OPINION: La derrota no tiene dueño….

En nuestro país no hay una cultura política-democrática en los actores políticos que pueda predecir, entre ellos mismos, siquiera, un saludo. Mas bien, el dato aritmética electoral –post-elecciones-, casi siempre, y en parte al tramposo de Balaguer, lo que se observa es un cuadro psiquiátrico que oscila entre uno que no acepta que perdió aunque la diferencia sea de un millón de votos, y una retahíla de “roba la gallina” colmados de resentimientos, odios y frustraciones cuyos espejismos electorales se estrellaron, con crudeza, en la pizarra nacional (por ejemplo, el 0.34% de Minou) y un Narciso Isa Conde que llama a la rebeldía popular ante el fraude-“…matadero electoral” al que primero llamó “a no participar”; pero que ahora, alegremente, se monta en el supuesto, para exacerbar el imaginario de una Comuna de París (¡Ave María Purísima!).
 
Y no es que los actores políticos no tengan derecho a reclamar y vociferar los posibles fraudes, “…ocurrencias…”, chanchullos o chicanas electorales de las que fueran victimas –si fuere el caso y entre ellos mismos-, sino que, muchas veces, se grita y se denuncia, preferiblemente, en los medios de comunicación y las redes sociales lo que ni siquiera se objeto en los colegios electorales. O tan grave, como el que el partido que más grita y reclama –ya sucedió en el 2012-, sus delegados, no impugnaron ninguna mesa o colegio electoral.
 
De modo, que no estoy objetando el hecho, fraude o lo que fuere, si sucedió, sino el procedimiento o técnica de primero denunciar fraude en los medios y redes sociales, obviando, a propósito, las vías legales y civilizadas que la propia ley electoral contempla.
 
Parecería que, en el fondo, prevalece, en los derrotados, una psicosis –que opera a priori- de justificación y autoengaño para no aceptar la aritmética electoral que, curiosamente, las encuestas -de crédito- predijeron antes, y algunas hasta con increíble certeza.
 
No obstante, lo que sí está clarísimo es que el país amerita –y con urgencia!- una ley de partidos políticos, una reforma a la ley electoral; pero, sobre todo, poner en primer plano las observaciones y recomendaciones que hicieron los observadores y las misiones internacionales para corregir los vacios, entuertos y debilidades técnicas e institucionales que nuestro sistema político-electoral refleja y que nuestra clase política –por décadas- se niega a reformar por conveniencia política-electoral coyuntural; pero también, por el nauseabundo clientelismo político que encubre, en muchos casos, el “motoconchismo político” y el “tigueraje’ que se ha adueñado de los partidos políticos que, dicho sea de paso, ya no tienen ideologías, si no, presupuestos.
 
Por eso, por la ausencia de una cultura política-democrática para la asimilación y aceptación civilizada de la aritmética electoral post-elecciones; pero también, por la falta de una cultura de retiro en los actores políticos y públicos, nada caduca, y en ese mar de falencias y desigualdades, todos hacemos pertenencia de los puestos públicos, o cuando no, apelamos al tráficos de influencias; o peor aún y mas degradante, a plantar el nepotismo como relevo en los partidos políticos, los poderes públicos y las instituciones privadas.
 
Por ello, las derrotas política-electorales, en nuestro país, no tienen dueños. Nadie las quiere, nadie se las adjudica. Porque es más fácil escurrir el bulto –engañándonos-, que dar la cara y asumir que no estuvimos a las alturas de un determinado proceso.
 
Si lo sabré yo, que, aún teniendo resultados, no puedo, siquiera, decirlo sin que aparezcan otros dueños…
jpm
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