El Silencio de los Inocentes

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El autor es economista. Reside en Santo Domingo.

Lo mejor es que la nueva minoría: homosexuales (y demás desviados), abortistas, ateos, multiculturalistas, fusionistas. Es decir, nuestros izquierdo liberales fusionistas, marxistas culturales, no saben de genealogía. Tan brillantes y excepcionales como quieren hacerse pasar, no saben de donde proviene su apellido. Pues bien, bien recordamos las leyes de la dialéctica marxista: la contradicción en la unidad, la conversión de la cantidad en calidad, etc. En concreto (recuerden la oposición abstracto-concreto), el desarrollo capitalista es el aumento exponencial de los desposeídos que, llegados a un punto, por fuerza de la mera sobrevivencia, tienen que expropiar a los propietarios. Con ello se salva la contradicción básica y se logra la estabilidad en la armonía de los intereses individuales. Es la utopía socialista: la aniquilación de la minoría propietaria. Minoría… !Pánico total! Por lo que es comprensible que nuestros sesudos pensadores izquierdo liberales no quieran saber de su padre Urano, que les dio vida para pedírsela de vuelta en tan poco tiempo. Justo cuando empiezan a disfrutarla largamente, justo cuando acaban de conocer el sabor gris de los dólares.

Increíblemente, debemos empezar por lo obvio: la mayoría es mayoría por algo, porque son más en número. Las elecciones, por ejemplo, se ganan por (algún tipo) de mayoría. Se presentan dos o más candidatos. Y se vota. La gente vota por el candidato de su preferencia, y gana aquel que recibe más votos. Por qué la gente vota por un candidato (y no por otro) es todo un tema. Puede ser que le resulte físicamente atractivo. Limpio, potable. A lo mejor su discurso es creíble. O, mejor, convincente. A lo mejor cautivador (hoy no hay de esto). Su carisma, su comunicación no verbal. Su ángel, si lo tiene, porque hoy prácticamente todos lo que tienen es demonios. Su desempeño en los medios, en las manifestaciones. En fin… Por supuesto, también es importante la cercanía con sus cercanos, es decir, la probabilidad subjetiva de que el candidato hecho funcionario se constituya en una mejoría económica personal. En realidad esta es la política actual (la búsqueda de lo mío) . El punto es que un candidato gana la posición electiva por mayoría de votos. Y aquí es que empieza la cosa…

La filigrana de los políticos consiste en no perjudicar a nadie antes que beneficiar a nadie, una de las formas de lo políticamente correcto. En general, el candidato que tiene menos «enemigos» tiene mejores posibilidades que los que tienen (o dicen tener) amigos. Esto porque todos tenemos algo o mucho que perder pero, en general, no mucho que ganar. Se pensaría que el proceso es simétrico: ganar y perder se mueven sobre un mismo eje pero en direcciones opuestas, pero no es así. Mucha gente percibe que es poco lo que puede ganar con un candidato pero que, a la vez, es mucho lo que puede perder. Por ejemplo, que no es verdad que el candidato cuando sea presidente va a aumentar el empleo (como para que toque al votante que hace el juicio), mientras sí es probable que aumente los impuestos (que de inmediato afecta su ingreso disponible).

La mayoría son las masas, la plebe, el pueblo ignorante y bruto. Pero cada ciudadano, un voto, la regla de la democracia burguesa, el menos malo de los sistemas políticos. No perdamos de vista que en búsqueda de la utopía (el comunismo, el fascismo) se han cometido las mayores atrocidades en la historia de la humanidad. Desde los griegos se sabe que el hombre común tiene pobre discernimiento y se puede convencer de cualquier cosa. Con ello, llevar la sociedad por vía democrática a casi cualquier lugar. Sin embargo, la opción es alguna forma de dictadura. Y la dictadura, por su naturaleza íntima -no porque pueda o no aparecer un buen tirano- termina mal. La democracia burguesa (que es decir el capitalismo) es el menos malo de los caminos.

Por lo que siempre habrán minorías al margen o por encima de la mayoría. Lo que no podemos olvidar (lo dijimos antes) es que la mayoría lo es porque son más, su opinión (acertada o no, no es lo que se discute) cuenta con más adeptos que la minoría. Por definición, la mayoría son más, algo que la nueva minoría quiere pasar por alto. Y la mayoría no sólo decide el candidato que va a ser presidente sino los gustos y preferencias sociales. Por ejemplo, el gasto en el vehículo (o en alcohol, para el caso) frente al gasto en cultura. Puede parecer cosa de gente superficial, baladí, vulgar (bachata frente a Mozart) pero el gusto es ley. Aunque no tanto, no tanto para la minoría. Los marxistas culturales no saben de que otro tenga la razón. Nadie más sino ellos, ninguna otra minoría. Menos la mayoría, aunque haya ganado elecciones.

Sigamos con los ejemplos: la mayoría de los dominicanos somos cristianos (en distintas formas y denominaciones), y una ínfima minoría son ateos. Igual podemos decir del aborto: la mayoría de los dominicanos son pro-vida. O de la homosexualidad: la mayoría de los dominicanos somos contrarios al matrimonio homosexual. Aquí es donde entra el tigueraje (la incoherencia ideológica y aventajada) de la minoría: allí donde las ideas o actitudes de la mayoría choca de frente con las propias, la minoría quiere imponer como su derecho el silencio de la mayoría. Dos elementos caracterícticos en esta actitud: los derechos no son simétricos e iguales. Que la minoría tenga derecho (a expresar que son ateos, por ejemplo) no implica que la mayoría tenga el mismo derecho (a expresar que es creyente). Por increíble que parezca, la minoría siempre tiene derecho (se lo reconoce la mayoría) a confesarse atea. Pero la mayoría no tiene el mismo derecho a expresar su fe cristiana porque esto, dice la minoría, la ofende. Sin embargo, dice la misma minoría que el hecho de que ella exprese su ateísmo no tiene por qué ofender a la mayoría. Es decir, de nuevo, si yo, como mayoría, expreso mi rechazo al matrimonio homosexual estoy ofendiendo a la minoría. Sin embargo, ellos sí tienen derecho a opinar que las relaciones heterosexuales son, por decir, aburridas (o cualquier otra cosa). En dos palabras, el derecho a expresar su opinión, creencias y preferencias lo tiene la minoría frente a la mayoría, pero no a la inversa.

El segundo elemento de este tigueraje es que las ideas solamente se difunden -dice la minoría- de manera vocal. No hay lenguaje escrito. Ni signos. Ni símbolos. Ni señales. Que la mayoría ore públicamente los onfende pero la mayoría no tiene que sentirse ofendida porque en la universidad del Estado, que paga con sus impuestos, se difunda el ateísmo o que en los textos de primaria (!la verdad es que son perversos!) se presente como ciencia la presunta naturalidad de las relaciones homosexuales. Las creencias abiertas (e inocentes) de la mayoría son ofensivas para la mayoría, los actos concretos, específicos, criminales, de disolución social que lleva a cabo la minoría no ofenden a nadie. Dice la minoría. Lo peor del caso es que la mayoría torpe y adocenada le compra este silogismo absurdo a la minoría.

En igualdad de circunstancias, la solución de justicia parece bastante simple: que cada quien exprese sus ideas y creencias desde el tamaño que tiene y contando con el respeto del otro. Respeto no significa (ni tiene que significarlo) aceptación. A mí no me ofende que otro me diga que es ateo, homosexual, abortista o fusionista (me aguanto las náuseas) pero nunca cederé el derecho que tengo, como individuo y como mayoría, a decir que creo en exactamente lo contrario. Y lo que piensen los marxistas culturales me tiene absolutamente sin cuidado.

La mayoría no puede ser tan torpe. Su silencio no es un silencio total. Al contrario, la minoría nunca guarda silencio, siempre habla de alguna manera. Lo que la minoría quiere es justamente que la mayoría guarde silencio para que su discurso -verbal y no verbal- sea único. Para pasar el expediente, a esto le llaman libertad, alternativa, respeto, derecho. Pero se trata sólo de su libertad, no de la libertad, el respeto, el derecho de todos. Lo que quieren los neo marxistas culturales, izquierdo liberales, es el silencio de la mayoría, de los corderos que van a ser sacrificados. Esta es su visión del derecho (y todo lo demás), todo derecho que acabe en su derecho y en el de nadie más.

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