La Batalla del 19 de marzo y sus consecuencias inmediatas

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EL AUTOR es economista y ensayista. Reside en Santo Domingo

Al margen de las particularidades que habrían primado en el campo de batalla, un enfoque de pretensiones dialécticas sobre esta gesta afianzadora del proyecto separatista en pro de la constitución de un Estado independiente, pondría de manifiesto un conjunto de factores causantes del cambio dramático que en el breve espacio de cuatro meses operó en la correlación de fuerzas y en la disposición de los personajes que en lo adelante determinarían el curso de los acontecimientos políticos que tendrían lugar en ambos lados de la frontera.

No era la primera vez que el general Charles Rivière-Hérard, al mando de un ejército poderoso, trasponía los límites convenidos en 1776 en San Miguel de la Atalaya y refrendados al año siguiente mediante el tratado de Aranjuez tras largos años de negociaciones con Francia, pero vulnerados, con el apoyo de sectores influyentes de la sociedad dominicana, por la ocupación perpetrada en 1822 por el general Jean-Pierre Boyer en su plan de malograr el confuso proyecto republicano motorizado por el auditor de guerra José Núñez de Cáceres, y reunificar, tras haber fundido el Reino del Norte con la República de Haití, toda la geografía insular bajo un gobierno único guiado por las directrices de los gobernantes de la franja occidental de La Española instalados en Puerto Príncipe.

Como jefe supremo del brazo militar sustentador del triunfante movimiento reformista originado en Praslin al objeto de aniquilar el régimen que tras la muerte de Pétion presidiera Boyer durante veinticinco años, ya, en julio de 1843, Charles Rivière-Hérard había penetrado al lado español y desatado una persecución implacable contra los líderes de la facción separatista coyunturalmente identificada con la oposición haitiana liderada por él mismo en combinación con su primo, el fogoso congresista promotor de los banquetes patrióticos, Hérard Dumesle.

Dada la desproporcionalidad abismal que le favorecía  frente a la inferioridad numérica de las improvisadas fuerzas dominicanas, cuya matrícula estaba lejos de alcanzar la cifra de 3,000 hombres, el experimentado ejército de 30,000 efectivos con el que Hérard pretendió en 1844 aplastar la causa secesionista dominicana, repartidas sus tropas en tres alas de 10,000 soldados cada una, cuya incursión se produjo por el sur bajo el mando del general Souffront, por el norte, del general Pierrot, y por el centro, del propio Hérard, ese ejército experimentado, repito, estaba supuesto a escenificar la tragicomedia de una victoria no solo predecible, sino relámpago y abusiva a la vez.

Cuando el ejército expedicionario del sur, conformado mayormente por hombres de la región oriental bajo la conducción de Santana y designado por la Junta Central Gubernativa para posibilitar la sobrevivencia de la incipiente República, se aproximaba a la línea de fuego, ya Hérard y sus 10,000 soldados se hallaban en territorio de Azua, y tan solo aguardaba la llegada de la columna comandada por el general Souffront para duplicar su fuerza y marchar a paso de vencedores sobre la indefensa ciudad capital de Santo Domingo.

Pero Hérard no advirtió la naturaleza impopular de su guerra, como tampoco, la ausencia del elemento  cohesionador  que hacía falta para imprimir en las filas de su ejército la resolución irrenunciable en pos de un propósito común.  Los méritos atribuidos por él mismo a la embestida militar contra el lado oriental carecían del impulso patriótico capaz de irradiarse más allá de su propio convencimiento. Tras el inesperado saldo favorecedor de la causa dominicana, luego de tres horas de enfrentamiento durante la batalla del 19 de marzo, esa orfandad de entusiasmo vital se tradujo en el ritmo creciente de deserciones que en poco tiempo se hizo viral hasta llegar a la desmoralización y producir un resquebrajamiento irreparable en las bases fundamentales de su ofensiva.

La estampida, por demás, no estuvo divorciada de la incapacidad mostrada por Hérard para calibrar los alcances potenciales del conflicto étnico que frente a las motivaciones ancestrales de la élite negra, implicaba la prolongada permanencia mulata, representada por él mismo, en la dirección del Estado. Desde la ascensión de Pétion en 1807 hasta el derrocamiento de Boyer en 1843 con el triunfo de la revuelta de Praslin, la República de Haití sumaba 36 años de administración gubernamental bajo el liderazgo del elemento mulato, y 23 contados a partir de su reunificación, en 1820, con el Reino del Norte tras el suicidio de su monarca fundador, Henri Christophe.

La presencia de Hérard como cabeza del despacho presidencial de Puerto Príncipe equivalía a perpetuar el continuismo de la cúspide mulata al mando de la cosa pública. A esa misma clase pertenecían Pétion, Boyer, Borgella y una extensa plantilla de la oficialidad integrante como ellos de la alta jerarquía militar identificada durante la Guerra de los Cuchillos con el bando mulato capitaneado por André Rigaud contra las legiones negras comandadas por Toussaint Louverture.

La mejor evidencia de que todavía en 1844 esos resentimientos pervivían, quedó plasmada con la proliferación, a finales de marzo, mientras Hérard permanecía en Azua, de los piquetes organizados por el campesinado inconforme del departamento sur liderado por el guerrillero Jean Jacques Acaau, quien no tardó en aglutinar alrededor de dos mil hombres con los que conformó el llamado Ejército Dolorido y exigió un cambio inmediato de gobierno con el desalojo de Hérard del palacio nacional.

La ideología reformista de los primos Rivière-Hérard y Hérard Dumesle no alcanzó permear por completo el tejido social del antiguo lado francés. Hubo incluso departamentos que más bien asumieron una actitud de indiferencia. Por igual, otros sectores, tanto de la hoy llamada sociedad civil como del estamento militar, tenían sus propios planes, pues, en paralelo a la Reforma de Praslin, corrían otros proyectos de carácter subversivo, como el que al día siguiente del fallido complot contra Boyer durante el desfile de la agricultura del 1 de mayo de 1838, culminó con el arresto de los principales autores del atentado que estuvo a punto de segarle la vida al secretario general de su gobierno, general Joseph-Balthazar Inginac.

Tres días después del ultimátum dado por Acaau se desarrollaba en Santiago la Batalla del 30 de marzo. Se enfrentaban en esa ocasión los 10,000 efectivos al mando del general Pierrot, que entraron por el norte, y las tropas dominicanas que les ponían freno en Talanquera, tratando así de frustrar el programado encuentro en Santo Domingo de la columna de Pierrot con los 20,000 soldados bloqueados en Azua por el ejército expedicionario del sur. El falso rumor de que Hérard habría sido víctima de un disparo mortal durante la Batalla del 19 de marzo, determinó la resolución de Pierrot de optar por una retirada, en apariencia vergonzosa, pero fundada en realidad en la acertada finalidad política de aprovechar el virtual vacío de poder que la supuesta desaparición del Presidente dejaría en la República de Haití.

Pierrot pertenecía a la élite negra beneficiaria del sistema monárquico instaurado en el norte por Henri. Enterado de la falsa noticia, una vez abonado el terreno por el accionar sedicioso de Acaau, su manifiesto político, lanzado el 3 de mayo en Les Cayes, decretó el derrocamiento de Hérard, hallándose todavía éste en Ocoa, y la ascensión inmediata a la presidencia, del general Philippe Guerrier, anciano analfabeto desconectado de la plataforma programática de la Reforma de Praslin, que luego de 36 años de supremacía mulata, daba al traste con los lineamientos de esa reforma, para marcar en ese momento el punto de partida de un nuevo ciclo en la vida política de Haití, caracterizado por la conducción del Estado en manos de  gobernantes de pura sangre negra.

En cuanto al lado dominicano, además de haber influido, como hemos anotado, en la retirada del general Pierrot tras su derrota en la Batalla del 30 de marzo en Santiago, la del día 19 en Azua, si no equiparables, surtió consecuencias semejantes a las que se trasladaron hacia la otrora parte francesa. Sin riesgo de caer en el campo de la especulación irracional, podría afirmarse que el inicio de la lucha de clases por el control político y económico del naciente Estado dominicano ancla en las desavenencias, en apariencia de carácter estratégico, que durante sus encuentros, después del triunfo del 19 de marzo, sostuvieran en Azua los generales Pedro Santana y Juan Pablo Duarte.

Luego de asumir Duarte la misión encomendada a instancias suyas por la Junta Central Gubernativa, de ponerse al servicio de Santana para asistirlo en la defensa contra el ejército enemigo, su plan de guerra, rechazado por Santana, se basaba en el despliegue de una ofensiva directa contra el numeroso ejército de Hérard no obstante la desventaja numérica que desfavorecía al lado dominicano. Ante la persistencia del desacuerdo, que en medio de las circunstancias del momento en nada favorecía a la República, la Junta resolvió ordenarle a Duarte su regreso a la capital en compañía de su estado mayor, y la permanencia de sus tropas en Azua bajo las órdenes de Santana. Se trataba sin duda de una desautorización, quizás inesperada para Duarte, que no tardaría en  acentuar las contradicciones entre los partidarios de ambos líderes, y cuyas consecuencias se verían muy pronto.

Lo ocurrido semanas después es harto conocido. Primeramente, la  junta militar convocada en junio por Duarte, demandando, entre otros puntos, su designación como jefe supremo del ejército. A este pedimento, declinado por la Junta, le siguió el golpe de Estado dirigido por él mismo el día 9 del mismo mes, por el que depuso a los miembros del organismo, los cuales tuvieron que asilarse, para colocar en su lugar a elementos afines a su partido. A esa movida, al margen de su victoria del 19 de marzo, siguió el intento de relevar a Santana del mando del ejército del sur. Luego vino la proclamación de Mella en Santiago declarando a Duarte presidente de la República sin haberse conformado todavía la Constituyente, ni convocado los colegios electorales conforme al Manifiesto suscrito el 16 de enero, entre otros dominicanos, por Sánchez, Mella, Bobadilla y los hermanos Santana.

Finalmente se produjo la reacción que devino en el contragolpe que mediante la reposición de los miembros de la Junta destituida consolidó el liderazgo de Santana, colocándose éste al frente del órgano rector de la República. Así las cosas, los sectores sociales identificados con los lineamientos de este militar se alzaban con el control político del Estado, mientras que para la clase aglutinada en torno al pensamiento de Duarte, quedaban dadas las condiciones de un desenlace desafortunado. A su salida del país seguía de manera simultánea su salida del ruedo político y la derrota, si no de sus ideales, de su proyecto político de corto plazo. Azua pudo haber sido el escenario propicio para el entendimiento y la concertación de una alianza política perdurable entre ambos líderes, algo semejante al pacto convenido entre los padres fundadores de los Estados Unidos de Norteamérica. Lamentablemente no ocurrió así, sino todo lo contrario.

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Hostos
Hostos
1 Año hace

Una nueva perspectiva de la historia Dominicana,primera vez que ubican a Duarte en uniforme militar dónde olía a pórvora ,en la batalla de Azua.

Cesar E
Cesar E
1 Año hace

Sr. Santana, el problema es que Hoy tenemos muchos Duchos y patriotas de tinta, plumas y blac, blac, Pero de Acción nos hemos quedado Anorexicos , bulímicos y Eunocos., LOS VERDADEROS CAMBIOS SE REALIZAN CON ACCIONES.

Luis
Luis
Responder a  Cesar E
1 Año hace

Y que tiene que ver este comentario con la historia?

Socram
Socram
1 Año hace

Sencillamente, excelente!!!!

ASURBANIPAL
ASURBANIPAL
1 Año hace

Los colonos francese que tenian hijos mulatos los mandaban a estudiar a universidades francesas en cambio en cambio los de raza negra pura eran analfabetos ,Haiti por ser un conglomerado de esclavos de diferentes partes de africa tenia desunion como hasta hoy entre los mismos negros.Si bien Santana apuntalo nuestra independencia proclamada en 1844 era un militar no un democrata

ASURBANIPAL
ASURBANIPAL
Responder a  ASURBANIPAL
1 Año hace

De ahi que hay hombres para los tiempos de guerra como Santana y hombres para los tiempos de paz como Duarte en nuestro pais hasta el dia de hoy no hemos podido tener esa transicion ya que todo el que se sienta en la silla de alfileres quiere repetir.

NAVAJITA VS TULIA LA MARRANA, HDP
NAVAJITA VS TULIA LA MARRANA, HDP
1 Año hace

MAGISTRAL ENTREGA, SEÑOR SANTANA!!

ESTA ES UNA MUESTRA MÁS DE QUE LOS PSEUDO HISTORIADORES NUESTROS, SIEMPRE HAN TERGIVERSADO LA HISTORIA A SU MANERA!
LOOR AL GENERALÍSIMO PEDRO SANTANA FAMILIAS!!

LOS QUE ABOGAN POR QUE SAQUEN SUS RESTOS DEL ALTAR DE LA PATRIA, NO SON MÁS QUE TRAIDORES Y PRO HAITIANOS!!

Luis
Luis
1 Año hace

Este articulista, es el único que he visto que escribe con vastos conocimientos de la historia nacional, después los otros son propagandistas y desinformadores de la historia.
Si Duarte hubiese tenido el control de todas las fuerzas y la estrategia a ejecutar en el campo de batalla; la derrota hubiese sido automática, debido a la superioridad numérica del ejército haitiano, Santana demostró que era un verdadero líder y estratega militar y nunca…

Luis
Luis
Responder a  Luis
1 Año hace

y por el hoy no hablamos Creol, de lo contrario si hubiese dependido de los Trinitarios tanto en 1844 como en la ofensiva de Sooluque en 1848 la Separación hubiese fracasado.
La verdadera ESPADA DE LA INDEPENDENCIA DE HAITÍ FUE EL GENERAL PEDRO SANTANA.

Hector Ramirez
Hector Ramirez
1 Año hace

Duarte y Santana: ideas y acción, los verdaderos padres de la patria: Emilio Rodríguez Demorizi

Antonito Rosa
Antonito Rosa
1 Año hace

Excelente trabajo. Continúe escribiendo, es muy novedoso el caudal de información desplegado en este ensayo.

Rafael M Michel Peguero
Rafael M Michel Peguero
Responder a  Antonito Rosa
1 Año hace

Con humildad recomiendo mi pequeño aporte a la historia nuestra, «El Marquez de las Carreras» Editorial Santuario. 809-412-2447. Once años de investigaciones.