De Obama a Julia Álvarez

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El universo en que Julia Álvarez desarrolla la novela “Para salvar el mundo” se mueve entre lo astral o espejismo mágico del dolor y un universo trashumante, el de doña Isabel Sendales y Gómez que se debate entre la existencia de una realidad que la sorprende y la leyenda de una valiente mujer atrapada en un mundo de huérfanos dentro de la nebulosa de un siglo ya agotado. Ese mundo patológico y forense creado por la gloriosa imaginación de Julia Álvarez en el cual aparecen unos niños que viajan desde boreales océanos glaciales con el compasivo propósito de vacunar, viene siendo una especie de ilusionismo maravilloso en lo que unas viruelas atraviesan montañas y un doctor va de excursión a tierra de América. En este viaje sublimar de las viruelas, de unos niños y un doctor surge el inesperado encuentro entre un tiempo y una dimensión antitética que se confabulan para fantasear un amor idílico entre dos realidades: la miseria y la enfermedad que se conjugan en unas vidas paralelas creando un protagonismo sórdido para salvar al mundo. La autora le da vida metafóricamente al sufrimiento que produce las viruelas y la esperanza, representada esta última por una abuela anhelante y un médico con cualidades deíficas de gran redentor. Esta hermosa saga de niños, de miseria y de esperanza no anda lejos de una contemporaneidad. El presidente Barack Obama hizo bien al reconocer el talento de la prestigiosa escritora y ensayista estadounidense Julia Álvarez, por sus grandes aportes a la literatura. Por tanto, la comunidad intelectual de origen dominicano radicada en los Estados Unidos nos sentimos gratamente complacidos por el galardón otorgado a dicha ilustre escritora. El merecido reconocimiento a Julia Álvarez ha devenido en un momento histórico de intereses políticos singulares entre republicanos y demócratas en torno a la resolución que demanda el problema migratorio, cuya decisión debería ser consensuada, pareciendo obvio que ante una cuestión pesadamente dilatada, Obama quiere jugar con el balón primero que los opositores republicanos, acercarse con transparencia a la comunidad hispana en vez de ir a las casas de los congresistas y ayudarlos en sus negligencia domésticas. Por otra parte, en los cuentos de Julia Álvarez encontramos relatos pasionales de seres afanosos en los que no falta la tragedia, como en El cuento del cafecito (2004), de aquella historia que se desarrolla en Nebraska, de un joven (Joe) que sueña con ser agricultor y que súbitamente se ve frente al dilema de unas deudas de su padre que compromete la tierra. A partir de esa dolorosa decepción, como es natural, se desencadenan en el joven otros sueños y un enlace matrimonial apremiante que termina en otra frustración mayor y en una vida ansiosa sin posibilidades, que lo empuja a salir de aquel ambiente saturado de vicisitudes y de una vida episódica. En ese estado de angustias viaja a la República Dominicana. En este viaje, El cuento del cafecito podría llevarnos a leer una especie de autobiografía de la autora. El relato de Joe y su viaje a República Dominicana se convierte en una reminiscencia novelesca de un reencuentro de Julia Álvarez, encarnada por Joe, con sus raíces ancestrales, con el café, el color de la tierra, la persona física y lo neutro. El color del café simboliza salubridad, la sencillez, la confianza y la perseverancia. Estos aspectos culturales y aromáticos permiten redirigir la vida del ser y redescubrir los caminos del éxito anhelado una vez emprende el regreso a Nebraska. Nuevamente Julia Álvarez nos deleita dulcemente con otro de sus grandes cuentos titulado La Tía Lola vino a quedarse(2001), el cual narra la historia de una familia dominicana residente en Vermont que es visitada por una tía con intenciones de quedarse. La Tía Lola, una señora de clase media alta, cambia la vida de la familia y de todo el pueblo. Ataviada de sombreros, pañuelos, atuendos alegres, tacones, maracas, un tambor para las fiestas, similar a los tambores que se tocan para la fiesta religiosa de San Juan, café con sabor a chocolate y hierbabuena, orégano, anís, hojas de guanábana, ajíes. Este cuento justamente es una historia del choque de cultura que producen las migraciones. Julia Álvarez, en la obra De cómo las muchachas García perdieron su acento, revela una vez más su fascinación por el problema inmigratorio de los latinos y su lucha espiritual y existencial por adaptarse a la sociedad norteamericana que tiene unos cánones interiores exclusivos que demandan del expatriado un comportamiento y unas formalidades rigurosas que deben cumplirse para poder hacer el transito de un medio social subdesarrollado y desordenado a una sociedad estructuralmente desarrollada. El que los jóvenes inmigrantes se enfrenten a sus padres quienes se resisten a que sus hijos abandonen el estilo de vida que trajeron de la sociedad de sus orígenes, debe verse, no como una sublevación o falta de respeto a los mayores, sino como el fruto de una realidad social del ser humano que lo impulsa a insertarse en otra sociedad que tiene unos valores culturales, idiomáticos e históricos distintos a los del país de su procedencia con el unido deseo de progresar y sobreponerse a atrasos ancestrales. Quien no se esfuerce en los Estados Unidos por hacer la transición que exigen las circunstancias quedará rezagado a todo desarrollo y, por consiguiente, vivirá inmerso eternamente en un estado de frustración y de lamento del cual no podrá salir jamás. Desafortunadamente, este grupo inmigratorio es el que suele renegar de los Estados Unidos, echándole la culpa erróneamente a este país de su falta de adaptación y de su fracaso. Este magnífico libro de Julia Álvarez viene siendo un estudio sociológico y una especie de manual importante, pues retrata la cruda realidad de todo inmigrante que desea superarse en tierras extranjeras; los Estados Unidos, más que ningún otro país del universo, sigue siendo el lugar donde se pueden materializar nuestros sueños y ambiciones. Afortunadamente, Julia Álvarez pertenece a la élite social dominicana, con una destacada excepción como inmigrante, pues no es parte del segmento de la inmigración por motivo económico, sino del exilio por otra causa o circunstancia. Julia Álvarez, y muchos otros más que hemos logrado el éxito intelectual y profesional en Estados Unidos, somos una expresión elocuente de ese “sueño” norteamericano. Lo preponderante en esta destacada escritora, de origen hispano, es que siendo sus padres exiliados no se quedó en una pose contemplativa, como lo hicieron otros, solazándose bajo la calidez de un desarraigo ni se conformó, como esa élite dominicana que se adaptó per se en ser parte de esa configuración social conformista. Julia Álvarez, en cambio, como una intelectual con vuelo propio, vio más allá de la problemática inmigratoria dentro del marco de la postmodernidad, con un criterio humano y solidario. Creo importante traer a este escrito a manera de colofón, una frase del exmilitar, diplomático y político estadounidense, de origen jamaiquino, Colin Powell, que sintetiza en pocas palabras el premio o retribución al esfuerzo propio y a la perseverancia: “No hay secretos para el éxito. Este se alcanza preparándose, trabajando arduamente y aprendiendo del fracaso”.

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