El día en que “calieses” de Trujillo intentaron matar a Negro Reyes

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EL AUTOR es periodista. Reside en Santo Domingo.

Los temibles carros “cepillos” o “carros sin luces”, los conocidos Volkswagen que usaba el Servicio de Inteligencia Militar (SIM) de Trujillo se presentaron intempestivamente a casa de mis familiares en Tamayo. Del interior de los mismos se desmontaron varios hombres armados y preguntaron por mi padre.

-“¿Eloy Reyes Gómez? ¿Se encuentra…? Dígale que lo estamos buscando…”

Ataviados de sacos, sombreros negros alas cortas y gafas oscuras, estos hombres se mostraban toscos, con caras recias y de “no buenos amigos”.

Eran los finales de los años 50 y comienzo de los 60. La tiranía de Rafael Leónidas Trujillo acrecentaba la persecución contra sus opositores. El triunfo de Fidel Castro en Cuba, con el derrocamiento de la dictadura de Fulgencio Batista con una revolución que derivó al socialismo y que, por cercanía geográfica y hermandad entre los pueblos, contribuyó a aumentar el interés por la democracia que comenzaba a surgir entre incipientes sectores de la sociedad dominicana.

En respuesta a esta ansia de libertad, la policía secreta del régimen, el SIM, activó “una nómina de miles de agentes secretos” que diseminó por todo el país, en interés de imprimir y acentuar la persecución, el temor y el terror en la población que ya comenzaba a discrepar de las ideas totalitarias de la satrapía.

Para esa época los sargentos de la Aviación Militar Dominicana (AMD) Rafael y Héctor Reyes se reunían a “festejar” en el patio de las casas de Epifania  y “Creo”, madre y tía de ambos, respectivamente, ubicadas en la calle 30 de Marzo, de Tamayo. Parlaban y se divertían debajo de un frondoso árbol de limoncillos (quenepas) todavía impertérrito en aquel lugar, medio abatido por los años, como testigo mudo de los encuentros conspirativos disfrazados de juergas, sancochos, música romántica y rones.

La vida transcurría disonante. Por un lado estaban quienes admiraban, seguían y expresaban su orgullo trujillista (En esta casa, Trujillo es el jefe…) y por otro, que eran todavía una minoría, los que vivían a la expectativa de la persecución.

-“Dígale que lo buscamos…”, insistieron de manera enfática los miembros del SIM. Nerviosa, mi madre Octavia Espejo, le manifestó que éste no se encontraba, que estaba en el trabajo.

-“¿Dónde trabaja…?-

“En el ayuntamiento…él es el secretario del ayuntamiento…”, respondió.

No bien recibieron la respuesta, éstos arrancaron para el ayuntamiento. Tamayo era un pueblo muy pequeño para la época. Se iba rápido a cualquier lugar. Los esbirros del régimen llegaron de una vez a la oficina donde mi padre laboraba, un edificio construido por el gobierno frente al parque, el cual todavía alberga al cabildo local.

Se tiraron de los vehículos armas a manos y llegaron hasta donde estaba mi padre.

-“¿Eloy Reyes Gómez? ¿Es usted…?”-, interpelaron.

-“Sí, yo soy Eloy, en qué podemos servirle…”.

-“Acompáñenos a la capital”, expresaron.

Eloy era dirigente del Partido Dominicano (PD) el de Trujillo y pronunciaba en las efemérides discursos laudatorios al jefe. El mayor de sus hijos, Doroteo, era guardia de la Aviación Militar y compadre dos veces de Trujillo, ya que el  sátrapa le había bautizado, en ceremonias masivas que realizaba en los cuarteles, esta vez en la base aérea de San Isidro, a por lo menos dos de sus hijos.

Los bautizos y padrinazgos de bodas eran especies de rituales que usaba El Jefe para agenciarse la lealtad de los militares. Era un gesto casi obligatorio para muchos guardias, ya que con ello aseguraban algún regalito y favores, además de que era una forma de mostrar su adhesión al régimen y evitarse problemas. (Con la muerte de Trujillo muchos negaron ese compadrazgo: “Dónde están los compadres del compadre que matán, y muchos que son, ay papá, y dónde estarán, yo no sé…merengue popular). 

Y por eso mi padre se sintió confiado, no tenía que temer.“El que no tiene hechas, no guarda sospechas”,pensó en su interior. Pidió a los agentes del régimen que le dejaran ir a su casa a buscar ropas. En principio dijeron que no, pero a base de ruegos éstos asintieron.

-“Tá bien, vamos para que busque su  ropa…”. Lo montaron en uno de los carros y arrancaron raudos hacia la casa. Allí, y desde el vehículo, dijo a mi madre que le pasara una “remúa” que iba para la capital.

Apenas tuvo tiempo para poner un pantalón, camisa y ropa interior en una funda. La pasó por una pequeña apertura del vidrio del carro y los agentes secretos arrancaron a toda velocidad en los vehículos, presumiblemente rumbo hacia a la capital.

Todos estallaron en llantos, familiares, vecinos y curiosos. Pensaron que a Eloy le pasaría lo peor y por eso el griterío.

-“Le dijimos que no enviara esa carta a Trujillo…”, dijo mi madre. A Eloy se le advirtió que eso le causaría problemas. –“Yo le dije que no se metiera en eso, mira ahora, mira eso…”, decía entre llantos. Los allí presentes no alcanzaban a entender a qué se refería mi madre cuando aludía a la carta remitida al generalísimo.

Negro Reyes, era un hermano de crianza de mi padre y estudiaba para abogado en la Universidad de Santo Domingo. En la academia se ligó al movimiento conspirativo que allí impulsaba, de manera clandestina, el nunca bien exaltado patriota Manuel Aurelio Tavárez Justo. Los servicios de seguridad del Estado incrustados en el recinto de la Primada de América apresaron a varios estudiantes que formaban parte de dicho grupo, y entre ellos estaba Negro. Caer preso por conspirar contra Trujillo era una sentencia de muerte, previa torturas y maltratos inenarrables.

Cuando la noticia llegó a Tamayo el padre de Negro, don Prebistilio Reyes, cayó en un espeso silencio. Se cuenta que éste incluso había prohibido se mencionara el nombre de su hijo, no porque no albergara un profundo sentimiento de amor hacia su vástago, sino por temor a que manos siniestras del régimen alcanzaran al resto del núcleo familiar. –“Cállese, no mencionen a Negro aquí…”, decía a los demás integrantes de la familia.

Pero como mi padre era un conocido trujillista, a carta cabal –y quién no entonces, sobre todo si se era un empleado público- entendió que a él no le pasaría nada. -“Vamos a dejar que maten a Negro…carajo…”, decía entre allegados.

Se atrevió entonces a escribir una carta a Trujillo en la que pedía clemencia para la vida de éste. Decía en la misiva que Negro era apenas un imberbe, un joven inexperto que no sabía en lo que se había metido. La respuesta un par de semanas después fue como solía hacerla El Jefe,  la aparición de forma abrupta de miembros del SIM.

Llevado sin rumbo conocido, Eloy reapareció días después. Dijo que había estado en la capital y que fue recibido por el propio Trujillo.

-Usted es un amigo del régimen, un firme dirigente de nuestro partido en Tamayo”-le habría dicho el gobernante a mi padre, y agregó:

-“Usted me envió una carta para defender a un enemigo del gobierno. Ese joven que usted defiende, Negro Reyes, es un conspirador; yo voy a ordenar su puesta en libertad de inmediato, pero con la salvedad de que usted será el responsable de que éste no vuelva por sus andanzas…”.

Escuchó atento y en silencio mientras el “Benefactor de la Patria” le sermoneaba acremente:

-“Si ese joven sigue conspirando contra el gobierno, usted y su familia van a cargar con las consecuencias, ya lo sabes…márchese”.

Cuando Negro fue puesto en libertad, Eloy se acercó a Prebistilio que era su padre de crianza, y al propio Negro, para decirle sobre la advertencia que le hizo el sátrapa.

Negro prometió que no participaría otra vez en actividades conspirativas. Logró terminar la carrera de derecho, pero no la pudo ejercer por órdenes del régimen. Ante tal disyuntiva optó por retornar a Tamayo, formó una bella familia de buenos profesionales y se dedicó al comercio de mercancías a nivel mayorista en toda la región. Tenía una habilidad admirable para los negocios, creó almacenes de provisiones y surtía a otros en la zona, incluyendo a colmados de los bateyes del ingenio Barahona, utilizando sus propios camiones.

Se esparció un día la versión de que Negro escuchaba de manera más insólita las transmisiones de Radio Habana, Cuba, la cual sintonizaba en onda corta y enterraba entre hojas de plátano en los “conucos” de su padre, Prebistilio, donde echaba la cabeza sobre el radio y hacía creer que dormía, mientras oía la emisora extranjera, lo cual había sido prohibido por el régimen.

Un día Negro recibió la confidencia de parte de un empleado suyo, en el sentido de que se había dado la orden de eliminarlo. Eran días aciagos y los calieses del régimen decidieron cumplir las instrucciones de sus jefes. Darían muerte a Negro simulando un accidente en la sinuosa carretera que bordea el mar Caribe, en el trayecto de Barahona a Pedernales, el cual se caracterizaba entonces por peligrosos y enseñoreados quebraderos. Al parecer querían dar a éste una muerte similar a la de las hermanas Mirabal, a las cuales después de ultimarlas, las lanzaron por un precipicio.

Negro  y su chofer realizaban viajes frecuentes a las comunidades de La Altagracia y Agua Negra, de Pedernales, con camiones cargados de alimentos y otros productos que llevaban para surtir el almacén que el comerciante tenía en esta provincia fronteriza.

El conductor, ex sargento “retirado” de la policía, era una persona muy amable y trato cordial que había logrado una entrañable amistad con Negro, llegando incluso a ambos a hacerse compadres.

Ese día el Sargento Damé, como se le conocía, le pidió que no viajara a Pedernales que él lo haría en su lugar. Explicó lo que ocurría y convinieron que Negro se internaría en la Clínica del “Dr. Michel”, en Tamayo, y simulara un fuerte problema cardíaco. Y así lo hicieron.

Cuando los calieses interceptaron el vehículo, un camión marca Mercedes Benz perteneciente a Negro que se desplazaba rumbo a Pedernales, se encontraron con que éste no iba en el vehículo y que quien conducía era el ex sargento. A preguntas de los miembros del SIM, Damé informó que el comerciante estaba en una clínica aquejado de su salud, razón por la cual no pudo realizar el viaje.

Al escuchar estas explicaciones, los esbirros giraron en “U” y enfilaron la marcha hacia Tamayo, donde acudieron a la clínica donde estaba “interno” Negro Reyes. Los agentes secretos Intentaron sacar por la fuerza al interno, pero encontraron la resistencia del doctor Nélsido Michel, quien se opuso de manera radical enarbolando su compromiso con el Juramento Hipocrático. El galeno dijo que el paciente era su responsabilidad y que no permitiría que lo muevan de la clínica.

Pasado los años el doctor Michel trasladó su clínica de Tamayo a Barahona. Se supo después que éste era parte de una égida de personalidades y profesionales de la zona, en la región Sur, que se había comprometido en la clandestinidad combatir al oprobioso régimen trujillista.

Don Negro Reyes murió con el paso de los años aquejado por la edad –como se dice cuando ocurre la muerte natural-. Hasta sus últimos días este infatigable comerciante apegado a su viejo, pero ya no tan próspero negocio, aunque eso sí, continuaba con sus más de 90 años, militando en un partido que hasta la hora de su ida al más allá, creyó que encarnaba los principios de libertad por lo que luchó junto a los grandes: Manuel Aurelio Tavárez Justo, las hermanas Mirabal y otros muchos patriotas del Movimiento 14 de Junio (o 1J4).

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