El “alantismo”
En los años noventa u ochenta -no preciso-, el locutor, animador y productor de programas de entretenimiento, Domingo Bautista, trajo a su programa de televisión -que no recuerdo su nombre- una figura pintoresca, jocosa y llena de sabiduría popular que inmediatamente se hizo del agrado y la atención de los televidentes por su repentísimo, ocurrencias, pero, sobre todo, por exponer con estilo histriónico sin igual, una suerte de cápsula-cátedra sociológica sobre la idiosincrasia del pueblo dominicano y el comportamiento de algunos ciudadanos en franca contravención de leyes, ordenanzas y reglas mínimas de convivencia cívica.
El personaje y su paso por la TV, lo trajo a cuento un dilecto y agudo amigo que, de paso, me recordó una de sus frases –radiografía-sociológica- más recurrente: el “alantismo” para referirse a ese afán de algunos (pero, sobre todo –decía él- de los motoristas por estar siempre alante alante) por sobresalir, llamar la atención y dejarse ver -generalmente del jefe o del que decide algo en cualquier ámbito público o privado- a cualquier precio. Tal rasgo distintivo, lleva en su naturaleza justificativa, o dinámica diaria, una dosis extrema de lambonismo y un excesivo sobreactuar (cabildeo) para dejarse ver y sentir en cualquier ámbito de la vida pública, laboral y social.
Sin embargo y a pesar de que el fenómeno es transversal a casi todas las actividades del quehacer humano en nuestra sociedad, hay dos a actividades específicas en donde el “alantismo” asume categoría de patología cuasi selvática: en la política (o mejor dicho, en su praxis) y en lo laboral (público o privado). No obstante y para una mejor comprensión didáctica-pedagógica del tema, hagamos una tipificación sociológica del fenómeno, su expresión y sus modalidades en el escenario sociopolítico.
Ya dijimos que la expresión más recurrente y ejemplarizante del “alantismo”, en la opinión y certeza del creador del término (el fenecido abogado Francisco R. Carvajal Martínez, alias Bueyón); pero mas que todo de su semántica social, era el afán de los motoristas por ir siempre alante, y por ello, ser los primeros en las estadísticas de muertes por accidentes y campañas políticas. Sin embargo, el ejemplo del motorista más que una expresión de figureo, bulto o ventajismo, recrea, más bien, un instinto natural de sobrevivencia: ¡buscársela! ¿Pero es éste espécimen –del sub-desempleo y la economía informal- el prototipo del vividor, oportunista y cabildero por excelencia? ¡No, que va!
Por ello, los verdaderos practicantes profesionales –infiero yo- del “alantismo” con ventaja y maestría, más bien los encontramos en la actividad política y en el ámbito laboral ya sea público o privado. Aunque en el ámbito de lo castrense-policial, no deja de ser, de “chupe usted y déjeme el cabo” (de modo que, en esta muestra que tampoco agota el tema, queda implícita su alusión por extrapolación y deducción lógica).
En el ámbito de la praxis política, el “alantismo” asume múltiples modalidades y expresiones que son inherentes a su dinámica diaria: la de estar siempre a la caza y al acecho del líder, del jefe, o de la figura pública o privada -en su mentalidad- dador de algún privilegio, puesto público, tráfico de influencia, o simplemente, de pan y mesada. Y no me refiero solamente a los “compañeritos de la base” o a los famosos pica-pica, para tipificar semejante espécimen del “búscame lo mío”, sino también, a aquellos seudos “dirigentes”-subalternos o segundones y espalderos de “jerarquías políticas” en cuyos roles y afanes cobran el diezmo, deciden agendas, abren o cierran puertas, cargan maletas, cuentan vida, llevan y traen, y, por el mismo precio, dan la hora, el pronóstico del tiempo y descargan el ino… (sí, eso que están pensando).
No obstante, y en reconocimiento a semejante práctica, hay que admitir que los más aventajados y duchos en el oficio (el “alantismo”) suelen tener mucho éxito porque siempre –y lo subrayamos- hay una élite-claque jerárquica universal que gusta y disfruta de ese servilismo-lambonismo que raya en lo empalagoso y degradante.
Ahora, vayamos a la expresión del fenómeno (el “alantismo”) en el campo laboral público o privado. Aunque aquí el “alantismo” suele asumir cierto disimulo y diplomacia, tampoco está exento del histrionismo o roba la gallina con que se expresa en la praxis política. Por ello, hay que hacer el ejercicio a modo de simple ilustración, o si se quiere, de humor sociológico o anecdótico.
El “alantismo” en el área de lo laboral público o privado casi siempre encuentra a sus practicantes consuetudinarios en dos prototipos de servidores (los viejos y los nuevos) y en un tercero que llamaríamos híbrido crítico. Desglosémoslos, pues.
En los viejos servidores, el “alantismo” asume mañas y estrategias que van desde el cabildeo sutil (averiguar marcas, señas, gustos y debilidades del jefe o administrador) al “tumbapolvismo” grosero. No obstante, su verdadero fuerte es el trabajo sucio o de chapeo para derribar, a tiempo y a buen resguardo, a posibles prospectos profesionales-técnicos que pudieran -por su aptitudes profesionales y ética- restarle estima y supremacía en materia de competencia profesional, subestimando, de paso, la posible agudeza de un gerente hábil y diestro en divisar, a leguas, a esos servidores despojados de ética y de moral (vulgares delincuentes del arte de agenciarse control y supremacía a través de tráfico de influencia y de una mal entendida “antigüedad” que sólo consiste en repetición y malas prácticas).
Contrario, en los nuevos servidores el “alantismo” suele asumir un dramatismo excesivo rayano en lo temerario, pues el desparpajo es tanto en su sobreactuar y dejarse ver que podrían llevarse por delante incluso a la mismísima Virgen Santísima. Y es tan grande y apremiante su ambición de agenciarse espacio y poder que generalmente descuidan el fondo y la forma, y en semejante afán-trance, queda rápido al descubierto el “alantismo” que los mueve, corroe y excita. No es raro pues, que, en esos ajetreos diarios, los nuevos servidores se ganen el mote de “chupacabras”.
Un dato curioso y a la vez distintivo universal, tiene que ver cuando el fenómeno –que es rutinario en políticos (dígase: ¡hombres!)- se hace práctica-oficio en algunas mujeres (profesionales o no), entonces, asume grado superlativo –quizás por el agregado biológico-filosófico de género y sabiduría-, y suelen ser más ingeniosas, persuasivas y avasallantes en sus objetivos. Por ello, gritos, lloros e instinto maternal se van a la porra. Ley de la vida, de supervivencia; pero también, hay en ello mucho de encanto y sortilegio. Algo natural, ¿no?
Finalmente, queda el servidor híbrido (hombre o mujer) que es simplemente el que cumple, trabaja y observa (relegado) como discurre el mundo y sus criaturas en su afán de fama, poder y gloria (sin importar medios). Nada del otro mundo, pero apegado siempre a lo ético-institucional en sus objetivos y aspiraciones (nunca ambiciones). Por casualidad, ¿no será este último el clásico pendejo latinoamericano?

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