El Estado y los cementerios

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EL AUTOR es periodista. Reside en Santo Domingo.

Al entrar en los años en que los amigos y familiares van con frecuencia a depositar en su última morada a algún fallecido, al hombre le toca de vez en cuando visitar uno que otro de los cementerios que existen en las zonas urbanas o en los pequeños municipios. Allí el tiempo se le va en escuchar las palabras de los amigos y deudos.

En la reflexión sobre ese ser humano que queda sepultado allí,  en compartir el dolor con los presentes y rara vez repara en las condiciones del lugar.
Pocos se fijan en que esos cementerios, en su mayoría, son lugares descuidados, caracterizados por el abandono y la inseguridad, como expresara la Defensora del Pueblo, doña Zoila Martínez. Sitios que en ocasiones son rincones nauseabundos, llamados camposantos. Están llenos de basura, tumbas abiertas, robos de cadáveres, cruces destrozadas, trozos de árboles y hasta de tablas que formaron un ataúd. En fin, son monumentos a la desvergüenza y la indignidad.

Un ex alcalde tocó las condiciones de los cementerios. Hombre respetable y sensible, responsable, dijo que se hace muy difícil mantenerlos limpios y ordenado, que habría que destinar una brigada de hombres a trabajar ininterrumpidamente allí y dedicar una parte importante del presupuesto del cabildo para tales fines. Habló de la mala educación, de los vándalos, los delincuentes y otros aspectos que imposibilitan la labor.

Reflexioné en si esos recursos existen o no y si se puede tener hombres que permanezcan cuiden y aseen los cementerios y si, al ser un lugar casi siempre cerrado con una verja, pueden o no ser controlados los desmanes, asaltos y vagabunderías, como se hace en otros lugares, porque el cementerio debe y tiene que ser preservado como un lugar digno para aquellos seres humanos que llenaron un rol en la sociedad y cuyos restos son depositados allí, al cuidado de los vivos.
Muchos, demasiados quizás, no han sido formados para guardar el respeto que se debe en toda sociedad civilizada a los ancianos, niños, mujeres y desvalidos. El tránsito, plazas y parques, hospitales y mercados son ejemplos de ello. ¿Qué se puede esperar en un cementerio?.
Ante esta desvergüenza y falta de sensibilidad han surgido los cementerios privados, lugares que no los puede costear el ciudadano de a pie. Son parques de verdes gramas y arboleda, pulcros, espaciosos, aireados, donde se pueden llevar hijos y nietos con toda seguridad. Eso no se puede en los tradicionales cementerios nuestros.
En conclusión, los cementerios municipales deben pasar a manos del Estado, tener presupuesto propio, personal fijo, seguridad policial, para que se conviertan en el lugar de descanso digno de los hombres y mujeres que han servido un papel en la sociedad y dejan dolientes que desean, de vez en cuando, llevar una flor a la tumba, irse a sentar allí a hablar con sus muertos, en un ambiente limpio, no pestilente, silencioso y seguro.

jpm

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