Evocando la obra  de Peña y Reynoso

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EL AUTOR es abogado. Reside en Santiago de los Caballeros.

 

A las cinco de la mañana las campanas de la vieja catedral Santiago Apóstol reteñían como si con ello se anunciara la celebración de la llegada de una gran personalidad que había estado ausente y su regreso despertaba entusiastas melodías como si se tratara de las campanas de San Juan de Letrán cuando Constantino cedió al Papa el palacio del mismo nombre para que fuera su residencia oficial.

Aquel diez de octubre de 1873 el cielo había amanecido vestido de un hermoso color azul que transmitía frescura y una sensación de meditación y de sueño. Aquella personalidad había salido y se reintegraba a su natal país en 1858 después de haber escapado de persecuciones políticas contra su persona.

Pero no fue sino después de haber puesto su talento creador y sus energías al sagrado servicio de su patria en la batalla de Sabana Larga, tierra que idolatró con infinita adoración, que decidió levar anclas poniendo su proa vigorosa hacia la hermana república de Cuba a reencontrarse con el titán de hierro, Máximo Gómez.

Esta determinación de reunirse en suelo cubano con el general Máximo Gómez dejaba claro en la República Dominicana y las Antillas que la llama incandescente que motiva a los hombres excepcionales a participar en las grandes transformaciones, en aquel eminente oficial primero del ministerio de Relaciones Exteriores durante la revolución del siete de julio de 1857, ardía con fuerza en su inigualable espíritu revolucionario.

Ya en suelo extranjero su pluma y su inmensa perspicacia, su devoción por la fomentación de la enseñanza unida a su notable valentía le permitieron a tan ilustre dominicano escribir páginas gloriosas e inmortales en el gobierno de Carlos Manuel de Céspedes, hasta el grado que fue designado diputado de la primera República de Cuba.

Fueron su enorme talento y su extraordinaria inclinación por la música los ingredientes esenciales que le ofrecieron el célebre y verdadero goce de poder escribir el Himno de la Bayamesa en aquel histórico 10 de octubre de 1868, momento estelar en el que estalló el Grito de Yara.

Pero mucho antes ya nuestro personaje había escrito poemas sensibles y grandiosos como aquel titulado El Oasis, solo comparable en su alcance filosófico y en su pureza a otro del mismo nombre escrito en una etapa sensitiva de la vida del inmenso poeta español Juan Ramón Jiménez que dice:

«Verde brillor sobre el oscuro verde. Nido profundo de hojas y rumor, donde el pájaro late, el agua vive y el hombre y la mujer callan, tapados (el áureo centro abierto en torno de la desnudez única) por el azul redondo de luz sola en donde está la eternidad».

Ya en suelo de su patria dominicana, tan sentida y tan imperecedera en su corazón, renueva sus inquietudes y pasión por la educación y es bajo esta bandera que un 10 de octubre de 1873, según lo recogido por la historia, el insigne pedagogo y figura episódica de este trabajo, un día viernes, cuando el alba había despuntado y los rayos del sol mañanero alumbraban la patria tiernamente, funda en aquel Santiago inolvidable y glorioso el colegio La Paz, que se dedicaría a la instrucción primaria o básica.

Además de poseer nuestro ilustre personaje un espíritu revolucionario y moralista, el cual puso en evidencia en un acto político y de naturaleza ético sin precedentes cuando emplazó en un hecho histórico único a la Convención Nacional para que se destituyera al presidente de la República, el también santiagués José Bordas Valdez, por haber violado aspectos sagrados y fundamentales de la Constitución.

Empero, hoy cuando la Constitución se viola sin sonrojo no hay ese constitucionalista de mente adocenada ni siquiera en medio de un ataque de demencia senil que se atreva a exigir similar medida.

La patricia figura de este hombre excepcional y sus afanes extraordinarios por dotar la sociedad de Santiago de los Caballeros de una saludable herramienta educativa en cuyo seno pudiera acercase la juventud a hurgar con interés cuantas obras filosóficas, literarias e históricas fuesen necesarias para apuntalar sus bases formativas, consideró necesaria y pertinente la creación oficial de la Sociedad Amantes de la Luz,  faro que debía servir de guía luminoso para orientar las mentes que en el futuro se encargarían de encaminar los lógicos destinos de esta procera colectividad de hombres y de mujeres briosos y con un gran espíritu al sacrificio.

El acto del cinco de abril de 1874, presidido por la figura ilustre de este hombre ejemplar que sirve de marco magnífico a este artículo, ejemplar en las tareas patrióticas, educativas y políticas de la nación, en el cual se instalaba por primera vez, un día viernes veinticuatro de julio de ese mismo año, pero no fue hasta el trece de septiembre que se instaló de manera definitiva la biblioteca de Amantes de la Luz con un discurso aleccionador y delirante.

Frente a ese espíritu creador y entusiasta por proporcionarle a Santiago y al país una casa en la cual la cultura encontrara una gran acogida fue que nuestro personaje puso a circular un instrumento escrito que ejerciera la delicada función de portavoz excelente de la Sociedad Amantes de la Luz. Para esa honradora tarea salió a la luz pública la revista Eco del Yaque, bajo sus auspiciosas ideas cuyo periódico canalizó el pensamiento de la asociación de niños Los Hijos de la Luz, cuya directiva estuvo presidida nada más y nada menos que por el insigne Eugenio Deschamps, don Emilio Santelises, tesorero, y Manuel F. de Peña, secretario.

Parecería un hecho contraproducente que en la era del postmodernismo la Sociedad Amantes de la Luz, en vez de haber avanzado en las tareas para las cuales fue creada, hoy día una apatía paradójica se haya encargado de permitir, bajo la magia de una desidia imperdonable, la desaparición de la otrora prestigiosa y valiosa Asociación Hijos de la Luz, así como del periódico Eco del Yaque.

La primera fue establecida con entusiasmos y mayores afanes terrenales para canalizar con efectividad el desarrollo de ideas juveniles y nuevas, mientras que la última constituyó un vehículo magnífico que proporcionaba espacipara la acogida de aquella producciones literarias y artísticas que fortalecieran la creatividad y el fomento a tiempo de la cultura de Santiago.

 Se podría estar de acuerdo o no con quienes dicen que lo que se alcanza a ver con los ojos tristes de los lamentos son instituciones que se entremezclan estratégicamente para otorgarse y recibir premiaciones recíprocamente, en lo que se supone el libre debate de las ideas, las sociedades tienen que sustraerse de la urticaria humana tan dada en el llamado Tercer Mundo, donde no resultaría extraño que alguien comience a vociferar por una ventana que el ejercicio de una sana crítica es una tea incendiaria o un acto del alma enferma de la envidia, como diría el gran intelectual José Ingenieros.

Lo que no se volverá a ver en este reflujo negativo de las ideas de una verdadera y sana cultura, como nos la enseñaron figuras ilustres como don Manuel de Jesús de Peña y Reynoso, a cuyos sacrificios y denuedos hemos dedicado este hermoso espacio, el cual tiene como norte revelador referirnos a su lucha constante por darle a la sociedad de Santiago el dulce ejemplo de una vida entregada a desarrollar al pie de la letra una institución como el Ateneo Amantes de la Luz, cuya asociacion debió brindarle a la juventud un lugar acogedor que alentara en ellos el espíritu de la lectura y de la investigación científica y literaria.

Los Hijos de la Luz, a juicio del prestigioso pedagogo y pensador De Peña y Reynoso, su función básica era atraer hacia el corazón del Ateneo Amantes de la Luz desde todos los confines de Santiago de los Caballeros las simientes que luego brotarían en forma de un árbol prodigioso y fértil de cultura debajo de cuya sombra se cobijaría el futuro de los hombres y mujeres que más tarde irían a regar, como si fuesen las aguas de un río maravilloso, sus frutos literarios, filosóficos y artístico más nobles y provechosos.

Si hoy nos quejamos amargamente del crecimiento de la criminalidad, de la deserción escolar, de la pobreza educativa y de los contrasentidos sociales que permean la sociedad de Santiago se necesitaría, a manera de detener su perjudicial expansión, la decisión y determinación de un hombre excepcional nacido para el sacrificio de la talla de Manuel de Jesús de Peña y Reynoso para que pudiera renacer con iguales empeños la sociedad Hijos de la Luz, sin dudas los primeros gestores culturales de Santiago.

Esta importante asociación de voluntades eficientes fundada por De Peña y Reynoso estaba llamada principalmente a proporcionarle a la juventud el ánimo y la oportunidad necesaria de poder contar con un cuerpo de hombres y de mujeres que se interesaran noblemente por el desarrollo cultural de nuestra sociedad, así se hubiera evitado tener una juventud que vive actualmente en una especie de limbo existencial y educativo.

JPM

 

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