Cuando las lágrimas hablan

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EL AUTOR es periodista. Reside en Santo Domingo.

Unas lágrimas llamaron la atención mientras se realizaba un homenaje en el marco de la conmemoración del 60 aniversario del ajusticiamiento de Rafael Leónidas Trujillo Molina.

En esa actividad, por razones del protocolo a que obliga la pandemia, se contó con un público muy reducido. Por fortuna, también se dispuso de diversas plataformas que realizaron transmisión en directo y en diferido, dando oportunidad para que muchas personas aprovecharan esa nueva realidad que llamamos virtualidad.

En pantalla pudo apreciarse que una dama lloraba como si se tratara de la única vía para expresar algo que, estando en el pecho, no encontraba vía para salir. Esa urgencia aprisionada tomó ruta hacia arriba, pero parece haber encontrado muy estrecho el cuello, por donde debió haber cruzado provocando una especie de nudo.

La boca, la nariz y ningún otro orificio parecía ruta ideal para que ese sentimiento con dejos de huracán pudiera fluir con libertad. La opción fue convertirse en lágrimas portadoras de un mensaje que necesita contexto para ser entendido.

Una buena ayuda para entender la aporta el poeta Manuel del Cabral, con aquello de «La del río, ¡qué blanda! / Pero qué dura es ésta: / ¡La que cae de los párpados / es un agua que piensa!»

Otras ayudas para entender

Para quien desconoce el contexto pudo haberse tratado de una persona que, emocionada, daba riendas sueltas al sentimiento que algo le provocaba, bajo el influjo de la música que escuchaba o por lo que algún mensaje o recuerdo le generaba. También podría tratarse simplemente de uno de esos motivos que, guardado bien adentro, había encontrado razón y oportunidad para salir.

Pero a quien se haya enterado de los vínculos y muy altos niveles de compromiso de esa mujer con el primer –y truncado- intento de gobierno democrático después de decapitada la tiranía en la República Dominicana, le resulta relativamente sencillo interpretar aquellas lágrimas.

A quien conozca de su ascendencia y el orgullo con el que esa mujer habla sobre un hombre muy cercano a Duarte y a Luperón, el general Faustino Ortiz, o de sus vínculos con quien ella llama “cultivador de liderazgo” en la República Dominicana, también le resulta relativamente sencillo interpretar aquellas lágrimas.

Para quien conozca de su dedicación por el estudio y la formación, con alta vocación para conocer las interioridades del ejercicio del poder y la práctica de las libertades en nuestro país, también le resulta relativamente sencillo interpretar aquellas lágrimas.

Motivos para llorar

Escuchar, juntas, a Laura Rivera, Nathalie Hazim y Nairoby Duarte, con el marco musical de Retrojazz, interpretando Espera quisqueyana, de Billo Frómeta, canción que mantuvo viva la llama de la esperanza en tiempos de la dictadura trujillista, alcanza para llorar y para mucho más. Pero conocer, y aún más, haber vivido aquel tiempo de oprobio, es contar con sobrada referencia acerca de una etapa de la que todavía no terminamos de sanar.

Para una persona cualquiera, aquellas lágrimas podrían ser la expresión de alguien muy sentimental. Para quien se acerca a la trayectoria de una mujer que se pregunta por los errores cometidos, y que considera deformación repudiable eso de que se estile felicitar y hasta halagar a alguien porque cumple con su deber, entonces esas lágrimas adquieren otra connotación.

Ojalá que las nuevas generaciones, y principalmente quienes sientan el llamado a aportar para avanzar y mejorar de manera sostenible, asuman la tarea de buscar significado en esas lágrimas, a modo de desafío para transformar una sociedad con tantas actitudes caudillistas.

Ojalá que en esas lágrimas encontremos un mensaje que nos mueva a cuestionarnos y a respondernos, con mensajes y con decisiones, para lograr verdaderos avances en una sociedad que merece mejores condiciones de vida.   

Ojalá nos animemos a “leer”, encontrar lecciones y aplicar conclusiones a partir de las lágrimas que, mientras escuchaba Espera quisqueyana, en el homenaje a las víctimas de la dictadura trujillista, se deslizaron por las mejillas de Milagros Ortiz Bosch.

 

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