo con una calidad nada real. Otro tipo de hombre estudiado es el de Bloom, un ser que defiende la impunidad, vive de la corrupción, es un espécimen sin valor, sin ética profesional ni sentido de la historia. Este encuentra representación en políticos, empresarios…. dominicanos.

 El de Bloom, se convierte en un ser autoritario, desprecia el trabajo, la sociedad, para él,  los sucesos históricos son irrelevantes. En este prototipo encaja la mayoría de los políticos dominicanos. Contrario a todos los anteriores está el superhombre de Nietzsche, su vida respeta el orden social, tiene atributos,  acepta al mundo y al poder social y digital.

La estación de las zonas grises resulta neurálgica en este viaje, pues se alude a lo que el autor denomina: El precariado y ciberplolítica. Lo primero, se refiere a la franja de trabajadores que vive en el desamparo, que se les violenta  sus derechos y a los dominicanos de la diáspora que a pesar de las condiciones de marginalidad en que viven muchos de ellos contribuyen  a la economía del país con sus remesas, pero no son tomados en cuenta por la clase política dominica, más que para ser favorecidos con sus votos.

 Los segundo, a empresarios y políticos que no les importa la indignación de los primeros y  concentran  las riquezas. Al respecto, brotan de las redes los informes internacionales y la gris realidad en  memes, indicando que el crecimiento económico no llega a las mayorías. Estas clases se han situado en la modernización, más no en la modernidad. Su accionar se queda en reformas constitucional a su favor, fraudes electorales, corrupción y la muerte a causa de lo transido.

No obstante a la recreación de lo transido, la aventura de este viaje no es todo fatalismo y pesimismo.  Muestra de ello es que parte de la época de los años 70 fecha en la que se dan los aprestos democráticos. Al igual que Pedro Francisco Bonó el autor piensa que el dominicano es digno de mejor suerte. Contrario al pensamiento de otros tiempos que ve a la República Dominicana enferma, lánguida… que es trabajada por Miguel Ángel Fonerín en su texto Los letrados y la nación dominicana.

Hoy el discurso de la indignación que se construye a través del cibermundo enfrenta a corruptos y abusadores, tanto desde un plano ideológico como dese el más simple pragmatismo. Esa indignación trabajada por Manuel Matos Moquete en su texto La dominicanidad indignada en los cuentos de Bosch se traslada a la posmodernidad con una correlación de fuerzas inimaginable en otros tiempos y augura una República Dominicana como un mejor lugar para vivir.

Finalmente, la lectura de  La dominicanidad Transida ofrece una excelente oportunidad de conocer la historia de abusos, corrupción e impunidad a que han sido sometidos los dominicanos. Pero también, su carácter solidario, alegre y resiliente. Además, es un buen texto para quienes trabajan por un país donde se respeten los derechos fundamentales de las personas, se fortalezcan los valores y se trabaje conforme a la ética. Especialmente, es recomendable para aquellos dominicanos que no quieren repetir la historia.

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